Avatares del lenguaje no sexista

Pequeños grandes pasos para dar visibilidad simbólica a una parte sustancial de la sociedad mexicana excluida por simple hábito lingüístico. 
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Como todo en esta vida, mi preocupación por el uso del lenguaje no sexista surgió de la necesidad. Se manifestó con escalofriante precisión quirúrgica al día siguiente de ocupar un cargo menor en la administración escolar de mi universidad y empezar a escribir correos electrónicos dirigidos por igual a profesores y a profesoras, convocar reuniones de académicos y académicas, referirme al colectivo de alumnos y alumnas, y asistir a innumerables actos oficiales donde las autoridades cometían el error de incurrir en el uso genérico del masculino. Sí, ese que nos autoriza a referirnos a los alumnos, a los profesores, a los académicos o a los doctores como si no existieran alumnas, profesoras, académicas y doctoras entre el público. Grave error, porque como escribe María Julia Pérez Cervera en su Manual para el uso no sexista del lenguaje (ya en su 4ª ed. en el 2011), “el masculino es masculino y no neutro”.

Ese día empecé a usar vocativos y sujetos desdoblados: “queridos y queridas todas y todos” o “Colegio de profesores y profesoras”. Me di cuenta de lo provisional de la solución cuando varias de las profesoras identificaron este lenguaje incluyente con la chapuza lingüística del expresidente Vicente Fox. Se trata, por supuesto, de una percepción generalizada (como puede comprobarse con una búsqueda simple en internet, a la caza de los términos Vicente Fox y lenguaje no sexista) que tiene algo de cierto: la fracción ix del capítulo primero del artículo 17 de la Ley General para la Igualdad entre Mujeres y Hombres, promulgada por Vicente Fox el 2 de agosto de 2006, recomienda “la utilización de un lenguaje no sexista en el ámbito administrativo y su fomento en la totalidad de las relaciones sociales”. Si fue otra pifia foxista, sus consecuencias legales y formales llegaron lejos en varios sentidos. ¡Hasta la parodia del nuevo lenguaje presidencial en programas cómicos al estilo de Otro rollo ayudó a extender su uso entre la población! Cada vez que los medios imitaban su forma de hablar, afianzaban en su público (sin saberlo) la idea de un lenguaje incluyente. Por desgracia, esta manía nació para contrarrestar otras afirmaciones misóginas frecuentes en su indomable estilo, como cuando comparó mujeres y lavadoras (“75% de los hogares mexicanos ya disponen de lavadoras, y no de dos patas o dos piernas, sino de las metálicas”; Mazatlán, 7 de febrero de 2006).

Detrás de esta retórica presidencial estuvo la presión constante, desde tiempo atrás, de colectivos académicos muy serios como el Programa Interdisciplinario de Estudios de la Mujer de El Colegio de México o la Maestría en Estudios de la Mujer de la Universidad Autónoma Metropolitana,Xochimilco. No era solo Vicente Fox, sino una fuerte presión pública la que aspiraba a cambiar una realidad simbólica perpetuada a través de la lengua. Hoy, no hay que empezar de cero, porque hay varios y muy bien hechos manuales de estilo no sexista. Para México, recomiendo el Manual para el uso no sexista del lenguaje, preparado por María Julia Pérez Cervera para la Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres. Quien lea este documento (nótese como evité El lector que lea…) advertirá que la mayor parte de las recomendaciones son atendibles, fáciles de seguir y, para el o la purista, cien por ciento gramaticales.

