Juan Soriano

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En el gineceo

Cada vez que volvรญa a Guadalajara, Juan Soriano peregrinaba al museo regional para contemplar un cuadro anรณnimo del siglo XVIII que lo obsesionรณ desde la infancia: Alegorรญa de las carmelitas. Un ejรฉrcito de monjas se reรบne, se agolpa, para adorar al Niรฑo Dios. En una fotografรญa tomada en alguna de esas visitas, Juan mira fijamente, o mejor dicho, interroga a la pintura, en busca de un significado ulterior. La escena, para รฉl, debiรณ de ser misteriosa y familiar. En esas mujeres y en ese niรฑo solo y รบnico, Juan veรญa una representaciรณn de su propia vida: “Soy el รบnico hombre… mis nanas se creรญan mis dueรฑas. Yo era su Niรฑo Dios.”

No sรณlo sus nanas “lo quisieron –recordaba– sin dejarlo respirar”: “Trece tรญas presiden los recuerdos de mi infancia. Trece tรญas vestidas de negro que caminaban lentamente a lo largo de extensas habitaciones llenas de muebles austrรญacos. Se detenรญan junto a alguna mesita y ordenaban objetos menudos. Siempre tenรญan el aire de estar posando para invisibles fotรณgrafos.” ร‰l serรญa muy pronto ese fotรณgrafo del universo femenino, en todas las edades, en todas las situaciones: cotidianas, fugaces, sutiles. “De niรฑo fui espectador de la vida de mis hermanas, las veรญa arreglarse para el baile de palacio y retenรญa cada detalle: los pliegues y plisados de las faldas, el carbรณn de los ojos, la raya en las medias de seda, los peinados a la garรงonne”. Una era humana, otra deslumbrante, otra mรกs, juguetona y marimacha, como la nana Marรญa, que se vestรญa de hombre mientras la tรญa Meche bailaba y se emborrachaba. Y, en el centro del cuadro familiar, generala de aquella tropa, la madre, a quien apodaban “La Leona”: “Creo que en torno mรญo hubo demasiadas mujeres, todas como mamรกs. Me cuidaban y me querรญan demasiado, me abrazaban, me asfixiaban y luego me abandonaban. Era natural.” ¿Cรณmo retenerlas? ¿Cรณmo librarse de ellas? ¿Cรณmo salir de ese sueรฑo? Viรฉndolas a distancia, como a su madre:

Creo que entrรฉ al mundo en el momento en que me levantรฉ del suelo, empecรฉ a caminar y vi de lejos a mi madre contra el cancel de la puerta que daba a la calle. Me sentรญ libre de moverme solo e irme corriendo. Antes me la vivรญ colgado del cuello de mi madre. Recuerdo sus brazos, su olor. Yo, Juan, era como su piel, su cabello o su brazo; no podรญa hacer nada sin ella. En el momento en que la vi a lo lejos ¡quรฉ cosa extraordinaria! ¡Esa imagen de mi madre lejos de mรญ es la primera sensaciรณn de absoluta felicidad!

Verlas a distancia era retratarlas. A las hermanas, las tรญas, las nanas, las niรฑas de las nanas, la madre. Pintarlas con ferocidad, inclemencia y ternura. A los catorce aรฑos pinta a su hermana Marta con colores, pinceladas y encuadres reminiscentes de Van Gogh, pero Juan desde entonces no imita, pinta como ve: las facciones a veces desmesuradas, las asimetrรญas reveladoras. Hacia 1938, cuando dejรณ Guadalajara para radicar en la capital de Mรฉxico, las habรญa pintado a todas.

Las conoce, pero no deja de indagar en ellas. Y pese a que para รฉl no hay misterio, lo que Soriano nos comunica de ellas es totalmente misterioso. Estรกn ahรญ, rotundas, poderosas, delicadas, sensuales. Nunca entregadas, siempre dueรฑas de sรญ. Para Soriano, el mundo de la mujer es el de la presencia de la mujer en el mundo. Carnalidad y bruma. Como en Jardรญn misterioso. Una madre y sus hijas, o tres hermanas en el claro de un bosque, y en ese claro unas ruinas, y en esas ruinas: ellas. Una juega con un cachorro, otra busca un abrazo y la tercera, un tanto esquiva, la rehรบye. Estรกn sin por quรฉ; son, siempre han sido, siempre han estado, desde que Juan naciรณ, como el Niรฑo Dios, rodeado y adorado por un beatรญfico y enloquecido tropel de mujeres.

 

El vidente

Juan estรก solo y no lo estรก. Hay un hombre junto a รฉl. Tambiรฉn estรก solo. Es su padre, de quien heredรณ la tez, los ojos claros y translรบcidos, y mucho mรกs. Segรบn el testimonio, por momentos delirante, que Juan confiรณ a Elena Poniatowska, su padre habรญa sido polรญtico, actor, presidente municipal, dramaturgo, revolucionario, orador, masรณn, borracho, mujeriego, parrandero. Pero entre sus muchas encarnaciones, hubo una que marcรณ de manera particular al niรฑo que lo veรญa todo: era espiritista.

