El derecho a la liviandad

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a la memoria de Mauricio Peรฑa 

En una sociedad machista, una mujer en busca de novio o marido no puede entregarse a un hombre a las pocas horas de conocerlo: tiene que posponer la entrega hasta la tercera o cuarta cita, por si acaso el tipo que la corteja es un donjuรกn fanfarrรณn. El aplazamiento le sirve, ademรกs, para saber si el galรกn tiene intenciones serias, o solo quiere divertirse con ella. Como los buscadores de sexo expedito son impacientes, por lo general abandonan una conquista cuando la dama no se entrega con rapidez. Hasta hace poco, estas reglas del cortejo amoroso tuvieron una vigencia casi universal, pero su fecha de caducidad estรก a la vuelta de la esquina. De hecho, en los paรญses mรกs desprejuiciados y liberales del primer mundo, y en los islotes contraculturales de todo el planeta, las nuevas generaciones ya las derogaron. Su sentido orgiรกstico de la vida y la creciente igualdad entre los sexos conceden a la mujer el derecho a la liviandad, sin exponerla al descrรฉdito pรบblico. La entrega sexual inmediata revierte la vieja supeditaciรณn del placer fรญsico al entendimiento espiritual: ahora los cuerpos se unen antes que las almas, pero esa uniรณn no excluye la posibilidad de un amor duradero.

Serรญa un error pensar que el nuevo mundo amoroso no tiene reglas. Hace poco un joven amigo que estudia en Frankfurt las descubriรณ en una discoteca de moda. Estaba acodado en la barra cuando vio pasar a una bella punketa de pelo naranja. Fue tras ella con รกnimo de ligue, y le hizo algunas bromas en inglรฉs para iniciar una charla. Molesta por su abordaje, la chava lo dejรณ hablando solo. De vuelta a la barra, comentรณ el incidente a un amigo alemรกn. “Ya se cuรกl fue tu error”, le respondiรณ con un guiรฑo de malicia. Se levantรณ a buscar a la punketa y, sin decir agua va, le plantรณ un beso en la boca. Complacida, la muchacha se quedรณ con รฉl toda la noche. Mi amigo mexicano siguiรณ su ejemplo con una chava reciรฉn llegada a la discoteca y horas despuรฉs se la llevรณ a la cama. Segรบn los moralistas de la vieja guardia, este relajamiento de las costumbres tarde o temprano reseca el alma. Pero quizรก no sea tan daรฑino para el espรญritu eliminar los cรกlculos mezquinos y las precauciones hipรณcritas que reglamentan el cortejo amoroso en las sociedades conservadoras. Celosas de su independencia, las noctรกmbulas alemanas rechazan a quien las trata como chicas casaderas en busca de relaciones estables. No consideran un insulto que el varรณn las quiera solo para una aventura, porque ellas van al antro con la misma intenciรณn aviesa.

La mujer oprimida por una sociedad patriarcal se ve obligada a proteger su honra con una serie de rituales y barreras que la colocan en una posiciรณn de inferioridad ante sus galanes. Pero al desaparecer el estigma que pesa sobre la “mujer burlada”, las damas quedan en libertad de elegir si quieren a un hombre para un rato o para toda la vida. En Europa, los varones parecen haber aceptado con jรบbilo este equilibrio de poderes. En Amรฉrica Latina nos estรก costando mรกs trabajo. De hecho, los amantes desechados por una mujer que los utilizรณ para satisfacer un capricho erรณtico ya empiezan a lanzar quejas amargas en la canciรณn popular. Como dirรญa el sonero Polo Montaรฑez, el varรณn se ha vuelto “una vรญctima total de los antojos” femeninos, lamento que aรฑos atrรกs solo habrรญa podido proferir un “marica”.

Por desgracia, la incomodidad del macho latinoamericano frente a la liviandad femenina no solo ha provocado reacciones cรณmicas. En teorรญa, la proliferaciรณn de mujeres fรกciles deberรญa alegrar a todos los donjuanes. Pero en lugares como Ciudad Juรกrez, muchos hombres se niegan a aceptar que una mujer independiente decida si una relaciรณn serรก efรญmera o prolongada. Su orgullo sangra cuando les ponen un hasta aquรญ despuรฉs de haber hecho una conquista, como si la mujer que los aceptรณ durante una noche se obligara por ello a quedar para siempre a sus pies. Mi amigo Eduardo Antonio Parra cree que una buena parte de los asesinatos de mujeres cometidos en Ciudad Juรกrez obedece a este motivo. Segรบn Parra, en los noventa esa urbe era un paraรญso para cualquier varรณn, pues alrededor de seiscientas mil empleadas de maquiladoras disfrutaban su independencia econรณmica saliendo a ligar en los bares de la ciudad. El choque entre su estilo de vida moderno y la mentalidad obtusa de los machos norteรฑos fue uno de los principales factores que provocaron la oleada de feminicidios (me refiero, por supuesto, a los crรญmenes pasionales sin premeditaciรณn, no a los que cometiรณ una caterva de juniors psicรณpatas protegidos por el gobierno local). Educados para tratar con hembras sumisas, urgidas de escuchar propuestas matrimoniales, se toparon de pronto con un tipo de mujer que no querรญa atarse a un hombre y los humillaba con sus veleidades de picaflor. El privilegio de tener a su disposiciรณn miles de mujeres libres entraรฑaba una insoportable pรฉrdida de poder que en muchos casos los orillรณ al asesinato. El sรญndrome del galรกn burlado seguirรก cobrando vรญctimas mientras el hombre no conceda a la mujer el derecho de usarlo como objeto sexual. ~

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(ciudad de Mรฉxico, 1959) es narrador y ensayista. Alfaguara acaba de publicar su novela mรกs reciente, El vendedor de silencio.ย 


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