Bours y la indignación

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Después de 15 días de silencio, Eduardo Bours decidió dar la cara a los medios de comunicación a finales de la semana pasada. ¿Por qué la demora? Uno pensaría que tras la muerte cruel y evitable de 46 niños sonorenses el gobernador de Sonora se apresuraría a poner las cosas en claro. Después de todo, el servidor público tiene la obligación de encontrar responsables de manera expedita. Justicia lenta no es justicia. Pero no: en el caso de Sonora, Bours se tomó su tiempo.

Quienes lo entrevistamos en su ronda del jueves pasado escuchamos sólo una explicación: al gobierno de Sonora no le correspondía adelantarse a las investigaciones para señalar responsables; Bours, como paladín de la justicia, permanecía en prudente silencio mientras “las autoridades competentes” hacían lo suyo. La realidad, en opinión de muchos, es distinta. El gobernador hizo mutis porque quería ganarle tiempo al tiempo. Con Sonora en juego el 5 de julio, Bours prefirió jugar a la ruleta electoral que atender los reclamos de un país entero: primero el futuro político; después, todo lo demás. La otra razón para entender el retraso del gobernador es lo complicado que resulta terminar, en poco tiempo, un curso de entrenamiento de medios. Como tantos otros, el Bours que entrevisté el viernes era un autómata, un hombre obsesionado no con responder al periodista o a su audiencia, sino con defender una línea argumental inamovible. Podría haberle preguntado por el futuro de la rodilla de Rafael Nadal o las razones detrás de la caída del vuelo 447 de Air France y su respuesta habría sido la misma. Después de semejante puesta en escena, los encargados de la comunicación del gobernador Bours seguramente pasaron un fin de semana de buenos vinos y cortes sonorenses, muy distinto al de los padres que aun ahora entierran a sus hijos en el calor de Hermosillo.

El caso de Bours viene a cuento no sólo por la vergonzosa historia de impunidad que aún caracteriza la tragedia de la guardería ABC. Es, también, un ejemplo de lo mucho que nos queda por aprender cuando se trata de pedir cuentas a los políticos mexicanos. Es un pendiente de nuestra democracia. En México, la vocación universal de los políticos ha sido apostar por la desmemoria del electorado. Cuando Marcelo Ebrard juró y perjuró que cambiaría para siempre a la policía capitalina después del News Divine, sólo se regodeaba en la apuesta por el pronto olvido de la ciudadanía. Calculó —y con razón— que nadie llegaría tiempo después a exigirle cuentas. Los padres de los muchachos recurrirían a ese estoicismo tan mexicano; llorarían a sus muertos y seguirían con su vida. Y todo como si nada. Algo parecido ha ocurrido con el gobierno de Bours. Con suerte, piensan, para el 5 de julio la guardería ya no será nota, ni para los periodistas ni para los electores. En una de esas, calculan, hasta nos salimos con la nuestra en la elección.

Ninguna democracia puede crecer si los electores pierden la capacidad de indignación y olvidan la manera de traducirla en votos. Si la ciudadanía no castiga al mal gobierno, éste asume una licencia de ineficiencia a perpetuidad. Cuando los votantes sonorenses visiten las urnas en 15 días deberían castigar a un partido que, enfrentado con una honda crisis, optó por el cinismo. Lo mismo, por supuesto, podría decirse de la capital si el jefe de Gobierno sigue apostando por la postergación y la desmemoria. Contra el votante indignado no hay media training que sirva.

– León Krauze

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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