Caía una nieve ligera en este invierno que no se acaba. Subí corriendo las escaleras de la parada del metro 7, en Queens. El andén estaba casi desierto. En una banca, dos músicos afinaban la guitarra y el acordeón. Nos saludamos. Asintieron con la cabeza y entonaron su canción. Era una escena casi surreal, las vías del metro cubiertas de nieve, los edificios de Manhattan en el fondo y sus voces sutilmente llenando el silencio, interrumpidos solo por el anuncio: “the next Manhattan bound 7 local train will arrive in approximately 2 minutes”.
Llegó el tren. Nos subimos. Rápidamente empezaron a tocar su canción, calculando el tiempo entre una parada y la siguiente.
En cuanto paró el tren salieron corriendo para subir a otro vagón. Corrí con ellos. “¿Vienes con nosotros?” Sonrieron. Seguimos la misma rutina, de la parada de la 46 St a la 40 St con una de Bronco, a la 33 St con una de Vicente Fernández, y de Queensboro Plaza a Court House Square con “El Rey”.
“¡Ahora somos tres!”, decían cada vez que subíamos juntos al siguiente vagón. Entramos a Manhattan con “Volver, volver, volver”, y de Hunters Pt a Vernon Jackson, “La Reina del Sur”: “Chapo, te agarraron…por güey. ¿Verdad? ¡Lo agarraron al Chapo por guey! Se le durmió el camarón, ¿verdad?”
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En cuanto se detuvo el tren me preparé para correr pero uno de ellos dijo, “no, aquí ya es peligroso”, sugiriendo que ahí hay más vigilancia. Así que de Vernon Jackson a Grand Central Station platicamos. Uno venía de Cuba Libre, un pueblo de unos 700 habitantes en Guerrero. El otro de Acapulco. “Directos de la Sierra” se llama el grupo. “¿Y tú?” “Yo soy chilanga”. “Uuuyy, pensé que eras a-merrr-i-ca-na”. Llegamos a Grand Central Station, cambiaron de vagón, yo cambié de línea. Nos dimos un fuerte apretón de manos.
es profesora de estudios globales en The New School en Nueva York. Su trabajo se enfoca en las políticas migratorias de México y Estados Unidos.
