El crítico, ensayista y poeta italiano Massimo Rizzante se define a sí mismo como un flâneur. Lo mismo va de Europa a América que a África. “Siempre ha sido así”; afirma, “veo si encuentro autores interesantes y empiezo a leer, incluso comienzo a aprender la lengua. Soy un profesor universitario, sin embargo, al final, soy un autodidacta”. En esta ocasión, visita México a propósito de la reciente traducción y publicación de su libro de ensayos No somos los últimos —a cargo de Fabrizio Cossalter y bajo el sello Ai Trani.
Acordamos vernos en Casa Refugio, una hora y media antes de la presentación del libro. Puntualmente, Massimo llega en compañía de Fabrizio. Nos sentamos en una mesa en el área para fumadores. Pedimos café y cerveza. Encendemos el primer cigarrillo. Sin mayores protocolos, comenzamos a charlar.
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Abre fuego diciendo, “Mucha gente me ha dicho que soy un poco reaccionario”. Y, ¿cómo no serlo? Cuando nos enfrentamos al presente no como un momento transitorio que sucede ahora, sino como una categoría histórica, surge una duda: ¿en qué momento algo que se supone revolucionario deja de serlo mientras que, en cambio, algo reaccionario se presenta como revolucionario?
Hay momentos en la historia en las que hay que ser progresista pero hay momentos, también, en los que hay que ser un poco reaccionario en el sentido literal: reaccionar.
Reaccionar hoy, en Europa, en Italia, sencillamente significa tener un sentido crítico. ¿Por qué? Porque todo el mundo es progresista. Todo mundo quiere el progreso, quiere el bienestar. No hay conflicto, no hay conflictos políticos. ¿Hay aquí conflictos políticos verdaderos? En Italia, la gente no va jamás a las calles. Muy raramente. Es simple, se ha acabado con la conciencia obrera. Es decir, hay obreros pero no hay conciencia obrera. En los años sesenta, setenta, a comienzos de los ochenta la gente baja a las calles. Pero, ¿quiénes? Los estudiantes, los obreros. Hoy si los estudiantes y los obreros no salen a las calles, nadie sale.
El otro gran problema en Europa es que tenemos a los islamistas en casa. A parte de eso, el problema político es la gran pregunta sobre si existe una derecha o una izquierda. ¿Hay una verdadera izquierda y derecha?
Putin es lo que encarna magníficamente nuestro momento histórico. Putin es el héroe que tiene las cosas muy claras. No hay problemas acerca de la izquierda y derecha, hay un zar y él decide. Insisto, él es un héroe de nuestra época. Lo hombres de Francia, por ejemplo, no saben qué hacer. Ahora, bueno, empieza una guerra.
Hace no mucho Žižek, a propósito de los conflictos del fundamentalismo religioso, parafraseaba a Horkheimer: “si no podemos ser críticos con el liberalismo económico, es mejor que callemos acerca del fundamentalismo religioso”. Más adelante, en otro ensayo, decía que debíamos ver a ISIS no como el resultado del colonialismo europeo, sino como la contracara de los movimientos supremacistas anti-inmigrantes en Europa.
Para quien conoce la historia de Occidente, siempre ha pasado eso. La historia de la civilización occidental es una guerra de religiones; el pensamiento crítico, el modernismo son momentos muy pequeños, históricamente hablando. Ese mito de que la democracia está en cualquier lugar y que podemos llevarla a cualquier lugar no existe.
Pienso que hay una falta de conocimiento por parte de los intelectuales europeos en relación con lo que pasa aquí, en América Latina, por ejemplo o con lo que pasa en Medio Oriente. El intelectual desde el siglo XVIII pensó ser el centro del mundo. Llegado el momento, al final del siglo XX o ahora, se da cuenta por primera vez que no es el centro del mundo. Eso es un problema porque tenemos que verdaderamente dialogar, cosa que no era necesaria antes. Ahora empieza lo difícil. Tenemos a los kamikazes en París y eso nace muy lejos; a principios de los ochenta cuando Estados Unidos decide llegar a Iraq, etcétera. Hay que tener en cuenta la historia. Lo han creado y ahora hay que sufrirlo. Europa tiene que aprender. Por primera vez en su historia, Europa tiene que aprender.
Ahora que mencionas de manera explícita la necesidad de aprender, me parece que en No somos los últimos profundizas en ello. Por ejemplo, a través de la idea de Literaturistán —país en donde “los enanos ya no suben a las espaldas de los gigantes”— y la existencia de jerarquías intelectuales, las cuales me parece, entre otras cosas, se dan por medio de la institucionalización de la literatura.
