La ciudad sensorial

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El flâneur que se pierde entre las calles como el lector entre las páginas de un libro caótico e incomprensible. El hermeneuta que bucea en el palimpsesto toponímico o arquitectónico para sacar a flote el tesoro de un sentido oculto. El cartógrafo que traza a escala un mapa narrativo para descubrir su propio rostro en el diseño urbano…

La ciudad leída, recreada o recorrida como un texto es uno de los topos más fructíferos y sugerentes de la modernidad. A la vez que actualiza intempestivamente esa suerte de utopía de la era digital que nos gobierna: la de ensayar una imposible escritura en 3d. Una escritura en el espacio (urbano) con el auxilio audiovisual de las nuevas tecnologías.

Sobre esa noción se asienta el ciclo de exposiciones “Las ciudades y los escritores” del Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (cccb) que ya ha repasado con indudable mérito la conjunción a través de la Praga de Kafka, la Dublín de Joyce, la Lisboa de Pessoa o la Buenos Aires de Borges. Ahora el ciclo regresa, enmarcado en el Festival Kosmopolis, para ofrecer La Trieste de Magris –hasta el 17 de julio en el cccb. Y la muestra presenta al menos tres rasgos innovadores.

En primer lugar, se trata de la primera vez que el cccb se encara con la ciudad de un escritor vivo y, por lo tanto, con la posibilidad de intervenir en el montaje como, en efecto, ha hecho el propio Magris (1939).

En segundo término, el curador no ha sido como en ediciones anteriores Juan Insua, el talentoso directivo de la casa, sino el director teatral Giorgio Pressburger. Y el detalle relevante es la estrecha relación del autor con el comisario, viejo y buen amigo de Magris. Pressburger ha trabajado además con la impagable colaboración de la arquitecta turinesa Paola Navone, en lo que se refiere al diseño del espacio. Cosa que es de recibo destacar porque buena parte de los elogios le corresponden.

Y por último, la muestra incorpora, además de las usuales instalaciones audiovisuales, objetos, manuscritos, fotografías y pinturas, una producción autónoma que puede desgajarse sin problemas ni mengua estética del conjunto y que, en efecto, hará su propio recorrido independientemente de la exposición. Me refiero al largometraje producido y dirigido ex profeso para la muestra por Giorgio Pressburger, Dietro il buio (Detrás de la oscuridad).

Se trata de una película basada en la novela –o monólogo teatral, si se prefiere– de Magris Así que Usted comprenderá. La particular reelaboración que hizo el italiano del mito de Orfeo y Eurídice, en indudable clave autobiográfica, sobre una mujer enclaustrada en una casa de reposo, de la que no hay retorno, que solicita un imposible permiso especial de salida para visitar a su amado en el exterior, y que, a pesar de conseguirlo, desiste en el último momento para no ahondar aún más la angustia de su hombre y frustrar su desmedida sed de verdad.

Difícil no ver a esta heroína, interpretada en la pantalla por la actriz Sarah Maestri, a través de la figura del gran amor de Magris, la malograda escritora Marisa Madieri (1938-1996).

Pero, más allá de estas tres innovaciones notables, el rasgo definitorio de la muestra –y a mi juicio, también su mérito– es su carácter sensorial. Las anteriores exposiciones del ciclo hacían hincapié en la comprensión intelectual de cada una de las ciudades a través de la obra y las peripecias vitales del autor correspondiente. Aquí, en cambio, Trieste se ofrece no como objeto de intelección, sino de asimilación más sutil mediante la experiencia de los cinco sentidos. Y sorprende, en efecto, el escaso número de textos del propio Magris que se ofrecen al visitante. La prosa, los temas y los conceptos que despliega el italiano en torno a su ciudad –en el conjunto de su obra– están aquí más bien evocados sensorialmente.

La muestra se divide en dieciocho apartados o espacios bien definidos y el recorrido explora lo que William Blake llamaba las puertas de la percepción. El itinerario se inicia con la experiencia de la bora golpeando en el rostro del visitante, ese implacable viento triestino que baja de los Alpes Julianos a una velocidad inhumana y obliga a instalar cuerdas en la ciudad para que los peatones no remonten vuelo. Se pueden palpar también las rugosas piedras del Carso, el escenario habitual de los paseos dominicales de sus ciudadanos y el de sangrientos episodios de la Primera Guerra Mundial. La Babel lingüística de Trieste, que afortunadamente aún hoy perdura en sus calles, se deja escuchar en una instalación de múltiples cascos, así como el deslumbrante Adriático azota con fuerza en la Piazza Unità.

La profusión de imágenes abarca desde postales urbanas o fotografías familiares de Magris en la intimidad hasta los dibujos originales de Vito Timmel, el pintor triestino encerrado en el psiquiátrico de San Giovanni, en cuya vida se basó el autor para escribir la obra teatral La muestra. Es posible palpar desde las paredes acolchadas del manicomio hasta el sofá de Magris en una recreación de la sala de su casa. Incluso se puede percibir el mohoso olor a viejo de su trastero, atestado de papeles, cajas y todo tipo de objetos como sus curiosos esquíes.

El visitante hasta puede sentir bajo sus pies la fluidez del Danubio, en un meandroso recorrido a través de las ciudades de su cuenca, desde Múnich hasta Bucarest a las puertas del Mar Negro. Y la importancia del río viene dada no solo por el libro de ensayos de Magris que lleva su nombre, sino porque representa lo que el autor llama la Mitteleuropa, la cuna de la vastísima cultura centroeuropea.

Pero el recorrido se enriquece además con la familiar intimidad de los espacios urbanos de Magris, que nos llegan de primera mano gracias a la empatía de su viejo amigo Pressburger. Me refiero no solo al salón de su casa, sino también al famoso Caffè San Marco, del que es habitual el escritor, al barrio de La Risiera o a la Librería Antiquaria, donde pueden escucharse los poemas de Umberto Saba en anacrónicos teléfonos.

Y el resultado es el mismo que en las anteriores apuestas del CCCB. Triste nos llega desde una perspectiva múltiple: la cuna y puerta de entrada del psicoanálisis en Italia a través de Edoardo Weiss, la ciudad literaria de Italo Svevo o de los balcánicos Madieri y Boris Pahor, entre otros, la ciudad en que Joyce concibió el Ulises o la ciudad fronteriza, multiétnica y multiconfesional, de una tolerancia aún hoy envidiable que, sin embargo, ostenta la dudosa medalla de haber sido la sede desde donde se promulgaron las leyes raciales de 1938 y de haber albergado el único horno crematorio de Italia en el barrio de La Risiera.

Pero los diversos rostros de ese enclave urbano centroeuropeo no se comprenden a través de la fría intelección, sino de una manera más profunda mediante el trabajo de los sentidos. La única objeción que pongo a la muestra, y no estoy muy seguro de que sea una crítica, es que, dada la intensidad de dichas percepciones sensoriales, el recorrido puede llegar a agotar al visitante. ~

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