Final de campaña

En esta campaña se ha hablado de regeneración democrática y de corrupción, pero ha sido llamativa la poca importancia que los líderes han dado a algunos temas sobre los que se ha hablado mucho estos años.
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Esta campaña que termina ha sido una de las más emocionantes de la política española. Hay más participantes y el resultado es más incierto. Ha sido una campaña espectacular, donde la televisión ha tenido mucha importancia. Yo quedaba con amigos a ver los debates, como cuando había las finales de fútbol o la gala de los Goya. Ha habido los suficientes debates como para aceptar que la mejor manera de ganar es no asistir.

La televisión lo convierte todo en espectáculo televisivo. A menudo la campaña ha hecho pensar en las campañas de la ficción y la realidad estadounidenses. A veces parecía que eran unas elecciones presidencialistas y no parlamentarias.

Había dos ejes a lo largo de la campaña: por un lado, la vieja y la nueva política, y por otro un eje derecha-izquierda, donde Podemos y PSOE han intentado empujar a Ciudadanos a la derecha. Entre las partes más disfrutables ha estado el cinismo de algunos candidatos, como cuando Pablo Iglesias reprochó a Pedro Sánchez que hubiera sido duro con el presidente del gobierno en el debate.

Los análisis serios de los programas electorales están en otra parte, como por ejemplo en la serie de textos publicada por Politikon y Piedras de Papel. Lo que ofrecen los debates y las campañas es otra cosa, y una guía como la de Scott Adams puede ser útil.

Se ha hablado de regeneración democrática y de corrupción, pero ha sido llamativa la poca importancia que los líderes han dado a algunos temas sobre los que se ha hablado mucho estos años. La crisis económica, como recordaba hace unos días Xavier Vidal-Folch, parecía algo superado y algo en lo que los gobiernos tienen más capacidad de actuación de lo que indica la experiencia reciente. Factores como la caída del precio de los combustibles fósiles y la política del Banco Central Europeo apenas se mencionaban. Entre los éxitos del PP en la legislatura se encuentran haber evitado el rescate total de la economía española y haber convencido a muchos de que el rescate que hubo no fue un rescate.

Aunque se ha hablado del paro, el primer problema del país para la mayoría de los españoles, muchas de las respuestas quedaban en el voluntarismo (o en la derogación de las leyes del PP). Ciudadanos, que parece el único partido con una verdadera propuesta, el contrato único, se tenía que poner a la defensiva, lo que hacía pensar que es mejor no llevar ninguna propuesta. Es muy difícil que una explicación venza a una etiqueta.

La crisis ha producido un gran incremento de la desigualdad. Pese a que la retórica política española habla siempre de clases medias, los más pobres y los más débiles han sufrido mucho más la crisis. El 10% de los hogares más desfavorecidos perdieron un 13% anual de sus ingresos entre 2007 y 2011. El 10% de los que más tenían solo perdió un 1,5% anual de sus ganancias.

Ha sido una campaña curiosamente ensimismada. Los nuevos partidos, cada vez que hablaban de cuestiones de política exterior, daban cierto aire de bisoñez. España ha perdido influencia en Europa durante la legislatura. Pocos asuntos internacionales han aparecido en campaña, aparte de hipótesis poco sólidas sobre lo que harían las fuerzas políticas con respecto a ISIS. España tiene problemas y responsabilidades relacionados con la Unión Europea que han recibido poca atención.

Otro de los temas centrales de la legislatura pasada, y el asunto del que más se hablaba hasta el inicio de la campaña, ha sido el independentismo en Cataluña. La propuesta de Podemos es reconocer el derecho de autodeterminación en la Constitución, lo que sería una arquitectura territorial que recuerda a los mensajes del Superagente 86 que se destruirían en unos segundos. La cuestión territorial ha aparecido menos de lo que habría podido esperarse.

Los partidos deben hablar de las cosas en las que son fuertes, pero no haber tratado más algunos asuntos quizá sea una oportunidad perdida. La próxima legislatura, con un parlamento más fragmentado, debería traer reformas y una nueva cultura de la transacción y el acuerdo. Esa diversidad de fuerzas hará que probablemente sea agitada. Pero eso también debería convivir con el análisis sosegado y una cierta normalidad, del mismo modo que la poesía de las emociones políticas debe retroceder para combinarse con un saludable aburrimiento democrático.

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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).


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