Caballería, ciencias y artes

Breves reflexiones sobre Daniel Sada y recuerdo del obituario el día que lo conocí.
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El obituario, el día que pensé en ti, era de Amadeo Guillet, la última persona en comandar una carga de caballería en contra del ejército británico. Muchos la han descrito como el evento militar más extraoridinario y aterrorizante de la segunda guerra mundial. Antes había estudiado caballería en Pinerolo. Fue seleccionado para escuadra italiana de equitación de las olimpiadas de 1936 en Berlín pero la decisión de Mussolini de invadir Eritrea un año antes lo llevó a procurar un cargo con la Spahdy di Lybia. Al poco tiempo fue herido en la mano por una bala que rebotó en la perilla de su montura mientras, con el pomo de su sable, despachaba a un guerrero etiope que intentaba desmontarlo.

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Cuando me dijeron que Daniel Sada iría al café del sábado porque ya estaba mejor me emocioné de conocerlo finalmente. Los amigos hablaban de él como un guía espiritual accidental de mordaz -aunque cariñosa- ironía. Decían que cuajaba una categoría propia por la manera en que labraba su prosa; que andaba buscando algo a través de la lengua que solamente él comprendía; que lo perseguía como quien busca un lucero que vio una vez y no ha vuelto a aparecer.

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Por su valentía, el infame general, Luigi Frusci, seleccionó a Guillet para formar parte del igualmente infame grupo de élite del ejército italiano conocido como las “Llamas Negras”. Con éste peleó del lado equivocado de la Guerra Civil Española. Ahí fue herido de metralla al protagonizar la captura de tres vehículos armados soviéticos. De regreso en Italia se opuso fervientemente a la rumbo pro-nazi del régimen.  Solicitó un puesto en África del Este Italiana, intentando alejar la inmediatez de la grotesca política europea y hacerse de un espacio para casarse con su prima Beatrice. Cuando Mussolini decidió entrar a la Segunda Guerra Mundial del lado alemán en 1940, el territorio se vio atrapado entre enemigos y, separado de Beatrice, que seguía en Italiá, tomó cargo de la caballería del virrey y príncipe real, Amedeo, Duque de Aosta, así como de un cuerpo de infantería yemení.

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Una vida dedicada a la escritura es un largo viaje. La escritura en sí es un viaje. Nunca se sabe bien lo que se encontrará, pero está llena de nerviosa anticipación y expectativa. El texto te lleva hacia adentro y te dobla hacia afuera. Con la punta de la pluma, con cada golpe del teclado, se trazan caminos insospechados, aventuras inverosímiles, nuevas geografías del espíritu. Y todo desde un departamento en la colonia Condesa de la ciudad de México.

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La misión principal de Amedeo Guillet durante la guerra era entretener a las fuerzas británicas en África lo más posible, de modo que se gastaran números y recursos, y no pudieran asistir a los ejércitos en el continente europeo. Peleó salvajemente, incluso cuando la mayor parte del ejército italiano en África ya se había rendido. Emprendió una campaña de guerrilla, atacando convoys y acribillando estaciones de guardia. Así fue el ataque al cuartel de Keru, donde los británicos asediaban una fortificación Italiana; hizo llover granadas como “bolas de cricket”, pasando por la espada a quien se interpusiera y causando que la artillería de las guardias de Surrey y Sussex se dispararan entre sí frenéticamente. Luego desapareció con sus caballeros por los wadis de la meseta eritrea.

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Ese sábado en el café, Sada, abatido por la diabetes y la insuficiencia renal, tenía el semblante amarillento y respiraba con dificultad, como si cada aliento fuera el último. Su presencia era imponente pero apenas participaba en la plática. Aunque sonreía como si le doliera dejaba adivinar una risa profunda y sonora.

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Guillet logró escapar por el Mar Rojo y regresó a Italia, donde finalmente se casó con Beatrice. Sin embargo, el desapego a Europa fue demasiado y optó por ingresar al servicio diplomático, cumpliendo labores de embajador en Jordania, Marruecos y la India. En 1975 se mudó a Irlanda a disfrutar de la caza de zorros que siempre lo había ilusionado. Curiosamente se volvió gran amigo de Max Harrari y Sigismund Reich, los dos hombres de inteligencia británica engargados de cazarlo durante la guerra.

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El Premio Nacional de Ciencias y Artes, en Literatura, por lo menos, se está volviendo una sentencia de muerte. Sucedió con Aura y Montemayor y ahora con Daniel Sada. Resulta muy vulgar que los jurados se demoren tanto en premiar la labor de escritores que merecían disfrutar el reconocimiento en vida. Para una persona cuya vida fue un viaje literario resulta aún más grosero y ofensivo. Lo que es peor, debido a que el resultado fue filtrado inoportunamente por un diario nacional de reconocido litigio, Sada pasó las dos últimas semanas de su vida desmintiendo felicitaciones de sus amigos por una cosa tan mundana como un premio del que no tenía conocimiento oficial. Nos quedan sus libros pero, ¡cómo me hubiera gustado celebrar en amistad su vida, compartir lo que presumen los que lo conocieron bien! Su esposa, Adriana Jiménez, declaró que había “partido hacia su paisaje interior”. Ojalá que así sea.

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Amedeo Guillet murió apaciblemente el 16 de junio de 2010, a la edad de 101 años.

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Antropólogo. Doctorando en Letras Modernas. Autor de dos libros de poesía. Bongocero. Nace en 1976. Pudo ser un gran torero pero...


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