La ansiedad y el jolgorio

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“Los hombres, como se ha observado correctamente,

piensan en rebaño; veremos cómo enloquecen en rebaño,

mientras que recobran la cordura lentamente, y uno a uno”.

De esta forma resumía Charles Mackay, en su obra Extraordinary Popular Delusions and the Madness of Crowds (traducida al español simplemente como Delirios Multitudinarios), las histerias colectivas que han asolado a algunas comunidades a lo largo de la historia. Entre estas histerias podría incluirse la alquimia, la caza de brujas, las cruzadas o la influencia de la barba en religión y política. Pero han existido dos epidemias de histeria colectiva especialmente interesantes, ya que nos hacen replantearnos la raíz misma de algunos comportamientos humanos. Me refiero a la plaga del baile de 1518 y la epidemia de la risa de Tanganyika, en 1962.

En el mes de julio de 1518, Frau Toffea empezó a bailar en las calles de Estrasburgo. Poco a poco, otros empezaron a unirse a ella. Las autoridades contrataron a músicos y bailarines profesionales para acompañarles, y abrieron las casas del ayuntamiento para acoger a todo el mundo. En pocos días, aquellos con el corazón más débil empezaron a morir. En un mes, más de 400 personas bailaban contra su propia voluntad. Los anales de la época dicen “no hay evidencias de que quisieran bailar. Al contrario, expresaban horror y desesperación”. Las causas de muerte más comunes fueron ataques al corazón, apoplejías y agotamiento. En septiembre, con la mayoría de los bailarines fenecidos, terminó la plaga.

Cuatro siglos después, en Tanzania, unas alumnas de un internado empezaron a reír descontroladamente después de que sus compañeros de clase les contaran un chiste. El ataque de risa, que comenzó con arrebatos, poco a poco se extendió durante horas, y luego días. La risa se contagió a los padres de las alumnas, a los vecinos de estos y, finalmente, a varios poblados de la región, cuyos habitantes sufrían dolores, desmayos, problemas respiratorios, eccemas y ataques de llanto. La epidemia duró seis meses, aunque aún no conocemos el chiste que la desató.

En ambos casos, las comunidades afectadas estaban inmersas en periodos de gran dificultad. En Estrasburgo, la viruela, la sífilis y la lepra causaban estragos en la población, mientras que en Tanganyika se descubrió que gran parte de los habitantes sospechaba bien que la harina de la zona estaba envenenada, bien que el aire estaba contaminado por culpa de las detonaciones de bombas atómicas. Esto sucedía en 1962, dos años antes de que la región de Tanganyika se uniera con la de Zanzíbar para formar el país que hoy conocemos como Tanzania, un proceso que se cobró la vida de decenas de miles de personas.

Bailar y reír son actividades sociales. Un estudio consultado en American Scientist señalaba que las personas tienden a hablar y sonreír cuando están solas, pero no a reír. El baile, por su parte, es una expresión ritual o de interacción social. Pero en ambos casos, los fines habituales del baile y la risa –la celebración, el cortejo, el culto– desaparecieron en favor de una respuesta grupal ante situaciones de ansiedad generalizada. Esta transformación de comportamientos sociales habituales es lo que diferencia las epidemias de histeria de Estrasburgo y Tanganyika de otras, como los avistamientos de OVNIs durante la Guerra Fría o los desmayos de Kentucky (causados por “miedo a la muerte”), cuyas manifestaciones, alucinaciones y desfallecimientos, se perciben como más naturales ante situaciones de estrés.

Cabe preguntarse entonces si la risa y el baile son actividades espontáneas del hombre a las que hemos dotado de un significado determinado en un contexto social. Parecería que no, si atendemos al hecho de que ese significado es similar (y positivo) en todas las culturas. Pero la risa, que sirve para aliviar tensión y que surge también relacionada con la agresividad (parecida al acto animal de enseñar los dientes); y el baile, relacionado con rituales violentos como el de los guerreros berserkers vikingos, muestran las equívocas fronteras de estas acciones. Los eventos de Estrasburgo y Tanganyika no sirven sino para confundir más esta zona fronteriza que delimita el lugar donde la praxis social modera ciertos impulsos que en algunos momentos nos vemos compelidos a transgredir colectivamente. Sólo necesitamos a Frau Toffea para que empiece la locura.

– Alex García-Ingrisano

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