Este año la edición de ARCO, en febrero pasado, tuvo como país invitado a Austria, con lo que, al margen de la inabordable heterogeneidad de los stands en Ifema, el panorama cultural madrileño se vio inundado de eventos relacionados con este país; desde la aparición de una revista titulada Austria –cuyo contenido, por cierto, nada tiene que ver con la tierra que vio nacer a Musil– en los circuitos “situacionistas” de la capital, hasta la exposición Mezclarse y separarse, de Arnulf Rainer (Baden, Austria,1929) y Dieter Roth (Hannover, Alemania, 1930), presentada por la Comunidad de Madrid en la sala de Alcalá 31.
Desde mediados de los años cincuenta hasta finales de los setenta, en paralelo a los éxitos masivos del pop art, una gran cantidad de grupos de vanguardia reavivó el espíritu iconoclasta de Tristan Tzara en diferentes aspectos y saturó las bienales de Europa con propuestas “renovadoras”. Algunos artistas esa etapa sobrevivieron al declive de lo “innovador” como criterio único y se consagraron por la calidad de su obra, marcando las pautas sobre las que, todavía hoy, discurren algunas de las tendencias más sólidas de las artes plásticas.
Dieter Roth fue una de las figuras centrales dentro de este horizonte artístico. Vinculado al movimiento Fluxus durante un breve periodo de tiempo (colaboró con el recientemente fallecido Nam June Paik), predicó la disolución de tabúes y convenciones en el arte mediante el happening, la música experimental y las artes plásticas, haciendo gala de una actitud tan multidisciplinar como decididamente vanguardista. No por nada el renombrado crítico de arte Donald Kuspit, señaló que la originalidad de Roth “reside en el hecho de que reduce todo el arte moderno a un redundante espectáculo dadaísta”. La ironía y el afán lúdico entrañados en la obra de Roth suscitaron a finales de los años sesenta la admiración de un colectivo de artistas vieneses agrupados en torno a la galería Grünangergasse, uno de cuyos más destacados miembros era Arnulf Rainer. Éste último propuso a Roth una relación de colaboraciones que duró más de una década y marcó un punto de inflexión en sus trayectorias.
La elaboración conjunta de las piezas –fotografías, fotografías intervenidas, dibujos– estuvo marcada por un constante clima de tensión entre las dos personalidades. En cierto modo, muchos de los cuadros exhibidos en Alcalá 31 plasman la historia misma de su elaboración: un proceso en el que cada uno de los artistas (interesados, en palabras de Rainer, “en la infidelidad a uno mismo”) imponía sus criterios estéticos sobre los del otro, haciendo de la creación una confrontación de poderes, una constante lucha por disolver la individualidad del “colaborador”. Quizás por eso, el resultado produce la sensación de estar asistiendo a las sesiones o “duelos” entre Rainer y Roth: el espectador “participa” de la diversión y el dinamismo que hay detrás de cada pieza.
Las fotos intervenidas –principal atractivo de la exposición– son, en su mayoría, autorretratos atravesados por enérgicos trazos de grafito y óleo que llegan a tomar forma de texto, acercando aun más la narratividad de la imagen a una suerte de cómic o fotonovela del absurdo. También encontramos algunos detournements de cuadros de Picasso, e incluso una cartulina rasgada verticalmente con exiguas inscripciones.
Antes de sus trabajos en colaboración, Rainer llevaba ya varios años forjándose una sólida y personal obra mediante el retoque de fotografías. Con sus series de fotomatón –también presentes en la pasada muestra–, donde predomina la exageración de los gestos y la yuxtaposición de materiales, Rainer pasó a ocupar un sitio privilegiado entre los artistas vieneses de finales de los sesenta. Distanciándose formalmente de sus influencias surrealistas –que le llevaron a visitar a Breton en el 51– y después de sus incursiones en el happening cercanas al accionismo vienés –grupo al que le une una indagación sobre la plasticidad del cuerpo humano–, Rainer se convirtió en el principal representante de la abstracción gestual radical, siendo el primero en llevar el espíritu del expresionismo abstracto al ámbito de la fotografía –de ahí las justificadas comparaciones con Tàpies por parte de la crítica–. Los once años de trabajo junto a Dieter Roth son el núcleo fundamental indiscutible dentro de esta etapa de su producción gráfica. Entre 1972 y 1979 produjeron alrededor de 800 obras en conjunto. Los cuatro años posteriores se distanciaron progresivamente, para romper definitivamente en 1983. No se reconciliarían sino hasta 1995, tres años antes de la muerte de Roth.
Actualmente, Arnulf Rainer vive entre Austria, el sur de Alemania y las islas Canarias. Algunas de sus fotos más recientes, incluidas junto a las colaboraciones, fueron tomadas precisamente en el archipiélago canario. Son imágenes de grandes velas náuticas sobre las que se proyectan siluetas de hojas. Imágenes que permiten intuir una evolución interesante en la trayectoria de Rainer –su producción de entre 1980 y 2003 faltó en la exposición como un acertijo a resolver por la imaginación del espectador– y un desplazamiento de su interés por el cuerpo hacia la investigación con superficies más evanescentes.
El 79 fue sin duda el año más prolífico de la relación. También, quizás, el más arriesgado. Rainer y Roth incorporaron un tercer miembro a su dúo con motivo de un performance: se sirvieron de un chimpancé del espectáculo Holiday On Ice para la creación de una serie de pinturas en guache y óleo, elaboradas por el primate e imitadas por los artistas.
En opinión de uno de los asistentes a la exposición celebrada en Madrid, cuyos ilustres comentarios tengo a bien recoger en esta nota, las versiones pictóricas del chimpancé son “sin lugar a dudas superiores en técnica y concepto”. Dejando para los etólogos estas cuestiones, podríamos decir que estamos frente al art brut en su más literal encarnación… Aunque algunos seguimos prefiriendo el humor más fácil de los primeros años de Rainer y Roth, una pareja tan efectiva que, por su manera de extraer comicidad del conflicto, bien podría ser considerada como los Laurel y Hardy de la vanguardia artística.
(México DF, 1984) es poeta y ensayista. Su libro más reciente es La máquina autobiográfica (Bonobos, 2012).