En la leyenda o la historia familiar, el padre –tinterillo de comisarรญa– habรญa descubierto al autor de un atraco con los poderes adivinatorios de su mente. A partir de entonces se habrรญa vuelto famoso:

El espiritismo estaba de moda y mi papรก mรกs. Donde quiera hablaba en pรบblico, decรญa orรกculos, adivinaba el futuro, volaban cortinas, entraban las รกnimas en pena, se manifestaban por medio de toquecitos en la puerta, tintineaban los candiles, alguna gritaba que la habรญan acariciado; las presentaciones eran cada vez mรกs espectaculares.

 

“Conocรญ el mundo de los espรญritus por mi papรก, que fue medium y llenaba el aire de รกnimas.” Juan vio o creyรณ ver cรณmo el vidente se ponรญa pรกlido, cambiaba de voz, y resistรญa impรกvido que le clavaran alfileres. “Lo envolvรญan desnudo, le hacรญan asรญ, una sacudidita, y salรญan flores.” ¿Recuerdos?, ¿imaginerรญas? El caso es que Juan “se sentรญa muy iluminado por el heroรญsmo de [su] padre”. Juan supo desde siempre que ese asomarse al otro lado de las cosas estaba permitido por la vรญa paterna. Y de ese trรกfico intenso que desde entonces se impuso, Juan traerรญa, de ese mundo a รฉste, visiones preciosas, imรกgenes que nos vienen del lado del sueรฑo.

Juan, como su padre, veรญa cosas que nadie mรกs veรญa: ventanas abiertas al mรกs allรก, bosques encantados, barcas flotando en la eternidad, frutas animadas de extraรฑa vida, y animales (los nahuales de Soriano), gatos empavorecidos o espectrales vaquitas, fantรกsticas y elementales, pastando en lo alto de un cerro azul verde. Ondulantes y รกureas, las nubes flotan por encima de aquellas vacas impรกvidas que estรกn ahรญ y no estรกn. Son las mismas que casi le costarรญan la vida en un accidente en los aรฑos sesenta. Arrolladas y muertas, reaparecen traรญdas por Juan desde la muerte a la vida.

 

Oficios en Tlaquepaque

Soriano, flaquito, pequeรฑito, que durmiรณ en su cuna hasta los quince aรฑos, descubriรณ a muy temprana edad sus facultades creadoras. Mientras contemplaba los ires y venires del ejรฉrcito femenino, pintaba caracoles, sirenas, magnolias; inventaba juguetes rodantes y carrozas con cajas de perfumes y caballos de alambre; modelaba muรฑecos con masa de tortilla; aprendiรณ sastrerรญa, trabajรณ con barro, se aventuraba a los teatros de farรกndula para retratar en yeso a las actrices espaรฑolas y frecuentaba a los titiriteros para elaborar figuras talladas. Mientras el padre fungรญa como presidente municipal de Tlaquepaque, Juan aprendiรณ oficios antiguos en una tienda de espaรฑoles, cuya dueรฑa era amiga de la familia:

Conservaban los moldes antiguos de la Colonia, de animales, quimeras, caballos, reyes magos con colores muy fuertes de anilina aรบn mรกs llamativos que los barrocos, todas las figuras de nacimiento y jarrones gigantescos que se decoraban con pinceles de cola de perro. Me enseรฑaron a manejar esos pinceles. El barro con agua era gris. Yo pintaba sobre el barro mojado, luego metรญan el jarrรณn al fuego y salรญa azul, verde y amarillo. Alucinado, creรญa en los milagros. Con mi pincel cola de perro pintaba flores y ramas y pรกjaros y figuritas. Metรญan el jarrรณn al horno y al sacarlo habรญa cambiado el color, y yo embobado.

En esas andanzas conociรณ a su primer maestro perdurable: Jesรบs Reyes Ferreira, a quien Chagall consideraba su homรณlogo mexicano. Chucho lo incorporรณ a su taller, ponderรณ su talento, y fue su mentor en el infinito tianguis de la artesanรญa mexicana. Le enseรฑรณ a reconocerla, a recrearla, y tambiรฉn a falsificarla: retratos de monjas coloniales, profesas y coronadas, antigรผedades sobre hojalata, santos de bulto, รกngeles, esculturas, tepalcates. Con รฉl aprendiรณ a pintar sobre papel de china: cristos, gallos, caballos, pericos, jarrones, esqueletos. Allรก nacieron sus altares y ofrendas, esa profusiรณn de flores y frutas de colores intensรญsimos, a punto de estallar, que es quizรก una de las aportaciones mรกs valiosas de Juan Soriano al mestizaje artรญstico de Mรฉxico.

En el centro y origen de la imaginerรญa de Soriano estarรญa su niรฑez: “Siempre fui infantil, hasta la fecha lo soy.” Los habitantes de su pintura son a menudo niรฑos encantados, pero sobre todo niรฑas, “las niรฑas que desde mi infancia me tienen embrujado”.

