Escribir en los tiempos de la autopromoción y el selfie

¿Cuáles son los pros y los contras de la autopromoción en las redes sociales?
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Con frecuencia utilizo las redes sociales para promocionar los libros que he publicado en los últimos tres años. En una sociedad donde los medios tradicionales no tienden a la pluralidad, y en donde se reseñan los trabajos de unos cuantos, la autopromoción es un mal necesario para aquellos narradores emergentes que buscan encontrar a sus lectores. Si no, ¿para qué escribir?

Yo comencé a publicar mis historias en un blog durante la década pasada y me siento orgulloso de que las pocas reseñas que mis libritos tienen hayan sido publicadas en su mayoría por reseñistas amateurs, generalmente en blogs o en revistas electrónicas. Y esto significa que algo está cambiando. Mientras que los mismos autores de siempre siguen apareciendo en las secciones de cultura de los periódicos, cada vez más aburridas, allá afuera, en la red, hay otra discusión más dinámica sobre la literatura, en la cual participan lectores jóvenes (que son los que importan) y escritores nuevos. Esto hubiera sido impensable antes de los blogs y de las redes sociales. Ahora bien, esto no significa que la discusión sea de calidad la mayor parte del tiempo. Por más independientes que lleguen a ser algunos reseñistas, con frecuencia leo los prejuicios usuales de la crítica mexicana.

Hace meses que alimento algunas cuentas en redes sociales para mantenerme en contacto con amigos y familiares, pero también estoy consciente de que no existe otra manera de llegar a los lectores. Si publico un libro, no puedo esperar una reseña en un periódico, puesto que no tengo amigos ahí; más aún, ya ni siquiera puedo estar seguro de que esta llegue a los lectores que me importan; es decir: los jóvenes.

Toda situación positiva acarrea otras negativas. Las redes han potencializado los vicios que siempre han estado alrededor de la literatura: los dimes y diretes entre autores; las habladurías de gente que ni lee ni escribe; el morbo del público; el resentimiento y la frustración de aquellos que quieren escribir pero no se atreven, cuando es lo más fácil del mundo (la prueba es que ahora en México hay más escritores que superhéroes y villanos en el Universo DC y el de Marvel juntos). Yo he participado de todo esto y me da vergüenza admitirlo, aunque no sé si quiera seguir haciéndolo por mucho tiempo, pues nada estorba más a la creatividad que andar viendo quién se sacó una selfie con quién; quién ganó tal premio; quiénes fueron los jurados; quién acaba de publicar otro libro (y tú no), etcétera. Supongo que esta clase de actitudes han existido desde que dos hombres escribieron en sendas tabletas de barro y uno envidió los trazos cuneiformes del otro, pero me parece un hecho que las redes sociales han maximizado este mal. Supongo que estas cosas ocurren también entre los dentistas, los economistas y los mimos de Coyoacán. Aún así, parece que escribir en la era del selfie se vuelve cada vez más tortuoso, según veo entre algunos de mis amigos, al grado de que algunas veces se nos olvida que leer y escribir son actos solitarios, íntimos. ¿Y en dónde termina una autopromoción sana y necesaria y dónde comienza el mero selfie? Me parece que los escritores menos que nadie deberían de participar de esta clase de actitudes contemporáneas. ¿Cuál es la diferencia entre un escritor que presume sus libros y un narcojunior que muestra su auto deportivo? A lo mejor nomás el presupuesto. En resumen: si las redes han democratizado la atención que el muy pequeño público (hablamos de México) le pone a los autores emergentes, ¿hay alguna manera de evitarse los males que traen consigo? La respuesta probablemente es no. 

 

 

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Vive en la ciudad de México. Es autor de Cosmonauta (FETA, 2011), Autos usados (Mondadori, 2012), Memorias de un hombre nuevo (Random House 2015) y Los nombres de las constelaciones (Dharma Books, 2021).


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