En defensa del gris

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¿Recuerdan? Allá en mayo se producían en España inquietantes signos de que ahora sí que nos acercamos a 1984, justo cuando se cumple, este mes, el primer centenario de George Orwell, un escritor que se conserva más joven que un número apreciable de los escritores vivos y que la mayor parte de los muertos.
     Quizá entre lo más inquietante figura aquel intento de linchamiento de la editora Miriam Tey por haber publicado en Ediciones del Cobre el libro Todas putas y dirigir al tiempo el Instituto (Oficial) de la Mujer. Se dijo que era un rifirrafe electoral, pero ello supone desconocer (o temer) el Pensamiento Políticamente Correcto (llamado PC en las universidades de Estados Unidos) y su estalinista fiscalización del pensamiento y el comportamiento.
     Y el lenguaje. Eso que ilustraron los carteles del PSOE, cuando en las elecciones se prometía una gestión “para todos y todas”, ejemplo del lenguaje seudo antisexista e igualitario de muchos políticos (empezaron Anguita e Ibarretxe), que engendra un reino de taifas en la comunicación y conspira contra ella con boba pero misteriosa eficacia. Como ya sucede en ee.uu., terminaremos pidiendo perdón por utilizar la palabra negro o gitano o moro (nombre de ciertas tribus del Magreb), o viejo, paralítico, gordo… Ya no se podrá (¿se puede?) decir alcaide sino funcionario de prisiones, ni tampoco enfermera —a saber por qué—, sino asistente técnico-sanitaria. Tampoco anciano, y sí tercera edad, que esa sí que me parece una falta de respeto. (“Terceraedad será tu padre, chaval”, pienso decir cuando me toque y algún petimetre o petimetra se permita insultarme.) Y para qué hablar del PC nacionalista, que obliga —hablando en castellano— a decir Lleida o A Coruña, y pronto Donosti. ¿Por qué no Moscova? O la trágica bufonada de Arzalluz cuando dijo (en castellano) que el castellano es una lengua de opresión.
     Al paso marcado por esos políticos y los sacerdotisos del PC, pronto no podremos decir lápiz, por ejemplo, palabra de género masculino que evoca un falo provocador, y diremos pluma. No, tampoco esa, pues algún homosexual se podría ofender. Habrá que decir estilográfic@, recurso éste (@) que permite neutralizar el sexismo de las palabras y de paso devolver el idioma a los balbuceos anteriores al latín.
     Nada nuevo. ¿Acaso Góngora no escribía bostezos del gigante para eludir (por estética) la simplona cueva? ¿Y acaso Molière (por política) no ridiculizaba a las petimetras de su tiempo al retratarlas en Las mujeres sabias hablando de la bella volante para eludir la vulgar mano?
     No se rían —o mejor dicho sí, ríanse con Molière, y con Shakespeare, y con Swift, y con…—, pero no se rían porque estas cosas revientan en forúnculos las bromas de literatos y no sólo modifican la realidad: la falsean. Lo que, para quien cree que el hombre lo es en buena parte porque habla, resulta casi peor. ¿Acaso Bush no nos metió en una guerra con el pretexto del Eje del Mal, que varía según la nubosidad de Washington? Había aprendido de Reagan, que sin rubor llamaba luchadores por la libertad a los forajidos de Somoza, descendiente mejorado de aquel que el primer Roosevelt llamó “nuestro hijo de puta”.
     Y lo más grave es que funciona. Para mí tengo que Aznar ganó las elecciones (que la izquierda defraudó las expectativas) gracias en parte al lenguaje guerracivilista que tan bien maneja el bronceado Arenas con sus alarmantes corbatas rosas: aquello de la coalición radical (llamar radicales a Zapatero y a Trinidad Jiménez es como llamar Garfio a Peter Pan y confundir a una heroína de Mujercitas con Cruella Deville), y la acusación a la izquierda de atrincherarse tras la pancarta, siendo la pancarta la protesta de casi todos por habernos metido en una guerra que sigue siendo ilegal, por muy asesino y ratero que siga siendo Sadam. Si eso no es neolengua, el lúcido diagnóstico de Orwell en 1984, entonces qué es.
     Por todo eso y por más cosas que no caben aquí es tan inquietante que una editora hubiese estado a punto de ser lapidada por los nuevos inquisidores —¡por publicar ficción! (cualquier ficción)— sin que a nadie, aparte de un grupo de escritores que protestaron, se le moviese un músculo: por supuesto algún escritor, oportuno, defendió la lapidación con argumentos PC. Un sentido de los matices como el que demostró Joaquín Sabina, nuestro Ácrata Nacional, cuando en el Círculo de Bellas Artes, con inolvidable gesto y sentido democrático, le dijo a Mendiluce, el candidato Verde, que sólo le cedía el micrófono para anunciar su retirada (sic), lo que por lo visto iba a permitir la victoria de la izquierda. (No pasó nada, pero cambió mi voto.)
     Seguro que, si nos ocurrió todo eso sin escándalo, era porque estábamos todos concentrados en el problema de tener los mayores índices de adicción a la caja más tonta de Occidente, y no sólo por la telebasura: vean los telefilmes. Esa sí que es globalización… de la idiocia PC. Lo cual tiene sin duda que ver con estos “tiempos sombríos” (¿fue Brecht quien lo dijo?) “en los que hay que defender lo obvio”. Y lo obvio es que una sociedad libre lo es en primer término porque admite la circulación de todas las ideas, incluidas las más repugnantes y estúpidas, y sin que ello suponga rendir una sílaba del Código Penal. Esa es la única garantía de que nadie decida un día que es propietario de la verdad y le dé por quemar al vecino (o al súbdito) cuando no piense como él. Resulta por lo menos chocante que en 2003 no hayamos aprendido esa lección.
     Todo eso, como la guerra permanente, también lo supo anunciar el joven Orwell, cuya lucidez no le alcanzó para prever la máquina de detectar a futuros asesinos a través del lenguaje, como ahora se anuncia. Ni Stalin se habría atrevido a soñar con algo así. –

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Pedro Sorela es periodista.


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