Claro, pero la institucionalización no es la verdadera forma. El problema que pongo yo es justamente que no se sabe si verdaderamente hay una jerarquía de valores. ¿Qué define el valor hoy? Para mí solo la gente que tiene ochenta años puede tener un prestigio, pero este prestigio es el resultado de una época que no es la nuestra. ¿Cómo hacer? Alguien que piensa ser un auténtico artista, ¿qué debe hacer?
Lo veo en mí mismo, la posibilidad de poder enseñar no la veo en Europa, no la veo en Italia. Quizá aquí, en México, la cultura aún tiene una función importante. Por ejemplo, el escritor aquí puede ser un hombre público.
Puede ser que la literatura se esté convirtiendo en algo marginal porque ya no está al centro del sistema, ahora hay otras artes. Aun así puedo decir que el crítico es un sujeto marginal, por eso creo que la gente joven no sabe reconocer el prestigio. Yo creo, profundamente, que todos los grandes escritores son marginales. En el sentido literal. Están al margen de todo el sistema político, cultural.
Es cierto que el artista, hoy, está acostumbrado a validarse a través de las instituciones. Lo que lleva, de alguna forma, a una especie de burocratización; el escritor, de pronto, escribe para ganarse una beca, para obtener un premio. Aprende a escribir para algo.
Claro. En México, por ejemplo, el Estado ayuda. Donde el Estado ayuda mucho a la cultura, la cultura se domestica.
Aunque eso es un síntoma general. En Francia, en Alemania, el Estado ayuda muchísimo a los artistas. Los escritores alemanes, a partir de los veinticinco, treinta años, comienzan su camino burocrático. A partir de los treinta años, hasta al final, tú puedes escribir sabiendo que tienes tu beca, tu subvención. Yo creo que el Estado no debe tener que ayudar mucho, porque devalúa, desvaloriza el arte.
Yo no soy un romántico, pero un artista tiene que tener un conflicto, tiene que querer libertad. No creo que si ese artista tiene siempre la posibilidad de ser ayudado por el Estado, puede que ese conflicto, que esas dudas, esa ansia de libertad se solvente con otra cosa.
Y eso nos puede conectar con la Weltliteratur, esa literatura supranacional que se comunica, que es capaz de decir algo de su lugar y del lugar al que llega. La institucionalización borra, al final de cuentas, la posibilidad de fluir en el pensamiento crítico.
Sí. Creo que, precisamente, la perspectiva tiene que ser esa. La literatura es una. Los escritores, los artistas, los críticos, siempre han pensado de una manera supranacional. Es decir, es imposible que un escritor mexicano del siglo XXI lea solamente la literatura mexicana. Es imposible. Creo que es la lógica del arte ser supranacional. ¿Vas a escribir un poema? Vas a leer a los poetas franceses, mexicanos. Digamos que un crítico va a leer el poema de un poeta mexicano, ¿cómo vamos a ver el valor de ese poema? ¿solo desde las raíces mexicanas? Eso se llama costumbrismo, es una enfermedad del nacionalismo.
La novela es un mestizaje porque la novela tiene historia mundial. El novelista tiene que conocer, de una u otra manera, la historia de la novela universal. Tiene que viajar y hacer que las raíces mexicanas entren en el mundo. Siempre le digo a mis alumnos que ahora es más difícil porque ya no se tiene un solo canon. Y volvemos al problema del prestigio, de la autoridad. Hasta la generación de los cuarenta todo mundo tenía un canon, cuarenta o cincuenta libros indispensables. La cosa es que a finales del siglo pasado el canon estalló.
Otro problema es la aspiración a la totalidad que siempre, la novela, ha tenido pero que desde hace tres décadas se ha olvidado. Hoy en día no veo tantos novelistas que tengan tal aspiración. Pero ese no es un problema que tenga que ver con el arte, sino con la experiencia, con la vida y el conflicto. Para mí es simple: si no hay conflicto, no hay qué decir. Hay que vivir algo fuerte para poder aspirar a la totalidad. No se puede vivir de la tele para querer la totalidad. Hay que pasar a través del cuerpo. La historia tiene que atravesar el cuerpo, si no, ¿cómo nacen las grandes aspiraciones?
Ahora, ¿qué vamos a hacer? ¿Vamos a empezar la revolución? No. El problema es que todos viven el momento histórico que les toca. Eso no se puede inventar. Quienes se lo inventan son, por ejemplo, los combatientes extranjeros que se van a Irak. Es decir, como hay una falta de experiencia total, el remedio es el combatiente extranjero: “vamos a ver, vamos a probar”. Esa es la paradoja pero es la realidad.