La niรฑez retratada en sus baรฑos, sus juegos. Y tanto como la niรฑez viva, le atrajo la niรฑez muerta. Pero en Soriano la muerte no niega la vida. Sรณlo asรญ se explica un cuadro tan portentoso como la Niรฑa muerta. La niรฑa reposa en medio de un lecho de flores. En torno suyo hay coronas multicolores en forma de cruz. En el centro, ella –lรญvida, boquiabierta, con los ojos perdidos y la tez ocre, como el polvo, como la tierra– sostiene un ramo. Es una novia-niรฑa vestida de blanco que se une en nupcias con la muerte, una muerte trenzada con la vida. El lecho mortuorio es una trajinera rumbo al cielo, y al Mictlรกn.

 

 

Rebeldรญas

Al recibir el premio Velรกzquez en Espaรฑa, Soriano explicรณ: “Me rebelรฉ contra la familia, contra la tradiciรณn, y contra la propia pintura… Ante mi rebeliรณn, en mi casa decรญan que iba a convertirme en franciscano, que iba a morirme de hambre en la bohemia…” No se morirรญa de hambre, pero por algรบn tiempo su rebeldรญa fue caรณtica, como la de sus padres. Esa locura lo atormentaba, pero lo alimentaba tambiรฉn: “Yo no cambiarรญa una hora, un minuto de los mรกs significativos de mi infancia por nada en el mundo… Despuรฉs de unos quince aรฑos en Guadalajara, no me ha sucedido nada mรกs importante.”

Las escenas entre el vidente y la Leona que rememoraba eran de verdad alucinantes: golpizas, traiciones, reconciliaciones, cuchilladas. Se amaban y detestaban. Pero de esa experiencia familiar no podrรญa ni querrรญa “curarse”. Por el contrario, la atesoraba como un pozo de autenticidad, de libertad y rebeldรญa:

No se me ocurrirรญa tenerles rencor a mis padres. A fin de cuentas no me importaron sus pleitos, sus infidelidades, su promiscuidad, su inconciencia porque no forzaron mi destino; jamรกs me violentaron aunque entre ellos se diera la violencia. No me quitaron fuerzas para crear; al contrario, en mi niรฑez estรก mi fuerza. Por ellos supe que si el arte es verdadero rompe el manierismo, las reglas, las convenciones. Ellos se rompรญan una vajilla encima. Cuando conocรญ a otras familias vi que todas รฉramos igual de irregulares. Lo que sรญ, la nuestra era incapaz de fingir.

No fingiรณ al confiarle a su padre su homosexualidad. Al vidente no le importรณ que no fuera como รฉl, macho entre machos; por el contrario, presumiblemente lo cobijรณ, lo amรณ. Era igual a รฉl, era รฉl, en una zona profunda del alma. Con todo, esa rebeldรญa tuvo largos periodos de desvarรญo. Se creรญa un “Rimbaudcito”. Se ponรญa unos “cuetes terribles”. Amanecรญa en el Tenampa. Se complacรญa en vejar, insultar, desquiciar. Se orinaba sobre las mesas en las fiestas. No querรญa vivir. Por fortuna, su rebeliรณn encontrรณ siempre cauces creativos. “Rebelarse es humano –repetรญa–, tal vez lo mรกs humano.”

El rebelde –como ha visto Paz– no es el revolucionario. A Soriano no le interesa la Revoluciรณn, esa “doctrina armada” (de fusiles, ideas, pinceles, doctrinas) que hechizรณ a Diego Rivera, a Siqueiros y, en menor medida, a Orozco. Soriano fue rebelde porque nunca se plegรณ a una escuela ni se ajustรณ a una tradiciรณn: “No tengo seguidores, giro aislado.” Su ruptura inicial fue, precisamente, con la LEAR (Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios), en particular con su maestro Santos Balmori. Por un tiempo (como Paz) participรณ activamente en la militancia cultural. Hacia 1980, recordaba los aรฑos treinta con repulsiรณn:

Yo iba a todo, a las manifestaciones antigobiernistas, a las obreras y me sentรญa exaltadรญsimo, no sabรญa a quien iba a salvar ni de quรฉ porque no puedes salvar a nadie ni de su imaginaciรณn, ni de su tristeza, ni de su miseria, pero yo marchaba por las calles sintiรฉndome el redentor del mundo. ¡Hasta carguรฉ pancartas! […] Nunca me puse a pensar ‘¿Quรฉ es el comunismo?’, pero firmรฉ una enorme cantidad de manifiestos socialistas, de llamamientos para encarrilar a la gente. Hoy pienso que a lo mejor estos desplegados que firmaba tan inconscientemente sirvieron para que en Rusia mataran mรกs gente.