Esta tendencia mundial puede ridiculizarse con facilidad y así lo hacen los medios de comunicación más irresponsables que proponen el uso de formas masculinas que fomenten la igualdad de género como periodisto, dentisto, equilibristo, etcétera. Esta opción es claramente agramatical, porque el sufijo -ista de origen griego es epiceno (es decir, comprende ambos géneros en la misma terminación; jirafa y avestruz son sustantivos epicenos, de modo que hay que decir la jirafa macho y la jirafa hembra). Puede y debe decirse el periodista o la periodista. No insistiré en bromas más burdas (saludos y saludas) porque burlarnos de lo que no entendemos resulta fácil. Quizá las dudas más serias al respecto resulten también las más preocupantes. En un pronunciamiento de la Real Academia Española, “Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer”, redactado por Ignacio Bosque, pero suscrito por los académicos que asistieron a la sesión del 1º de marzo de 2012, se ilustran los excesos a los que puede conducir el desdoblamiento de los sustantivos con algunos fragmentos de la constitución de la República Bolivariana de Venezuela:

Solo los venezolanos y venezolanas por nacimiento y sin otra nacionalidad podrán ejercer los cargos de Presidente o Presidenta de la República, Vicepresidente Ejecutivo o Vicepresidenta Ejecutiva, Presidente o Presidenta y Vicepresidentes o Vicepresidentas de la Asamblea Nacional, magistrados o magistradas del Tribunal Supremo de Justicia, Presidente o Presidenta del Consejo Nacional Electoral, Procurador o Procuradora General de la República, Contralor o Contralora General de la República…

Cuando apareció esta noticia, leí el párrafo anterior a una amiga muy querida, Gabriela del Valle, física reconocida y organizadora de la serie de Congresos Internacionales “Mujeres en las Ciencias”, para hacerle ver que era fácil llegar a los extremos. Me respondió muy seria: “pues si tienen que leer más, que agarren más aire”. Hoy, un poco más maduro que entonces, cuando alguien me pregunta ¿por qué hacerlo?, siempre contesto ¿y por qué no hacerlo?

Se trata de pequeños grandes pasos para dar visibilidad simbólica a una parte sustancial de la sociedad mexicana excluida por simple hábito lingüístico. Se nos olvida que en un texto tan antiguo como el Cantar de mio Cid ya existen los sustantivos desdoblados: “burgueses e burguesas por las finiestras son”.  Me temo, claro, que la inclusión gramatical no podrá seguir la carrera armamentista del reconocimiento de los distintos colectivos sexuales sin dificultades. Hoy, grupos que luchan por una mayor visibilidad como el LGB (Lésbico gay bisexual) aumentan sus siglas para dar cabida a todas las realidades no heterosexuales, desde LGBT (lésbico gay bisexual transexual) hasta el LGBTTTI (lésbico gay bisexual transexual travesti transgénero e intersexual), y preparan las primeras guías al respecto (por ejemplo, el Manual de Comunicación LGBT de la Asociación Brasileña de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Travestistas y Transexuales, del 2010).

La historia cultural que trae consigo la lengua es, por supuesto, irrenunciable. Creo que más de un colectivo comprometido con el uso de un lenguaje no sexista se sentirá decepcionado cuando sepa que nuestra moderna palabra mujer procede del latín vulgar o protorromance mulier. El término servía para designar a la esposa en el ámbito familiar y se volvió tan popular que terminó por sustituir al término legal uxor desde muy temprano. En la salutación Ave María transmitida por los Evangelios dice ya “Benedicta tu in mulieribus” (Lc I: 28). Uxor, ‘esposa’, se perdió en la historia de la lengua; hoy apenas se conserva en un par de cultismos poco honrosos: uxoricidio y uxoricida. El término preferido fue el más familiar, mulier, sin raíces indoeuropeas, pero muy probablemente derivado del adjetivo comparativo mollior (de mollis, ‘delicado’, ‘blando’, ‘flojo’) y que podría traducirse como ‘la más delicada’, ‘la más blandengue’ o ‘la más negligente’. Si desde la perspectiva metafórica nos fijamos nada más en la consistencia, una traducción actual al español de México sería bizcochito (referido a una mujer atractiva); si atendemos al registro familiar, una buena traducción sería gorda, término usado en muchas familias mexicanas para referirse a la esposa y madre de familia. Ni mulier, ni bizcochito, ni gorda son términos políticamente correctos. Yo jamás los usaría ni recomiendo a nadie su empleo.

 

 

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Profesor investigador de tiempo completo de la Universidad Autónoma Metropolitana - Iztapalapa. Doctor por El Colegio de México y Licenciado por la Universidad Veracruzana.


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