Embajador

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Embajador. Es bien conocida la repulsión de Alfonso Reyes por la política. En una carta que nunca mandó elucida el horror que le inspira la política que mató a su padre y mandó al exilio eterno a su hermano. Su admiración superlativa, su amor sin límites por su padre, el general Bernardo Reyes, dos veces golpista, caído frente a Palacio Nacional en su última intentona contra el presidente Madero, es más que suficiente para explicarlo; el alejamiento forzoso de su brillante y ambicioso hermano que, como muchos, le apostó a Victoriano Huerta no hizo más que confirmarlo en semejante sentimiento.

Sin embargo, Alfonso Reyes sirvió a los regímenes revolucionarios que condenaron la memoria de su padre y mantuvieron a su hermano en el ostracismo. En calidad de diplomático, lo que es una atenuante, puesto que los diplomáticos de carrera deben servir al régimen en turno.

Alfonso Reyes sirvió con lealtad, eficacia y pasión personal a los gobiernos de Plutarco Elías Calles, Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio, Abelardo Rodríguez y Lázaro Cárdenas, en París, Buenos Aires y Río de Janeiro, durante diez años, a lo largo del conflicto religioso en México. ¿Por qué “pasión personal”? Porque, hijo de un general liberal, compartía la desconfianza, para no decir más, de los anticlericales en el poder no solamente hacia el clero sino hacia la religión en general. Muy posiblemente no estaba de acuerdo con los métodos empleados por el general y presidente Calles, pero en sus papeles privados no se encuentra ninguna desaprobación y sí manifestaciones de una ideología volteriana digna del Siglo de las Luces.

Defendió a capa y espada, en público y en privado, la línea del gobierno mexicano entre 1926 y 1936. Como embajador denunció los ataques de la prensa local, pidió la intervención del gobierno anfitrión para poner fin a “la campaña de insultos contra el presidente Calles”; se vanaglorió de haber mandado quitar, en París, carteles denigrantes para el jefe del Estado; en los salones, como embajador, pero también como particular, empleó sus grandes talentos, seducción, don de gentes, prestigio literario, para servir a la causa de su gobierno.

Así, en Brasil, país en el cual sirvió durante seis años, supo ganarse la estima y la amistad del campeón del catolicismo, el converso Alceu Amoroso Lima (1893-1983), cuyo nombre de pluma anterior era Tristão de Athayde. Reyes defendía la posición oficial de su gobierno, lanza en ristre cuando lo sentía necesario, como se puede ver en el Archivo Genaro Estrada de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Tanto en Argentina como en Brasil Reyes observó con cierta sorpresa la poderosa fuerza que ejercía la Iglesia católica en asuntos del Estado y la movilización de una mayoritaria opinión pública católica. Vio de cerca las reacciones a veces exaltadas de los particulares y de ciertos miembros del gobierno ante el conflicto religioso mexicano. En Río sucedió a Pascual Ortiz Rubio, quien se había peleado rudamente con el gran intelectual católico Jackson de Figueiredo (1891-1928), notable por su violencia verbal al estilo Léon Bloy. Ortiz Rubio calificó de “canallescos” sus artículos que denunciaban “el Estado neo-pagano, nuevamente dueño de las conciencias”, y a Calles como “charlatán o bárbaro, pérfido o loco”.

Figueiredo provocó la furia de Ortiz Rubio, que pidió al gobierno brasileño censurar al cruzado católico; su insistencia fue tal y tan dañina para las relaciones entre los dos países que la Secretaría mexicana le ordenó olvidarse del asunto. Ortiz Rubio amenazó entonces con renunciar si se le obligaba a dejar la lucha contra Figueiredo.

Amoroso Lima se convirtió al catolicismo en agosto de 1928 y sucedió a Figueiredo, como líder laico, cuando aquel murió en el mar tres meses después. Amoroso Lima, hijo de la élite empresarial, formado en París y Brasil, alumno de Henri Bergson en la Sorbona, crítico literario, resultó ser el “álter ego” de Alfonso Reyes, quien se quedó en Brasil de 1930 a 1936.

Amoroso Lima publicó en 1931 “México invisível”, crítica severa del anticlericalismo del Estado mexicano, pero en un tono moderado, con una gran esperanza en el futuro cristiano y democrático de México. Esperanza es la palabra clave en este texto muy importante: “drama de toda una nación, la más original y fuerte de toda América Latina […] drama protagonizado por el odioso Calles y por el no menos tristemente famoso Ortiz Rubio”.

La esperanza de Amoroso Lima se centraba en un hombre, el embajador mexicano Alfonso Reyes, que se había vuelto su amigo. Los unía una formación cultural común, la fascinación por Grecia y la Roma antigua, y una vocación literaria universalista, más alla de todos los nacionalismos; los dos compartían la misma admiración por G.K. Chesterton y la amistad de escritores franceses y argentinos. Reyes hizo en seguida, como siempre, de su embajada un salón en el cual se reunía la intelectualidad nacional; editó y distribuyó entre la élite brasileña su revista Monterrey para dar a conocer a México y su cultura. Amoroso Lima comentaría más tarde: “Desde el primer momento, Reyes se volvió preeminente y visible; su nombre, sus actividades, sus escritos fueron publicados en las editoriales cariocas. Los ataques contra el México de las medidas religiosas continuaron, pero en menor escala. Presentar siempre el mejor aspecto de la situación de su país lo obligaba, a veces, a maniobrar tras bambalinas.” Y lo hacía muy bien, tan bien que se ganó a Amoroso Lima, el hombre que denunciaba a “Ortiz Rubio, Calles, la gran apostasía contra Nuestro Señor”.

Los contactos personales permitieron evitar enfrentamientos públicos y mejorar las relaciones entre los dos países. Afinidades electivas, admiración mutua: esto no obliga a señalar la importancia de los factores subjetivos en la historia de las relaciones internacionales. Eso explica que en “México invisível” se puedan leer ya elogios a Reyes “gran letrado […] defensor de la latinidad, del sentido universal de la cultura, de la actualidad de Virgilio”.

Así, el campeón de la catolicidad brasileña, brazo derecho del primado de la Iglesia de su país, converso bajo la influencia del cruzado Jackson de Figueiredo, pudo construir cierta concordia con el culto y escéptico embajador de un gobierno que, entre 1931 y 1935-36, había emprendido una verdadera persecución religiosa, según los criterios de la Liga de las Naciones.* ~

 

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*Referencias:

Amoroso Lima, Alceu, "México invisível", Río de Janeiro, 1931.

–, Memorias improvisadas, Petrópolis, 1973.

Ellison, Fred P., Alfonso Reyes e o Brasil: um mexicano entre os cariocas, Río de Janeirso, 2002.

Menezesm José Rafae de (ed.), Jackson de Figueiredo, Río de Janeiro, 1977.

Palacios, Guillermo, Intimidades, conflitos e reconciliaçoes: México e Brasil, 1822-1993, São Paulo, 2008. ã

 

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