Fernando Savater: En todas nuestras sociedades, el primer elemento para practicar la libertad política, la libertad civil, la libertad de las relaciones, es la seguridad. Una sociedad insegura, amenazada, impide la libertad. Si una persona no tiene seguridad, no tiene libertad. Es eso a lo que ataca directamente el terrorismo: la libertad por el camino de la seguridad. Como no tiene el poder en una comunidad, no puede impedir totalitariamente las libertades. Ahí donde los semejantes políticos de los terroristas han llegado al poder, lo que han hecho es prohibir las libertades civiles, pero donde todavía no han llegado a ocupar esa posición lo que hacen es perseguir la libertad por la vía de robar seguridad a los ciudadanos. De manera que un ciudadano sin seguridad, que no puede salir a la calle tranquilamente a comprar el periódico o llevar a su hijo pequeño a pasear, es una persona que está con la libertad amenazada, y la tendencia cuando uno pierde la libertad es a desear hacer cualquier sacrificio para recuperar la seguridad.
Creo que vamos a entrar en sociedades en las que de un modo u otro la amenaza terrorista va a estar presente, porque la sociedad de masas es muy fácil de asustar. Nuestras sociedades son muy vulnerables. Donde vive gran cantidad de gente junta es muy fácil crear el terror, crear amenazas; es muy sencillo, por medio de instrumentos pequeños que están al alcance de cualquiera, causar una explosión, por ejemplo. Hoy sale muy barato asustar a gran cantidad de personas, por lo que como no se cree una especie de "anticuerpos cívicos" para resistir al terror, es muy difícil que nos vayamos a ver totalmente libres de uno u otro tipo de presión terrorista. Probablemente —y esto ya lo escribió Enzensberger— lleguemos a vernos de un modo o de otro en este siglo libres de las grandes guerras internacionales, pero en cambio esa especie de guerra civil larvada de baja intensidad que es el terrorismo, es muy difícil que nos vayamos a ver libres de ella en mucho tiempo.
De esta manera, hace falta crear un tipo de ciudadano que sea capaz de vivir sin histeria, con firmeza, sin impulsos suicidas, la amenaza del terror. En el País Vasco y en el resto de España algunos hemos convivido mucho tiempo con una amenaza que tiende a que uno agache la cabeza, se esconda, se disimule. Uno supone, como decía Calígula, que la forma de tranquilizar a una sociedad es como en los campos de trigo: cortar las espigas que sobresalen. En las sociedades amenazadas por el terror nadie quiere ser la espiga alta que asoma la cabeza. Todo mundo quiere agacharse y meterse en el conjunto de las espigas sin sobresalir porque, precisamente, el terror lo que hace es cortar a quien sobresale. Así le ocurrió a Gregorio Ordóñez. Su secreto es que vivía como si no existiera el terror; hablaba y se movía y se relacionaba con la gente y se mezclaba con la población como si no existiera el terror. No actuaba de esa forma encogida, tratando de no sobresalir, de que no le tomen a uno el nombre, el número, sino que vivía con una naturalidad absoluta. Y es esa actitud la que el terrorismo quiere evitar, porque si queda impune el terrorismo se ve destruido en su raíz. Por eso creo que es necesaria, ante todo, una labor de formación cívica. Tenemos que formar ciudadanos capaces de vivir sin histeria, sin pánico, manteniendo sus principios, en sociedades que eventualmente pueden estar sometidas al terrorismo. Si en el País Vasco hubiéramos logrado una sociedad que mayoritariamente hubiera sido capaz de vivir como vivió Gregorio Ordóñez, como han vivido otras personas, el terrorismo hubiera fracasado, pues, precisamente, el terrorismo es peligroso porque pocas personas lo desafían, es decir, porque hay pocos Gregorios Ordóñez. Si en San Sebastián hubiera habido doscientos mil Gregorios Ordóñez, el terrorismo no hubiera podido acabar con ellos; se hubiera hecho menos peligroso. En cuanto hay una mayoría de gente capaz de comportarse como si el terrorismo no existiera, entonces el terrorismo deja de tener vigencia y fuerza.
