En Nogales, Sonora un hombre camina con sandalias abiertas y los dos pies vendados.
En un albergue para migrantes, una mujer a quien tienen que cargar de un lado a otro porque no puede apoyar los pies, se limpia las lágrimas de los ojos.
Y en el desierto quedan los restos de suelas con pedazos de tapete pegados para no dejar huella.
Los calcetines pueden ser la diferencia entre la vida y la muerte para quienes caminan días enteros entre arena, piedras, cactus y arbustos bajo un calor de hasta 50 grados. Una ampolla puede cambiar tu destino.
De los que se quedan en el viaje, a veces sólo se encuentran los zapatos; en algunos casos han sido la clave para identificar sus restos.
El zapato también marca al migrante al llegar a México. La Patrulla Fronteriza les quita las agujetas para prevenir que las usen para otro propósito. Regresando a México, uno de los primeros avisos que les dan las autoridades es que se pongan las agujetas, pero muchas ya están rotas o se perdieron en el traslado.
Van caminando por las calles de Nogales con el paso pesado, los pies lastimados, los zapatos abiertos, rotos, repatriados.