“Quiero que el David de Miguel Ángel desaparezca por un par de siglos, que salga de nuestra conciencia para que se purgue de las referencias populares”, declaró Sarah Dunant, historiadora por la universidad de Cambridge y autora de varias novelas históricas sobre el Renacimiento. Entiendo –e incluso comparto– el fastidio visual que padece Dunant. Hay reproducciones del David en todos los materiales y escalas. Los hay de mármol y bronce, de nieve o de plástico (algunos sitios de internet venden figuras de acción del David por 37 dólares); lo cierto es que uno puede hacerse –sin mayores contratiempos– de una réplica portable de la escultura en cualquier ciudad americana o europea. Tampoco es despreciable la lista de ciudades que han levantado copias de la escultura –la Ciudad de México tiene la suya en la plaza Río de Janeiro de la colonia Roma. Aceptemos entonces que el David tiene la molesta capacidad de aparecer en cualquier lugar –ya sea como baratija en una tienda de museo, bordado en un par de calcetines o impreso en un delantal. Es comprensible el hartazgo que sienten varios como Dunant.
Sin embargo, y entre todas las reproducciones, hay una que es valiosa por su sentido político. Me refiero al Leather David, el David de cuero que representa a una subcultura de la comunidad gay de San Francisco. Cuenta Gayle Rubin –teórica queer e historiadora de la comunidad LGBTI– que Jack Heines se puso en contacto con el escultor Mike Caffee para que creara el logotipo de Febe’s, el bar que inauguró en la calle Folsom en 1966. Con esto en mente, Caffee compró una reproducción del David y le esculpió en yeso una chamarra, una gorra Harley Davidson, un par de botas y unos jeans. Según Rubin, la escultura –que adornó el local incluso cuando el negocio cambió de giro y el bar se volvió heterosexual– fue reproducida “en pins, carteles y cajas de cerillos, replicada y transportada a un bay gay de Boston en la parte trasera de una motocicleta”. Este David de cuero respondió a la necesidad de un grupo de hombres por identificarse bellos pero varoniles y de distanciarse del juego entre lo masculino y lo femenino al que estaban acostumbradas las generaciones anteriores. Una vez desprovisto de la honda con la que derrotó a Goliat y ubicado en Estados Unidos, el David dejó de hacer referencia al héroe bíblico y a la ciudad de Florencia para convertirse en el símbolo de los hombres gay que disfrutan del cuero y las motocicletas.
Apropiarse del David de Miguel Ángel es una estrategia inteligente y efectiva. Aunque Caffee mantuvo buena parte de la escultura original (con el objetivo de que el espectador comprenda la referencia), una vez que la pieza se adapta y se presenta en otro contexto, adquiere significados nuevos. El Leather David no es otra reproducción kitsch ni el renacimiento del Renacimiento, sino una alusión a la belleza del desnudo masculino, capaz de reivindicar a la comunidad gay. No es exagerado decir que todos reconocemos al David al primer golpe de vista: servirse de su importancia y popularidad es un acierto porque permite dejar de resistir desde los márgenes de la sociedad para –mejor– ubicarse en lo más admirado y fundamental de Occidente. Por su parte, la apropiación es un recurso frecuente en el arte. Esta versión estadunidense del David no está lejos del trabajo de Kehinde Wiley, un retratista contemporáneo que pinta en las obras maestras a los afroamericanos de Harlem. Así, tanto Wiley como Caffee han intervenido la historia del arte para inscribir en ella a los grupos marginados.
Muy pronto el David de Caffee rebasó a la subcultura de los leather gay para integrarse de lleno en la comunidad. Prueba de ello es el David del artista Jerry Janosco que formó parte de la exposición Extended Sensibilities: Homosexual Presence in Contemporary Art, alojada por el New Museum of Contemporary Art de Nueva York. En esta versión, el David lleva una máscara recargada de maquillaje –los labios rojos y brillantes, las sombras azules que van desde los párpados hasta la mitad de la frente, los ojos cargados de rímel y delineador negro–: este David, aunque gay, hace más referencia al drag que al cuero.
Mejor aún, el mismo Miguel Ángel ha sido convocado a la discusión pública sobre los derechos de las minorías sexuales. El año pasado –días antes de que la Suprema Corte de Estados Unidos resolviera que los ciudadanos deben reconocer el matrimonio gay a pesar de sus creencias religiosas–, la American Family Association compró una página completa del Washington Post para difundir su posición sobre el tema. Arriba de una breve exhortación sobre el carácter heterosexual del matrimonio y de una frase que buscaba llamar la atención del lector –“Recuerda que el matrimonio fue idea de Dios”– fue incluido el fragmento más conocido de la Capilla Sixtina, aquel en el que Dios toca uno de los dedos de Adán.
Enseguida, varios miembros de la comunidad gay respondieron: “pero si Miguel Ángel es uno de los nuestros”, aludiendo con ello a las supuestas prácticas homoeróticas del artista. Y es que desde hace algunos años, historiadores y activistas han revisado la biografía y la obra del renacentista para investigar cuáles eran sus placeres sexuales. Si bien no puede decirse que Miguel Ángel fuera gay –el término hace referencia a la identidad sexual y es poco probable que los hombres florentinos del siglo XVI basaran su subjetividad en el tipo de sexo que practicaban–, de acuerdo con varios investigadores es posible hacer una lectura homoerótica del poema y los dibujos que el pintor le dedicó a Tommaso dei Cavalieri –un hombre veinte años más joven que él. De cualquier forma, el David también le pertenece a la comunidad gay: una reproducción de la versión de Caffee es parte del acervo del Museo Histórico LGBTI de San Francisco.
A pesar de que no tenemos evidencia sobre la sexualidad de Miguel Ángel, Christopher Reed, historiador del arte y autor del libro Art and Homosexuality: A History of Ideas, advierte que declarar que este y otros artistas son parte de la comunidad es “una manera de empoderarse por medio del pasado”,[1]una estrategia a la que han recurrido casi todos los grupos políticos y movimientos sociales –pensemos, por ejemplo, en la lectura feminista de Frida Kahlo. Así, en vez de darnos golpes de pecho y escandalizarnos por las referencias populares del David, vale la pena acercarse a sus apropiaciones, sobre todo si se tiene en cuenta que las batallas políticas también se juegan en los usos sociales de la cultura visual.
[1]Ver Christopher Reed, Art and Homosexuality: A History of Ideas, NY, Oxford University Press, 2011, pp. 4 y 40-50
(Ciudad de México, 1986) estudió la licenciatura en ciencia política en el ITAM. Es editora.