De modo que ese es el primer principio: logremos formar personas capaces de no abandonarnos unas a otras frente al terrorismo, de alejar esa sensación que han conocido las víctimas del terrorismo en el País Vasco de que el terror golpeaba a su familia y toda la gente de su alrededor se apartaba, como si dijeran: "Ahí da corriente, cuidado, esa familia está marcada".
Durante mucho tiempo la gente se ha apartado de los que han sufrido el terrorismo. Ahora, mal que bien, dentro de unas coordenadas a veces insatisfactorias, las víctimas al menos son reconocidas y apoyadas y se sienten con derecho a ser apoyadas. Antes las víctimas no se sentían con derecho a ser apoyadas y los demás no se atrevían a hacerlo. La gente liaba el petate y se iba para que no le tuvieran tomado el nombre. Ahora, afortunadamente, ya hay una concepción distinta, pero ha sido una batalla muy larga que desde el movimiento de las víctimas se ha llevado a cabo y ha logrado triunfar. De esta manera, lo primero es conseguir que la reacción sea no individual. Esa cosa muy española de decir: "Fulanito es un héroe", quiere decir: "Le vamos a dejar solo". Entonces el héroe dice: "No, no, yo no quiero ser un héroe; no se vaya usted porque no soy un héroe: no me ponga la medalla y eche a correr." Hay que decir: "Usted no me ponga la medalla pero quédese conmigo, porque esa es la forma de que yo no tenga que ser héroe; yo tengo que ser héroe sólo si usted se va; si usted se queda no tenemos que ser héroe ninguno de los dos y esa es la gracia." La necesidad de crear héroes es una demanda social muy peligrosa, de modo que en la sociedad amenazada por el terrorismo y privada de la libertad lo que hay que buscar, por medio de la firmeza, es otra seguridad, la de seguir todos juntos y no separarnos y no dispersarnos y no abandonar al amenazado; la seguridad de que ahí donde el terrorismo da un golpe, en vez de todos retraernos, todos acudir, y que el terrorista, en vez de encontrarse con víctimas aisladas —porque los terroristas son un poco como esos animales de presa que cazan detrás de un rebaño y buscan a la presa que se queda rezagada para saltar encima—, se encuentre con una actitud de rechazo y firmeza conjunta.
Gregorio Ordóñez fue muy importante porque dijo las cosas que hoy nos parecen habituales y, sobre todo, porque actuaba y hablaba con esa tranquilidad y esa falta de encogimiento y miedo que con el tiempo se ha ido alcanzando, pero que en el momento en que él lo hizo eran rarísimas. Hoy lo que decía nos suena casi de sentido común, una actitud digna, pero en su época era verdaderamente algo sorprendente, provocativo. El hecho de que él abriera ese camino para que diez años después hayamos todos tenido más firmeza y capacidad de reacción ante el terrorismo, es una de los grandes motivos de agradecimiento a su figura. Porque desgraciadamente los crímenes del terrorismo no son inútiles. Eso que dicen, "La violencia es inútil", pues no: ahí tenemos el plan Ibarretxe, que no tendríamos si no hubiéramos tenido terrorismo. Pero muchas veces la actitud de firmeza de una persona capaz de dar su vida por unas ideas tampoco es inútil, porque el País Vasco no es igual que era hace diez años, antes de que mataran a Gregorio Ordóñez.