Igual que su amigo Octavio Paz, comenzรณ a distanciarse. La rebeliรณn de ambos era estรฉtica y tambiรฉn moral. “Quizรกs en LEAR adquirรญ –decรญa Soriano– ese horror que siento por los cuadros de tema, ya sea polรญtico o religioso”, esa manรญa de “reformar la vida” que la Revoluciรณn tenรญa en comรบn con la Iglesia Catรณlica. Soriano, en particular, resentรญa cierta inercia fรกcil en la pintura de “Los tres grandes” y un vago elemento de inautencidad: “No eran como me los habรญan pintado. Ni siquiera se parecรญan en sus obras. Hablaban de otro modo que sus pinceles. Discurrรญan acerca del pueblo y se creรญan sus salvadores mientras su preocupaciรณn รญntima era vender…” De las mujeres de la Escuela Mexicana de Pintura preferรญa decididamente a Marรญa Izquierdo sobre Frida Kahlo: “No me cayรณ bien. Hablaba como el ‘chairas’ y no sรฉ cuรกntas madres. Uno no debe aspirar a hablar como peladito. Uno debe hablar como uno. Frida cayรณ en la representaciรณn.”

Por seguir su camino prestรณ poca atenciรณn a las modas. Fue rebelde en su vida por no ajustarse a los patrones convencionales. En su obra esa rebeldรญa se planteรณ de muy diversas formas. Cuando lo comรบn era la exaltaciรณn de lo popular y masivo, optรณ por el retrato รญntimo. Cuando en los aรฑos cincuenta la “generaciรณn de la ruptura” experimentaba con formas abstractas, รฉl volverรญa los ojos a Grecia y al cuerpo. Serรญa colorista en รฉpocas de grises, sensualista en momentos solemnes. Una de las pinturas que mejor expresa su rebeldรญa ante lo convencional es la Novia vendida, dura escena de provincia en la que un paterfamilias –ausente– pacta el matrimonio de su hija por interรฉs. Estรก la novia, pero en el espejo enmarcado que le tienden su rostro es el de la muerte. Un matrimonio por interรฉs es un sepulcro. Una mujer desnuda, rotunda y libre, la atiende, mientras, al pie del cuadro, una niรฑa, elรฉctrica y valiente, lidia con un toro bravo, jalรกndole la lengua. La escena estรก coronada por unos รกngeles.

 

El exilio espaรฑol

El arribo de los espaรฑoles exiliados en Mรฉxico le cambiรณ la vida a Juan Soriano, lo acercรณ a las ideas y le regalรณ el amor. Varios de ellos le prestaban libros, y al notar que entendรญa, lo impelรญan a leer. Le hicieron ver que detrรกs del arte habรญa una idea, y detrรกs de la intuiciรณn, una estรฉtica.

El Cafรฉ Parรญs fue la universidad de Soriano. Allรญ conociรณ a los poetas, pintores, filรณsofos, editores del exilio, como la escritora y filรณsofa Marรญa Zambrano: “Insistiรณ en que mi creaciรณn artรญstica era primigenia, nunca primitiva o primaria, absolutamente nueva, algo pรกlido que sale de la oscuridad y la ilumina: has de cuenta el sol. ‘Tรบ, Juan, eres auroral.’ Le interesaba mucho la Diosa Aurora, hija de los profundos abismos de la noche; le tenรญa un amor muy particular. Que me comparara con ella, me impresionรณ.” En el Cafรฉ Parรญs conviviรณ con el dulce, estentรณreo y bรญblico Leรณn Felipe; tambiรฉn conociรณ a Josรฉ Gaos, que orientaba sus lecturas. El exilio espaรฑol le dio densidad a la obra de Soriano. Estรก, por ejemplo, La mano y la caricia, obra inspirada en un libro de Josรฉ Gaos. Idea vuelta forma. Filosofรญa que entra por los ojos y sale por los dedos transfigurada en un chisporroteo de lรญneas verdes que ascienden y se pierden en un cielo de vรฉrtigo. El pensamiento, reflejo y reflexiรณn del mundo, vuelve a ser mundo, cosa entre las cosas, color. Es una mano extendida que apunta sus dedos verdes hacia el cielo, pero tambiรฉn es el fruto del exilio, el efecto de la hoguera que incendiรณ una naciรณn.

Hijo del exilio espaรฑol era tambiรฉn el joven Diego de Meza, compaรฑero de Soriano por varias dรฉcadas. Inteligente, culto, refinado, le abriรณ a Juan un arcรณn de lecturas (Ariosto, Dante, Pรฉrez Galdรณs) y de recuerdos (la amistad familiar con Garcรญa Lorca, el estallido de la guerra). Juan le correspondiรณ ilustrando su libro Ciudades y dรญas y, por supuesto, pintรกndolo. Entre esos cuadros sobresale uno, admirablemente descrito por Juan Garcรญa Ponce, en 1941:

El retrato de Diego de Meza, tan artificial y tan verdadero, tan exacto y tan falso, haciรฉndome ver lo invisible, la tristeza oculta, la nostalgia en el rostro y la figura de este bello joven espaรฑol que en 1948 tiene ya el pelo y el bigote blancos. ¡Cuรกnto misterio en cada identidad y por tanto tambiรฉn cuรกnto misterio en cada intento de entregarnos esa identidad! Y en todo esto tambiรฉn hay una crรญtica y una burla al hecho mismo de la pintura con sus pretensiones de repetir e inmovilizar lo irrepetible y siempre cambiante.

