Joaquín Torres-García (Montevideo, 1874-1949) sentía asombro por lo caótico y lo germinal: el origen de las formas más sencillas y elementales. Vivió en Barcelona, en París y en Nueva York, y fue un buen conocedor de las vanguardias. El Espacio Fundación Telefónica acoge desde el 19 de mayo al 11 septiembre una retrospectiva –Joaquín Torres-García: Un moderno en la Arcadia– organizada por el MoMA de Nueva York –donde pudo verse del 25 de octubre de 2015 al 15 de febrero de 2016– en colaboración con la Fundación Telefónica y el Museo Picasso Málaga. La nueva lectura de la obra de Torres-García organizada por Luis Pérez-Oramas, comisario de arte latinoamericano en el moma, comprende más de 170 piezas, entre pintura, escultura, fresco, dibujo y collage. Las obras forman un recorrido cronológico que ahonda en cada una de las etapas del artista.
Torres-García fue uno de los pintores más representativos del noucentisme, movimiento cultural catalán que rechazaba sus precedentes, el modernismo y el romanticismo, y recuperaba las características del mundo clásico: precisión, orden, serenidad, medida, claridad. En 1903 colaboró con Antoni Gaudí en las cristaleras de la catedral de Palma, y posteriormente en la Sagrada Familia. La retrospectiva da comienzo con esta primera etapa en Barcelona (1891-1920). Se incluyen algunos bocetos de su primera gran comisión: los frescos para el Saló de San Jordi del Palau de la Generalitat de Cataluña. Destacan las escenas en tonos ocres de la civilización industrial junto a paisajes pastorales mediterráneos, exceptuando el último fresco –Lo temporal no es más que un símbolo (1916)– que rompe con la serie: un inmenso fauno domina a una muchedumbre tocando una flauta. La representación moderna de esta figura clásica fue criticada por el sector conservador catalán, que, tras la muerte del líder político Enric Prat de la Riba, destituyó a Torres-García de la comisión. Durante su época en Barcelona incluyó en otras de sus obras un objeto que le servía para indicar el tiempo moderno: el reloj, dispuesto junto con otros elementos en forma de collage.
En Nueva York (1921-1922) el pintor probó sus habilidades en el campo de la juguetería y lanzó la producción Aladdin Toys, fabricando distintos juguetes de madera, algunos de los cuales se pueden ver en la retrospectiva. “¡Todo es juguete y pintura!”, dijo en una ocasión. En esta etapa empezó a fijar su lenguaje constructivista, que asentaría unos años más adelante. “Nada tengo que decir, de bien ni de mal, de esta gran ciudad de Nueva York. Igual me daría vivir en otro sitio, entre otras gentes. Porque miro más dentro de mí mismo que fuera”, escribió en uno de sus cuadernos.
Abandonó pronto la ciudad y, tras vagar cuatro años con su familia por distintas ciudades de Europa, se estableció en París (1926-1932). En ese momento filtró su experiencia de las vanguardias desde su rusticidad: el interés por lo primitivo, el retorno a la representación clásica –que coincidió con la emergencia del surrealismo–, la melancolía y el consecuente regreso a la paleta oscura. Joaquín Torres-García encontró su lenguaje definitivo y consolidó su estilo. En la exposición destacan obras en las que aparecen figuras esquemáticas sobre una cuadrícula densa y las formas geométricas, con aire a los cuadros de Piet Mondrian, a quien conoció en esta época. Los caracoles, relojes, casas, anclas, templos, corazones y los peces, sobre todo los peces, se convierten en elementos recurrentes presentados junto a palabras, letras y abreviaciones grabadas al lado de estas figuras.
En 1934 se estableció en Montevideo, donde se convirtió en una figura cultural central. A lo largo de su vida escribió más de cien artículos, libros y ensayos en catalán, francés y español, y dio más de quinientas conferencias. En 1935 fundó la Asociación de Arte Constructivo y más adelante creó su famosa América invertida (1943), el mapa invertido de América del Sur que proclama el Sur como su propio Norte y que se encuentra en la muestra del Espacio Fundación Telefónica.
Durante la última década, Torres-García recuperó el uso de colores primarios y eso se puede apreciar en la última sala de la retrospectiva, que concluye con Figuras con palomas (1949), que pintó el día de su muerte en 1949. Representa una escena de maternidad en una arcadia, con pájaros sobrevolando las cabezas. Los colores empleados y las figuras geométricas recuerdan la fascinación de Torres-García por la infancia del ser humano y la infancia de las formas –los juguetes, las estructuras esquemáticas, los dibujos–. Fusionó estas dos ideas de lo primitivo a lo largo de su vida abordándolas desde distintas perspectivas, convirtiendo una obra aparentemente sencilla en una reflexión sobre los orígenes y el sentido de la temporalidad.
(Tarragona, 1993) es periodista.