José María Calleja: Muchas gracias a todos por esta paciencia de venir a oírnos contar una película que imagino se saben de memoria y que a veces parece una pesadilla. En efecto, a Gregorio no lo asesinan por nada, como suele decir la gente cuando llama a la radio: "Es que le han matado por nada". No: le han matado por algo. Básicamente lo asesinan por su capacidad de liderazgo en la lucha contra el miedo; porque defendía unas ideas que están proscritas desde el punto de vista nacionalista —lo estaban hace diez años y lo están ahora también—: no se puede ser del Partido Popular o del Partido Socialista "impunemente", según nos explica este individuo que es un caso práctico que demuestra cómo cualquiera puede ser presidente de su comunidad. A Gregorio Ordóñez le asesinan porque sus ideas eran contagiosas. Si uno asesina para crear miedo y hay alguien que no tiene miedo, luego la didáctica no funciona, de manera que hay que quitarlo de en medio. El terrorismo nacionalista vasco ha asesinado a policías nacionales, a guardias civiles, a militares, a gente de la UCD —la UCD desaparece en el País Vasco antes que en el resto de España—. No ha conseguido doblegar al Estado, no ha conseguido romper el espinazo de la democracia, y entonces se dedica a asesinar —en esa idea "brillante" que se llama "socialización del sufrimiento"— a gente del Partido Popular y del Partido Socialista. En la Comunidad Autónoma Vasca siempre hubo un idiota de guardia —ahora se lleva la palma Madrazo— que velaba por la moral y por las buenas costumbres y que cuando asesinaban a alguien que, por ejemplo, traficaba con un poquito de "chocolate", decía que habían dado un gran golpe al narcotráfico (ahora resulta que son ellos quienes distribuyen la droga; nadie es perfecto…) O cuando se asesinaba a un policía decían: "Bueno, hombre, como los hemos tenido durante cuarenta años, qué quieren". Así como cuando se asesinaba a alguien que se decía era un confidente, en su entierro estaban el muerto —no le quedaba otro remedio— y su madre: no había ahí, respaldando, ni alcalde, ni diputado general, ningún cargo público.
Lo que se trata de decir con el asesinato de Gregorio es que cualquier líder político puede ser asesinado. Gregorio era un hombre que si uno se lo topaba en la calle le podía arreglar el problema de cómo hacer las obras en su piso, le podía hablar de cómo había que hacer una plaza de toros (los toros, ya saben, son españoles; se comienza poniendo corridas de toros y se acaba corrompiendo la moral y las buenas costumbres: como dijo el señor Ibarretxe en su comparecencia con Zapatero, "Somos un pueblo prehistórico", y Zapatero con cara de "Bueno, ya me quedo tranquilo"…) A Gregorio Ordóñez, pues, se le asesina por la capacidad de liderazgo que tiene entre determinada gente: no puede ser que haya un señor del Partido Popular que ande por la calle; los señores del Partido Popular no andan por la calle, no hablan con la gente, no son simpáticos, no son sociables. Igual que se asesinó a Fernando Buesa porque era un hombre con capacidad de liderazgo en la diputación de Álava. De manera que primero tuvimos los asesinatos selectivos, después se asesinó a la gente del Partido Popular, a la gente del Partido Socialista y también a algunos periodistas para que nos metiéramos el miedo en el cuerpo, y nos encontramos ahora con que este sujeto absolutamente lunático, por decirlo piadosamente, pretende la prolongación del terrorismo por otros medios.