Diego se mudรณ a vivir a Roma a principios de los cincuenta y viviรณ allรก hasta su muerte, en 1957.  Juan lo visitรณ de manera intermitente.

¿Era tan seรฑorito, tan impotente en su vocaciรณn, tan atormentado en su homosexualidad, como Juan lo refiere? Sรณlo la correspondencia entre ambos podrรญa confirmarlo. ¿Existirรก? Queda, eso sรญ, el testimonio de Diego sobre un regalo mรกs que –con su nuevo exilio– le hizo a Juan. Ese regalo fue Grecia: “Fue a Grecia y allรญ le pareciรณ que por primera vez veรญa…” Como si le hubieran limpiado los ojos. Con Grecia, Diego le habรญa regalado la liberaciรณn de la rebeldรญa: la libertad.

 

 

El hermano

De joven, Octavio Paz leyรณ con fascinaciรณn una joya de la biblioteca de su abuelo: los Episodios nacionales de Benito Pรฉrez Galdรณs. El hรฉroe liberal con el que se identificaba –Salvador Monsalud– libraba una guerra a muerte con Carlos Garrote, sin sospechar lo que sรณlo el desenlace de la novela (y la reconciliaciรณn final) revelarรญa: eran hermanos.

“¿Quรฉ infancia triste, quรฉ lรกgrimas o quรฉ soledad” –se preguntaba Paz, en 1941– habรญa detrรกs de la pintura de Juan Soriano? En una infancia desamparada –“barandales y corredores por los que corren niรฑos solitarios, siempre a punto de caer en el patio”–, Paz vio un espejo de la suya. Esa pintura –escribiรณ– revela

una infancia, un paraรญso, pรบa y flor, perdido para los sentidos y para la inteligencia, pero que mana siempre, no como el agua de una fuente, sino como la sangre de una entraรฑa. Nos revela, y se revela asรญ mismo, una parte de nuestra intimidad, de nuestro ser. La mรกs oculta, mรญnima y escondida; quizรก la mรกs poderosa.

A lo largo de medio siglo, los unieron muchas cosas. La edad, la amistad, la comunidad cultural, el Cafรฉ Parรญs, la complementariedad poรฉtica y visual (“Soriano –escribirรญa Paz– pinta como habla y habla como pinta… es poeta, pintor”), la rebeliรณn temprana contra las presiones estรฉticas o ideolรณgicas, la fascinaciรณn por la sensibilidad popular (sus colores, actitudes, formas); la sensaciรณn de asfixia en Mรฉxico, el deseo de volar, los exilios paralelos (Paz a Estados Unidos, Europa y el Oriente, Soriano a Italia y Grecia); los reencuentros entusiastas y reveladores lejos de la patria; la colaboraciรณn en la magna empresa teatral “Poesรญa en voz alta”. A lo largo de casi medio siglo, Paz escribirรญa al menos cinco textos sobre Soriano. Nadie como รฉl fue sensible a las estaciones creativas de su amigo: “Soriano vuela, Soriano navega”, seรฑala tras contemplar, deslumbrado, las metรกforas visuales de la exposiciรณn de 1954 en la galerรญa de Antonio Souza, que siguiรณ a la primera estancia de Soriano en Grecia. En aquel texto, Paz usรณ la palabra perfecta para nombrar al nuevo Soriano: “Metamorfosis”. Recordando la misma exposiciรณn en 1989 apuntaba: “Fue su segundo nacimiento de pintor… un estallido de luz, colores y formas encendidas. Pasiรณn y poesรญa… Cuadros como grandes abanicos de luz: ‘Apolo y sus musas’… serpientes marinas y astrales, toros, peces, ciclistas, hรฉlices, ruedas, cohetes, y la presencia de dos grandes fuerzas cรณsmicas, el mar y el sol.” Por su parte, Soriano intentรณ –sin รฉxito– retratar a su amigo. En su caso, la distancia creativa era imposible. Estaba demasiado cerca. No era su amigo. Era su hermano.

¿Quรฉ los uniรณ? La muerte paralela, simรฉtrica, de sus similares padres. El padre de Paz habรญa muerto en 1936, en circunstancias oscuras, en un accidente terrible. En vida, el padre de Paz habรญa sido una calca biogrรกfica del padre de Soriano, aunque mรกs desapegado de su hijo de lo que fue el vidente. Paz recogiรณ los restos de su padre en una estaciรณn de ferrocarril, pero no pudo velarlo en forma. El duelo quedรณ allรญ, postergado, opresivo, hasta que la muerte del padre de su amigo lo liberรณ. “Cuando Octavio vio a mi padre enfermo se sintiรณ aludido porque revivรญa recuerdos tristes y se portรณ excelente.” En esa agonรญa –segรบn testimonio de Soriano– “no dejรณ de ir un solo dรญa a verlo […] Al morir mi padre, el poeta me acompaรฑรณ y cargรณ el cajรณn en hombros en el cementerio, porque para รฉl su padre y su abuelo habรญan sido esenciales”.

