Futbol y dinero

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Señor director:

Leí con enorme interés el número de su revista dedicado al fútbol. No obstante, considero que ninguno de los textos publicados aborda un tema de capital importancia: el del comercialismo desbordado que ahoga hoy en día a este deporte. Por ello, me permito hacer compartir las siguientes reflexiones.
     Antes del Mundial de 1974, Adi Dassler, creador de Adidas, impulsó con todo la llegada de Joao Havelange a la presidencia de la FIFA. Entonces empezaron a aparecer pequeños ribetes en los cuellos y en las mangas de las camisas y en los zapatos, primero, y luego en pleno pecho. Así, cada jugador se convertía en un comercial de 90 minutos, mientras la televisión se apoderaba del deporte-más-hermoso-del-mundo. Ahora vivimos en un mundo gobernado por el dinero, y las decisiones tienden más hacia lo económico que hacia cualquier otra cosa. Ya nos parece normal oír que un jugador vale cincuenta o sesenta millones de dólares, que es el más caro de la historia y, en la siguiente transacción, que ha dejado de serlo; que los equipos grandes crezcan más y los pequeños menos, y que ahí se queden salvo la intervención de un gran empresario; que los jugadores vayan de un lado para otro y dejen de representar una camiseta y, peor aún, que ciertos equipos hagan una especie de circuito anual de jugadores donde los intercambian y ponen a mover el dinero.
     Esta situación nos ha llevado a dos circunstancias. La primera es que el fútbol es uno de los grandes negocios del mundo, capaz de generar grandes sumas de dinero y repartirlas adecuadamente. Inolvidable aseveración de Joao Havelange a la caída del bloque soviético: "Con la caída del bloque socialista quedan, en el mundo, dos potencias: Estados Unidos y la FIFA". Y va una prueba: en la próxima Copa del Mundo de Japón y Corea se calcula que las ganancias de ambos países alcanzarán los cincuenta mil millones de dólares.
     La segunda circunstancia es más delicada: se ha perdido la mística de juego. Los jugadores, cada vez más profesionales y acreedores a grandes sueldos, han perdido las ganas de jugar para conservar sólo las de ganar como sea. ¿Cuántas veces hemos visto a jugadores que un segundo después de entrar al área y al sentir la cercanía de un rival se dejan caer intentando engañar al árbitro? Han quedado atrás las florituras de los brasileños en el área penal, que, en lugar de tirarse, amagaban, paraban el balón, lo pasaban a otro compañero creando una nueva jugada.
     Pero este asunto no es sólo de los jugadores. Evidentemente hay entrenadores que permiten y solapan estas conductas, y todo porque el puesto se conserva si el resultado lo indica, no si el juego lo amerita. Hay que defender el puesto con los dientes, la danza del dinero es muy atractiva. Pero preferimos lo que dice Valdano: no hay sistemas infalibles; se puede ganar o perder jugando bien o jugando mal.
     Estamos en un momento de decisiones importantes. La inflación ha crecido fuertemente y la FIFA, para contrarrestar esto, ha lanzado una nueva propuesta: los equipos no serán más dueños de las cartas de los jugadores, lo serán ellos mismos, como a la americana. A ver qué pasa.
     Esperemos que el caso Ronaldo sea un hecho aislado y no una constante; que las finales de las copas enfrenten a equipos y no a marcas comerciales, y que los colores de cada club o cada selección conserven su valor y no cambien a capricho comercial o se tapicen de anuncios. Las cifras se multiplican cada vez más, pero cuando el balón corre y llega a Figo, a Zidane, a Rivaldo o a Raúl, las cosas recobran su poder y la pasión regresa. No lo olviden y no abusen de esto.
     Reciba un saludo de
     — Carlos Azar Manzur

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