Durante muchísimos años, a las víctimas del terrorismo se les ha ninguneado: eran un elemento del paisaje, no eran relevantes políticamente. Los periodistas nos hemos pasado la vida explicando el problema del terrorismo desde el punto de vista del que mataba: "Parece que mandan los duros, parece que mandan los blandos". Yo hago pública autocrítica. La primera víctima del terrorismo es del año 1960; el primer libro que se saca sobre las víctimas del terrorismo es del 97. De manera que las primeras víctimas del terrorismo son irrelevantes humanamente y ahora nos viene este sujeto con un plan para hacerlas irrelevantes políticamente. ¿Qué hubiese sido de la Comunidad Autónoma Vasca de seguir viviendo Gregorio Ordóñez? Posiblemente sería alcalde de San Sebastián, y hubiese montado la Tercera Guerra Mundial con el plan de este lunático, este gran mentiroso, según lo señala Guevara. ¿Qué hubiese sido del País Vasco con Fernando Buesa vivo? Pues posiblemente estaría diciendo: "Mire, si ustedes rompen el tapete, no nos sentimos obligados a seguir encima de este tapete". Así que llega este gran embaucador y pregunta qué hay de malo en ello. Pues hay mucho de malo en ello, porque este señor quiere que juguemos once contra cuatro y que encima los cuatro estemos contentos. Éstos tienen once jugadores, el banquillo al completo y el árbitro más o menos comprado, y cuando empieza el partido dicen "Joder, es que no apandan ni una". Claro, es que les matan a ustedes a uno y cómo se ponen. ¿Alguien se imagina lo que sería el País Vasco si les hubieran matado un concejal del PNV? Cuando les insultaron a unos concejales que iban por la calle, éstos dijeron: "Talibanes, chiítas, fascistas, hay que acabar con ellos". Eso cuando les insultaron, que de un insulto normalmente se sobrevive. ¿Qué podrían decir cuando les asesinaran? Cuando se asesina a Gregorio Ordóñez, el señor Anasagasti dice que está prohibido hacer una plaza en memoria de Gregorio Ordóñez, que no tenemos una plaza en memoria de Sabino Arana. Cuando se hace una fundación en memoria de Gregorio Ordóñez, se nos dice que estamos "crispando". Claro, el 22 de diciembre de 2002 Fernando Savater y otros que estamos aquí, con ese espíritu que tenemos a veces de "Manifestantes Sin Fronteras", con la gente del PNV, bueno, recibimos un insulto muy ordenado: a las chicas les llamaban "putas" y a los chicos "españoles", y a todos les llamaban asesinos. Llamaban asesinos, entre otros, a Joseba Pagazaurtundua, que fue asesinado luego el 8 de febrero del año siguiente. En fin, el diputado general de Vizcaya, el señor José Luis Bilbao, en esta cosa políticamente correcta que tenemos en el País Vasco, nos llamó guarros y guarras, que bueno, es un detalle…
Durante muchísimos años hemos tenido que soportar que asesinaran a la gente, que el idiota de guardia explicara por qué se les asesinaba, y ahora, cuando protestamos contra esos asesinatos, se nos dice que crispamos, con lo cual parece que la idea es: ellos nos matan ordenadamente, nosotros nos callamos o nos vamos del país y al final todo para la saca del PNV. Porque claro, mientras tanto el PNV ha conseguido hasta que toda la gente que trabaja en el Guggenheim sea del PNV —siendo un pueblo prehistórico, no cazo muy bien la relación; seguro que es gente muy inquieta con el arte contemporáneo—. Todo es siempre en beneficio del "convento". Es decir, cuando nos asesinaban y se callaba la gente es que se lo merecían; cuando nos asesinan y no nos callamos es que estamos crispando.
Lo complicado en este país es lo difícil que resulta establecer lo obvio. Por ejemplo, una idea que entiendo que es complicadísima: para acabar con los de ETA, hay que detenerlos. Bueno, pues nos ha costado años establecer esto, que para acabar con los asesinos hay que aplicar la vía policial. Y nos daban codazos; decían: "Hombre, es que tampoco hay que ponerse así". Porque siempre había un contexto… Es como el contexto del violador, cuando uno sube por las escaleras de casa y ve a un sujeto violando a una mujer y le quiere dar con la maza en la cabeza, y entonces le dicen: "No, este es un problema muy complicado, hay que analizarlo en todos sus matices: hay que analizar el contexto, el violador ha tenido una infancia dura, su padre le pegaba, etcétera." Aquí explicar que hay que detener a los asesinos nos ha costado treinta años, y ahora falta el sprint final, explicar que se puede ganar al nacionalismo.
Creo que las cosas están mejor de lo que estaban: hemos conseguido que desde mayo de 2003 no haya habido más asesinatos; hemos conseguido que cada vez haya más gente dispuesta a luchar contra el miedo, que es la didáctica que lleva implícita una muerte. Pero ahora nos ha salido una secuela de todo ese terrorismo que es la prolongación del terrorismo por otros medios, o sea el plan de este sujeto lunático. Yo que soy un optimista incorregible creo que si no nos han ganado cuando nos asesinaban, no nos pueden ganar ahora que cada vez tienen más difícil asesinarnos. Sé que esto es muy cansado, que no es lo más excitante con lo que nos podemos encontrar. Pero aunque sólo sea por homenaje a todas las personas que han sido asesinadas, tenemos que seguir empujando y al final tratar de ganar esta batalla.