A Soriano le perturbaba la relaciรณn de Octavio con su esposa, Elena Garro. “¡Pocas mujeres de la รฉpoca mรกs deslumbrantes!”, apuntรณ. En el recuerdo de Juan, ella lo martirizaba: “De por sรญ era muy competitiva pero con รฉl tiraba a matar. ¡Quรฉ impresiรณn tremenda!” Paz en cambio, “reconocรญa su inteligencia”, la alimentaba y procuraba. Soriano los visitaba con frecuencia. “En esos aรฑos naciรณ la Chatita, Laura Elena; la recuerdo muy chiquita. Ambos la adoraban.”

“Para mรญ –dijo Paz– era imposible hablar de la pintura de Juan Soriano sin hablar de su persona.” Fue รฉl quien por primera vez lo caracterizรณ como un niรฑo: “Permanente, sin aรฑos, amargo, cรญnico, ingenuo, malicioso, endurecido, desamparado, viejo; petrificado, apasionado, inteligente, fantรกstico, real.” Juan, por su parte –me consta profundamente– no podrรญa hablar de la obra de Paz sin hablar de Paz. Aunque hablaba poco de Paz. Se entristecรญa al atestiguar las malas pasiones que despertaba. Como pocos, conocรญa y comprendรญa su genio y su rebeldรญa, su solitaria libertad.

 

Sala de retratos

“Los pintรฉ a todos. Retratarlos era conocerlos y conocerlos era conocerme a mรญ mismo, descubrir el mundo al que yo querรญa pertenecer.” Es verdad. Pintรณ a sus maestros y amigos, Luis G. Basurto, Rafael Solana, Xavier Villaurrutia, Diego de Meza, Arturo Pani, entre muchos otros. Pintรณ parejas hermosรญsimas, como Ignacio Bernal y Sofรญa Verea, con el fondo de la Catedral y coronados por el Arcรกngel de la Anunciaciรณn. Se pintรณ tambiรฉn a sรญ mismo. Pero sobre todo las pintรณ a todas: niรฑas, jovencitas, amigas, musas. Como en cรญrculos concรฉntricos, habiendo agotado el ejรฉrcito femenino y familiar de Guadalajara, en Mรฉxico se dispuso a pintar al gineceo de la cultura.

La idea platรณnica era capturar el alma irrepetible de cada mujer. “El retrato de Elena Garro –escribiรณ Juan– seduce a quien lo conoce.” En efecto, allรญ estรก como debiรณ de ser, una belleza รกurea, enigmรกtica y cerebral. Rebeca Uribe, una fiera del trรณpico. Lola รlvarez Bravo sensual y melancรณlica, a un instante de volverse otoรฑal. Isabela Corona, retadora, en un suntuoso vestido azul cobalto, a punto de salir de un umbral hacia el escenario de la vida. Pita Amor como Safo, agraciada y triste. Olga Costa, en un extraordinario dibujo de tinta sobre papel, reconcentrada e intensa. La bellรญsima Marรญa Asรบnsolo, musa preferida de la รฉpoca, como el Moisรฉs de Miguel รngel, perfecta, dulce, mundana, maternal. Pero fue otra mujer –como se sabe– la que fascinรณ para siempre y desde siempre a Juan Soriano: Lupe Rivera. La pintรณ en 1945 –majestuosa y enorme con su pelo recogido, sus manos entrelazadas, ojos de jade y mirada de lince–, antes de la experiencia griega. Y la pintรณ profusamente en los sesenta, a la vuelta de aquel vuelo, cuando habรญa abandonado ya el periodo retratรญstico, y, tras un breve interludio abstraccionista, estaba en vilo, buscando nuevas formas.

En 1962, a propรณsito de los cuadros de Lupe Marรญn, su amigo Octavio Paz publicรณ una reseรฑa luminosa. Nueva convergencia entre poesรญa y pintura, nueva complicidad creativa entre los hermanos. Asรญ como Paz, en sus poemas y ensayos, habรญa cribado en el subsuelo pรฉtreo de Mรฉxico para revelar sus mitos primigenios, su “intrahistoria”, asรญ tambiรฉn Juan Soriano habรญa sondeado el misterio del mito viviente y legendario llamado Lupe Marรญn:

La pinta con pinceles fanรกticos, con el rigor del poeta ante la realidad cambiante de un rostro y un cuerpo, con la devociรณn del creyente que contempla la figura inmutable de la deidad. Movilidad y permanencia. Lupe aparece en muchos tiempos y manifestaciones de su existencia terrestre (cada instante es una encarnaciรณn diferente) y toda esa pluralidad contradictoria de rostros, gestos y actitudes se funde, como en la imagen final del abanico, en una visiรณn inmรณvil, obsesionante: Lupe-Tonantzin.

Habรญa quedado muy atrรกs la etapa de los retratos. Ya no trataba de captar una psicologรญa sino algo mรกs genรฉrico y profundo: “Mis Lupes tienen mucho de jeroglรญfico, son devoradoras, Coatlicues, Electras, Medeas, Tlazotรฉotl, furias y fuerzas de la naturaleza.

