El canon y el kitsch

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Salgo de la exposiciรณn de Jeff Koons en el Guggenheim de Bilbao y me guarezco de una repentina llovizna veraniega en el bar turรญstico mรกs cercano. Me acodo en la barra, junto al televisor, y mientras reviso mis notas, comienzan a pasar un videoclip de Lady Gaga, “g.u.y”. Reconozco el enclave en el que estรก rodado. Es el castillo de Hearst, la mansiรณn californiana del magnate en cuya vida estรก basada Ciudadano Kane. Segรบn me informa Wikipedia desde el telรฉfono mรณvil, se trata de un pastiche arquitectรณnico que integra elementos tan dispares como una fachada inspirada en la catedral de Ronda y un templo romano en la piscina. Sonrรญo porque esta fusiรณn absurda me recuerda a un collage que acabo de ver en el que una mujer montada sobre un delfรญn hinchable se sobreponรญa a un armonioso fondo de estatuas griegas. Me pongo las gafas para admirar a Gaga, semidesnuda entre las columnas que Hearst trajo de Italia y reconstruyรณ piedra a piedra. Estรก actualizando en clave kitsch la iconografรญa clรกsica, con versiones drag de la toga romana y ninfas que son atletas de nataciรณn sincronizada. A medida que avanza el vรญdeo, las reminiscencias al universo Koons se hacen mรกs y mรกs evidentes: secuencias de baile en las que se cuelan Michael Jackson y Jesucristo; el traje con la silueta de un oso en el que se embute Gaga, similar a los espejos con formas de animales que componen Easyfun; una bola azul reflectante idรฉntica a la de la serie Gazing Ball, donde el autor presenta reproducciones de esculturas antiguas en las que, gracias a este tipo de esferas, el pรบblico se ve reflejado… El videoclip parece un resumen fรญlmico de la retrospectiva que acabo de visitar, porque no es solo la imaginerรญa la que se repite, sino tambiรฉn los temas subyacentes: la desacralizaciรณn del canon, la apuesta por democratizar la experiencia estรฉtica dignificando el kitsch, la reivindicaciรณn del objeto artรญstico como objeto de consumo. Descubro mรกs tarde, ya sin sorpresa, que el diseรฑo visual de Artpop, el รบltimo trabajo de la cantante, corre a cargo de Jeff Koons. Partirรฉ de la premisa de que esta afinidad no es casual.

Heredera de Andy Warhol en particular y del movimiento Pop Art en general, la obra de Jeff Koons entra en confrontaciรณn directa con los teรณricos de la Academia de Frankfurt. Su propuesta expresa un deseo de integrar opuestos –lo viejo y lo nuevo, lo sagrado y lo profano– y la deconstrucciรณn mรกs significativa que resulta del proceso es la del binario alta cultura/cultura popular. Utilizando los conceptos de Walter Benjamin, toda la retrospectiva es una fiesta por la muerte del “aura” en tanto que distancia entre el espectador y la obra, asรญ como una reivindicaciรณn de la reproductibilidad del arte. De esta manera, en las series Statuary y Antiquity realiza reproducciones en acero inoxidable tintado –un material mucho mรกs barato que los materiales en los que se esculpรญan los originales– de obras canรณnicas, como la del busto barroco de Luis XIV o la Venus de Willendorf, cuya esteatopigia, enormes pechos y vientre abultado se convierten en gigantescos balones fucsia que recuerdan a los globos de helio. Los emblemas del arte canรณnico comparten espacio con los รญdolos de masas, como en la serie Banality, donde reproduce, siguiendo el mismo estilo de las tallas religiosas, la imagen de San Juan Bautista y la de Michael Jackson junto a Bubbles, su famoso chimpancรฉ.

Un detalle que puede parecer trivial pero que no lo es en absoluto son los photocalls que incluye la muestra. Es decir, la posibilidad de que los visitantes se hagan selfies junto a las esculturas mรกs emblemรกticas del artista (el colorido e icรณnico Popeye de bรญceps hipertrรณficos, lata de espinacas y pipa; el perro de globos de tres metros de altura y la langosta de aspecto plastificado con bigotes a lo Dalรญ). Lo mรกs probable es que ninguno de los visitantes pueda hacerse con la mรกs modesta de las obras expuestas –Jeff Koons es ahora mismo el autor vivo mรกs cotizado–, pero tienen la oportunidad de inmortalizarse junto a ellas y, al salir, acceder al impresionante despliegue de merchandising que recoge la tienda del museo: mecheros, llaveros, imanes para la nevera, agendas, camisetas, bolsos… Para todos los bolsillos.