Fernando García de Cortázar: Febrero de 1981. Guernica. El Rey de España pronunció un discurso importante, que mereció los abucheos por parte de los miembros de Herri Batasuna. Dijo aquella frase de que el País Vasco había perdido el miedo al miedo. No era verdad, ciertamente, pero era importante que así se dijera para que en algún momento pudiéramos decirlo con verdad. Era difícil que el pueblo vasco hubiese perdido el miedo al miedo, porque recordemos a un gran hombre que murió en un accidente de coche en 1960, Albert Camus, que precisamente había dicho que el siglo veinte era el siglo del miedo. Y tenía escrita aquella magnífica obra, Ni víctimas ni verdugos, en la que, si bien no decía que el miedo era una ciencia, sí decía que era una técnica. Cuando muere Camus, su tenaz, difícil, apasionado colega, amigo y enemigo Jean Paul Sartre dice de él que se trata de un hombre cargado de moral y de principios éticos. En definitiva, Camus ha sido un gran moralista y nos ha dado numerosas recetas para enfrentarnos al miedo, ya ahora en el siglo veintiuno, que no descartamos que pueda ser el siglo de la esperanza.
Más allá de aquellos que, Gogol decía también, buscan situar su butaca en la habitación de la historia, y a los cuales cansaba Camus, hay dos aspectos que quiero destacar. En primer lugar, la denuncia que hace de la normalización de la muerte ajena. Le preocupaba que la gente muriera en un conflicto como la Segunda Guerra Mundial, pero le preocupaba muchísimo más que la violencia, que el terror, que la muerte formara parte del paisaje de la humanidad. El problema no sólo era la muerte, sino la soledad en torno a la muerte. Por eso, él abogaba por proyectos políticos que inculcaban siempre el acabar con la soledad de la muerte y la injustificada argumentación respecto de la muerte. Por otro lado, sabemos quienes vivimos en el País Vasco que muchas veces se mata por interposición; no sólo se mata directamente, sino se mata por ideologías; se mata por medias verdades; se mata por la esquizofrenia moral —por la halitosis moral, que decía Churchill—. Muchas veces la política se ha envilecido, se ha profanado la ideología, y es momento de que nosotros nos rearmemos moralmente para luchar contra el miedo. Creo que la fuerza que dan las convicciones sirve mucho para superar el miedo. Si los psicólogos dicen que hay distintos sistemas para acabar con el miedo personal y hablan de la exposición activa —si tengo miedo a un perro, voy a acariciar la cabeza a un perro que parezca bondadoso—, pues efectivamente, con las convicciones yo creo que también nos impondremos a ese miedo que da precisamente la inanidad, el vacío, del que se hacen fuertes los que manejan la técnica del miedo.