Ella… sabรญa el tesoro que habรญa en sus manazas, en sus ademanes, en sus pies, en las telas con que se cubrรญa… ella intuรญa por quรฉ podรญa yo dibujar su esencia, hacer de ella un sรญmbolo, un mito.” Paz vio en esa exposiciรณn de Soriano un acto casi sacramental cuyo objeto y sujeto no podรญa ser otro que la mujer. “En un mundo que ha olvidado casi por completo el sentimiento de lo que es sagrado, Soriano se atreve, con un gesto en el que el sacrilegio es casi inseparable de la consagraciรณn, a endiosar a la mujer.” Muchos aรฑos despuรฉs, recordarรญa la contemplaciรณn de esos cuadros como participaciรณn ritual en una liturgia: “El viejo misterio de la mujer desvelado y vuelto a velar: pintura de enigmas visibles y palpables: Iconos sacrรญlegos.”

 

 

El pagano, la muerte y el amor

Aquella concomitancia de Soriano con lo religioso no era en sรญ misma religiosa. Por el contrario, era pagana. Pagana por oposiciรณn a lo catรณlico. Por su designio rebelde, tras la conquista de la libertad (alcanzada por su impregnaciรณn del paisaje y el arte griegos), Juan definiรณ su identidad pagana. Tal vez por eso recordaba con ternura los remotos paseos colectivos con Carlos Pellicer (otro hechizado de Grecia) por el Tepozteco, convertido en una sรบbita Acrรณpolis con el valle de Cuernavaca como el Egeo y las montaรฑas como las Cรญclades. Pero no es casual que el Pellicer final, el de los “Nacimientos con musiquita”, le fastidiara. Se burlaba de las representaciones infantiles en la pintura cristiana de todas las รฉpocas. ร‰l era pagano de verdad, pintaba niรฑos como niรฑos, y sobre todo exaltaba al cuerpo y ejercรญa su libertad con osadรญa y hasta con desvergรผenza. No situaba sus verdades en un mรกs allรก trascendente sino en el mรกs intenso aquรญ y ahora. Asรญ, Apolo y las musas muestra una deidad fรกlica presentando a sus nueve musas, que son nueve y son una, un solo rostro multiforme y una multitud de senos, vientres y piernas. Una de las musas toca al dios con la palma de la mano, รฉl mira al frente, desnudo. Apolo y las musas es la transfiguraciรณn pagana de aquel remoto mural de Guadalajara, con las monjas adorando al Niรฑo Dios.

Tampoco su concepciรณn de la muerte era cristiana, sino un trasunto de paganismo mexicano. Juan Soriano pintรณ a la muerte en sus niรฑas yacentes, y como calaca, como esqueleto rondando la vida: en los umbrales, tras las ventanas, encerrada en vasos y jarrones, acosada y casi devorada por la vegetaciรณn de la vida. No temรญa, o decรญa no temer, a la muerte. La muerte para รฉl no es el final de todo sino una parte natural y oscura de ese todo. Una muerte que no deja de ser sensual sin dejar de ser muerte, como en la extraordinaria Calavera, colorida y trazada en una curva perfecta, calavera que es muerte y es color, movimiento y ritmo… pero es muerte.

A mediados de 1975, tras largos aรฑos de luchar contra una depresiรณn recurrente, Soriano encuentra el amor perdurable de Marek Keller. A partir de entonces, su fantasรญa pagana estalla en una alegrรญa transgresiva. “Nada suple al amor, nada –dice Soriano, en referencia a ese momento–, no hay nada, ni el รฉxito, ni el dinero, nada.” Nuevo paralelo con Octavio Paz: Marek es a Soriano lo que Marie Jo es a Paz: su segundo nacimiento, no como poetas o pintores, sino como personas. Paz escribe entonces sus poemas hindรบes, Soriano pinta como un sรกtiro. Aparecen mujeres marinas copulando con peces, mujeres embriagadas en un mar de champaรฑa, falos omnipresentes y juguetones. En el bรกquico festรญn hay burros que tocan la flauta, sierpes, unicornios. “Cocodrilos, toros, coyotes, palomas, gatos y gorriones, son testigos de mi delirio.”

 

Mรฉxico y lo mexicano

En los principios de esa etapa dichosa, establecido en Parรญs y en Mรฉxico, Soriano concede una serie de formidables entrevistas a Elena Poniatowska. Era el encuentro de dos niรฑos –un mexicano de “mil aรฑos”, travieso, brillante, rebelde, finalmente sereno y sabio, y una polaca, princesa romรกntica e idealista, enamorada de la Revoluciรณn (como los aristรณcratas rusos), soldadera literaria de oรญdo maravilloso y de una simplicidad intelectual inmune a la desilusiรณn y a la experiencia. Venรญan de mundos opuestos: ella de fuera, arraigada en el adentro, รฉl de adentro, arraigado afuera. Ella crรฉdula, รฉl descreรญdo; รฉl solitario, ella gregaria. Pero se entendรญan y querรญan, porque compartรญan esa casa comรบn que ahora hemos perdido, el hogar de la cultura mexicana.