En Dialรฉctica de la Ilustraciรณn, Horkheimer y Adorno observaban lo siguiente sobre la emergencia de manifestaciones artรญsticas que no se avergรผenzan de su connivencia con el mercado: “lo nuevo no es que [el arte] sea un objeto de consumo, sino que hoy en dรญa deliberadamente admite que lo es”. Esta pรฉrdida de pudor seguramente se relacione con la caรญda del mito de la contracultura. Como ilustra Dick Hebdige en su anรกlisis del fenรณmeno punk, que en menos de un aรฑo pasรณ de escandalizar a la sociedad britรกnica a inspirar las pasarelas de alta costura, en la sociedad capitalista no hay fenรณmeno perifรฉrico que no pase a ser integrado en el mainstream. El proceso de asimilaciรณn mรกs obvio consiste en convertir los sรญmbolos que distinguen a las subculturas en productos para las masas. Pero, si este mecanismo es tan sencillo, lo es, en primera instancia, porque las subculturas se individualizan a travรฉs de objetos de consumo, si bien resignificados. El conocimiento de estas dinรกmicas ha devenido en un cinismo contemporรกneo que, en cierta manera, postula lo siguiente: si no es posible transformar el statu quo desde los mรกrgenes, situรฉmonos sin vergรผenza en el epicentro y, desde allรญ, hagamos lo que estรฉ humanamente en nuestras manos.

Esta es, sin duda, la actitud que esgrime Jeff Koons cuando construye en madera policromada un gigantesco bodegรณn de flores como el que encontramos en la casa de nuestra abuela (Made in Heaven), fusiona el baloncesto con la fรญsica aplicada mediante balones suspendidos en el aire (Equilibrium) o expone aspiradores en vitrinas para museo (The New). Es decir, cuando toma objetos que cuestan unos dรณlares y los revende por millones estรก alardeando del poder que le concede su idilio con el mercado. Pero lo hace con el objetivo de que las clases medias entiendan que la experiencia estรฉtica ha dejado de ser dominio exclusivo de las รฉlites. Estรก al alcance de todos, camuflada en el dรญa a dรญa. De manera similar, desde las antรญpodas de lo indie, Lady Gaga ha utilizado su estatus de estrella comercial para visibilizar colectivos y propuestas que son, por definiciรณn, minoritarias. Es bien conocido su activismo lgtb, pero tambiรฉn se le podrรญa reconocer el mรฉrito de acercar el arte contemporรกneo a un pรบblico que, por lo general, jamรกs pisarรก un museo.

“La transformaciรณn de los tipos medios en hรฉroes es propia del culto de lo barato.” Este fenรณmeno que Horkheimer y Adorno parecรญan lamentar es, para Jeff Koons, una victoria de la democracia. La ridiculizaciรณn bajo la etiqueta de kitsch de las reproducciones baratas de objetos “autรฉnticos” no es sino una herramienta del poder para seguir alejando a las masas de lo que siempre les ha estado vedado. Por eso al pรบblico de buen gusto le resulta espeluznante encontrarse en las paredes de un museo con un gigantesco gato de plรกstico entre margaritas, pero su gesto torcido forma parte de la obra, explica las contradicciones de un mundo en el que los polรญticos de izquierdas que dicen gobernar para las clases bajas se dirigen a sus votantes utilizando oscura terminologรญa posmarxista y los intelectuales comprometidos hacen chistes sobre las faltas ortogrรกficas de los cibernautas que los siguen. Dirรญa que el valor de la obra de Koons, cuyo material predilecto es un acero pulido en el que el pรบblico se refleja, radica en ese efecto espejo, en la constataciรณn de que la cultura sigue siendo un elemento de distinciรณn de clase y que quien escribe, pinta o compone lo hace siempre, como ya dijo Tolstรณi, utilizando la retรณrica del poder. ~

 

Jeff Koons: Retrospectiva se puede ver hasta el dรญa 27 de septiembre en el Museo Guggenheim de Bilbao.

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(Bilbao, 1988) es autora de las novelas Cuando fuimos los mejores (Almuzara, 2007) y De mรบsica ligera (451 Editores, 2009).


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