Ahora, me gustaría regresar a los enanos y la posibilidad de poder aprender del canon. Creo que, en parte, a la facilidad que ofrecen los medios que hoy existen publicar se vuelve algo trivial.
Claro, te puedes autopublicar. Estamos en la época de la autopublicación. Pero ese es un punto muy importante que tiene que ver con la marginalidad. Ahora tú puedes autopublicarte, todo mundo puede escribir en un blog. Hay blogs literarios de grupos y blogs literarios personales. Todo mundo pude hacer prácticamente todo.
La lógica de los grupos modernistas era esta: grupos pequeños de gente que se encontraba en algún bistró con la idea de fundar una revista literaria y a quienes no les importaba nada los otros; no existía el mito del público. Ahora la gente que se autopublica quiere enseguida ser leído, ser conocido. Pero a los cuatro que se llamaban “surrealistas” no les importaba ser conocidos. Esa es la gran diferencia: la marginalidad tenía un aura. Querían ser marginales porque sabían que siéndolo podían hacer cosas que otros no podían hacer. A lo largo de un siglo esa noción de marginalidad ha cambiado completamente y ese cambio hace que dudemos sobre si fundar una revista porque al final ¿quién la va a leer?
El truco, sospecho, sea perseguir esa marginalidad. Rescatar cierta brújula estética, incluso ideológica.
Exactamente. Al principio del segundo milenio todo mundo comenzó a crear blogs, sitios literarios, grupos y había un diálogo continuo. Eso duró cuatro, cinco años. Hace ya diez años que eso no existe. El entusiasmo se acabó. Ahora hay tu blog, mi blog. Esa lógica no es la lógica de alguien que quiere descubrir; es la misma lógica de los periódicos, de las instituciones, de los almacenes. Es el poder. El poder gana al final.
¿Cómo se visibilizan los jóvenes escritores en Italia?
No se hacen visibles. En México, ¿cómo se hacen visibles?
Pues justo a través del internet. Sin embargo, suele suceder lo que señalas. Se suelen perder en la inmensidad del internet.
El problema es que hay demasiado. “Demasiado” es un problema mundial. ¿Sabes cómo le llamo a eso? Grafomanía. La grafomanía es una enfermedad de nuestro tiempo. ¿Quién es el grafómano? Es el que escribe no para dar forma al mundo, mas para dar forma a sí mismo. ¿Sabes cuántos jóvenes me hacen llegar lo que escriben? ¿Cómo hacer para buscar un valor? Para mí es claro: después de cinco minutos sé si el chico tiene algo o no tiene nada. El problema es decirle que no tiene nada.
La cosa es que el grafómano se pone a escribirse a sí mismo. Alguien de diecinueve, veinte años tiene que darse el tiempo de formarse, tiene que leer un poco, tiene que saber a dónde va.
Otro problema es la ruptura con el pasado. Como sabes, No somos los últimos trata de eso. Esos jóvenes que no se forman se creen los primeros y los últimos. Tenemos que reconocernos como herederos porque si no, la grafomanía va a acabar con todos nosotros.
Precisamente, es regresar al tema de ¿cómo validarse como escritor que comienza?
La juventud como valor no tiene sentido.
A las editoriales les gustan las novelas de los jóvenes en cuanto jóvenes. ¿Te das cuenta que al hablar de ese “valor” estamos hablando fuera del valor literario? Es otro valor. El problema es cómo reconocer ese valor literario. Es una búsqueda de una dificultad enorme, ¿cómo reconocer que ese joven de veinticinco años tiene algo? No se trata de que Juan Villoro le dé una palmada y le diga “sí, sí, vas bien”.
El problema del reconocimiento es un problema que el artista tiene siempre. El artista quiere reconocimiento, sin embargo, ese problema no tiene que convertirse en el problema. Al final, creo que puede decirse que vivimos en el narcisismo de masas.
Lo que yo he escrito es que los grandes escritores son marginales. Pienso que hay que crear grupos de marginales en el sentido de herederos que no han roto con el pasado y que se dan tiempo. El segundo (problema) es que los jóvenes hoy no se dan tiempo. Podemos hacer una proposición: si hoy los grandes escritores son marginales, entonces, los jóvenes escritores deben convertirse en grandes escritores jóvenes marginales. Para eso, ¿qué tenemos que hacer? Creo que terminar con el mito del público y el mito del reconocimiento. Darse tiempo de mirar atrás, establecer un diálogo constante pero paródico con el pasado. El pasado nunca debe convertirse en una carga.
México, D.F. Ex-estudiante de retórica cara. Bípedo implume de profesión. Lector. Editor en Enter Magazine