Aquellas entrevistas serรญan el embriรณn de Juan Soriano, niรฑo de mil aรฑos, libro notable que Elena publicรณ en 1998. Frente a su amiga, Juan revisรณ, con humor y sentido autocrรญtico, la vasta mitologรญa mexicana. “Creo que tenemos raรญces mediterrรกneas pero, con la euforia de nuestra juventud, nos hemos sentido capaces de inventar una manera de ser totalmente autรณctona. Por eso nos dedicamos a ensalzarnos unos a otros por cualquier monerรญa, como los changos que se festejan cada vez que se encuentran un piojo.” Elena le recordaba las raรญces indรญgenas, y Soriano argumentaba: “Sรญ, Elena, pero muchas veces ha sucedido en la historia que las culturas se mueven o las matan. La รบnica cultura viva actualmente en el planeta es la occidental. ¡Todo lo que de ellos estรฉ vivo pasa inmediatamente a ser occidental! Lo que se nos va muere para siempre.” ¿Dรณnde comenzaba el pasado mexicano?

El tuyo y el mรญo empiezan con la llegada de Hernรกn Cortรฉs. Creo que los indรญgenas perdieron para siempre su cultura. ¿O te consideras chichimeca, Elena?… Mi era particular y universal. No podรญa yo caer en esa fantasรญa de un Mรฉxico sรณlo de indios apachurrados; Mรฉxico era chichimeca, sรญ, pero tambiรฉn mestizo. Mรฉxico se ancla en la conquista como en el origen de todos sus males. ¿Tรบ crees que en 500 aรฑos no tuvimos tiempo de salir adelante?

Su visiรณn del otro gran episodio mitolรณgico de Mรฉxico, la Revoluciรณn, no era mรกs piadosa: “La Revoluciรณn Mexicana, que matรณ a seis o a diez millones o a los que fueran, no me parece sino una masacre, un asesinato de millones para darle cabida a otro grupo polรญtico que se comporta exactamente igual al anterior.” De la polรญtica en la postrevoluciรณn era sumamente crรญtico: apreciaba la paz, pero consideraba que Mรฉxico podรญa “comprenderse si se piensa en tรฉrminos de monarquรญa con un rey sagrado”. En el fondo percibรญa un hondo problema de psicologรญa nacional: “Mรฉxico vive una eterna adolescencia” y por consecuencia, un retraso civilizatorio: “No somos modernos todavรญa, somos hijos de Europa, unos hijos tropicales que tuvieron ideales y sentimientos.” Nos faltaba seriedad. “No se ha leรญdo lo suficiente, ni siquiera se ha sufrido lo suficiente para saber quรฉ escoger. Todo quedรณ en la imaginaciรณn. En Mรฉxico no hay crรญtica ni autocrรญtica. Los mexicanos hemos inventado un Mรฉxico rarรญsimo que no existiรณ nunca.” Para Soriano, no รฉramos, en suma, una verdadera naciรณn: “Una verdadera naciรณn es la que forma un grupo de hombres que, aunque parezca contradictorio, pretenden ser individuos y no manadas, obedientes y prรณsperas.”

Querรญa que Mรฉxico encontrara “la clave de cierta felicidad” que รฉl habรญa encontrado para sรญ: “Lograr no sentirme vรญctima jamรกs.”

 

Salvaciรณn creativa

Juan no era un pensador, menos un pensador sistemรกtico, pero era un lector voraz, un observador sutil. Pensaba con notable originalidad e inteligencia, y se expresaba con una sorprendente felicidad verbal. Lo conocรญ muy tarde, en Villahermosa, Tabasco, en 1987, cuando no quedaban huellas del Juan desbalagado y caรณtico del pasado –tampoco del depresivo y sombrรญo. Era nervioso, inquieto, un compendio gestual de muchos de los animales mรกgicos que habรญa llevado a su pintura: pez elusivo, temblor de ardilla, mirada de pรกjaro, ojos de gato, delgadez de mono. De inmediato comenzamos a hablar de sus temas favoritos: no la polรญtica (nunca la polรญtica), siempre el amor, la pasiรณn y el desamor, el trabajo creativo, la salvaciรณn individual. Vivรญa, desde hacรญa aรฑos, en la atmรณsfera encantada de las tres “A”: amistad, amor y armonรญa. Trabajaba de manera sistemรกtica en Mรฉxico y en Parรญs. Estaba en paz consigo mismo, reconciliado con las torturas y las dichas de su pasado, sin miedo. “Lo que en el fondo te deprime es el miedo a vivir. El pensamiento que no va seguido de un acto prรกctico es estรฉril”, le habรญa dicho a Poniatowska, y Juan trasmitรญa esa vitalidad, ese amor por sรญ mismo que no es egoรญsta, sino un principio de elemental responsabilidad, el cuidado respetuoso del รบnico “instrumento [que tenemos] para vivir y para conocer”. ~

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Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clรญo.


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