Hay otro aspecto importante que quiero subrayar y que quizás lo que nos debería producir es también miedo, un aspecto que muchas veces no se lo plantean los nacionalistas: perder el sentido de universalidad por el cual somos personas, individuos. Deberíamos tener miedo, también, a perder esa sustancia universal e individual que es la característica nuestra y al mismo tiempo deberíamos tener miedo en este ambiente de coacción, en este ambiente de pensamiento único nacionalista, en este ambiente de asfixia nacionalista, tenemos que tener miedo a que la libertad también sea exiliada, porque efectivamente hay miedo al empleo de la palabra. Cuando Erich Fromm habló de la importancia médica que tuvo el nazismo, dijo que efectivamente los nazis tuvieron como fuerza y virtud la de saber aglutinar con decisión a los fanáticos y las escasas fuerzas de los hombres comunes; es decir, incorporaron al caudal del fanatismo de algunos el miedo de otros, la pusilanimidad de muchos, la mediocridad de algunos. Y efectivamente, conviene releer la historia cuando tenemos miedo, o cuando a ese común de los mortales, de personas no singularizadas, también les afecta el miedo, y recordar que actitudes tibias en defensa de las libertades han dado siempre paso a horrores que la humanidad debiera haber evitado. La ignorancia, el miedo, la mentira, la impunidad han sido siempre los compañeros de viaje de la intolerancia criminal, como estamos viendo en el País Vasco. En un magnífico artículo, Hermann Tertsch decía que Von Pappen había sido un líder prometedor del llamado catolicismo alemán de la década de los veinte. Ciertamente Von Pappen nunca mató a nadie. Era un hombre, por otro lado, de educación exquisita, que no tenía nada en común con los rufianes que formaban parte de las camisas pardas, pero pactó con el nazismo para imponer sus planes y sucumbió humillantemente ante un Hitler que lo despreciaba. Von Pappen, con su política de pactos, de sumisión, de entreguismo, dio a Hitler los instrumentos necesarios para el genocidio. Fue el colaborador necesario para las muertes aisladas primero, la guerra de tierra calcinada después y los campos de exterminio por fin. Su incapacidad para ver y sentir la línea que separa la civilización del crimen —he ahí también una llamada a tantos católicos, a esa Iglesia excesivamente condescendiente con el nacionalismo— le costó años de cárcel impuestos en Nuremberg. Porque entre los instrumentos de acomodación de una sociedad a un régimen o una entidad política suelen destacarse el interés, la ignorancia y el miedo. Los tres mecanismos han actuado en el País Vasco, y han jugado siempre a favor del modelo nacionalista. Del miedo que sufre el País Vasco da fe la crónica macabra de ETA con su terror dirigido antaño contra la dictadura y ahora contra los demócratas. Pero si nosotros observamos el lenguaje, el léxico, nos daremos cuenta de que las afirmaciones y ejecutorias del nacionalismo, ellas solas, servirían para definir su carácter totalitario. Y si no producen escándalo es porque el miedo ha llegado a sofocar cualquier percepción crítica de lo que realmente está ocurriendo. Tantos años de violencia, de terror, de imposición del imaginario nacionalista, han trastornado las percepciones de algunos ciudadanos vascos y han popularizado ese discurso hipócritamente neutral que somete a la sociedad a las ambiciones políticas de sus verdugos. Además de borrar las barreras morales, el nacionalismo ha enturbiado el juicio de más de uno, entre los que se cuentan quienes condenan verbalmente los excesos de los terroristas pero siempre alientan sus motivaciones, o compinchean o fraternizan con ellos. Sobre el cansancio y el ansia colectiva de tranquilidad aletea en el País Vasco, y quizá también en el resto de España, un cierto espíritu de entreguismo, una especie de síndrome de sumisión voluntaria que puede hacer relajar los resortes de la ciudadanía ante las imposiciones del fascismo. Lo decía Adenahuer, la forma más segura de calmar a un tigre es dejarle que te devore. Lo malo es que una vez convertidos en pasto de la fiera los transigentes no volverán a ver el sol. Sabemos nosotros, los demócratas, que la democracia es un proyecto racional y como tal no suscita ni la combatividad ni esa especie de sobreexcitación ideológica generadas por el nacionalismo, que se define a sí mismo como un pueblo en marcha. Frente a la comunidad nacionalista, sólo hay ciudadanos de perfil bajo que desean vivir tranquilos. Sin embargo, a pesar de que esto es verdad, no se puede justificar nunca ni la inhibición doctrinal, ni el pasteleo de los partidos no nacionalistas que a veces han permitido que el nacionalismo exhiba y despliegue una hegemonía que no les corresponde ni por su número, ni por su número de clientes, ni tampoco por el pluralismo real y vivo de la sociedad vasca. El nacionalismo tiene una sobrerrepresentación social pero no tiene una mayoría social, como lo hacen ver continuamente los movimientos de resistencia ciudadana al nacionalismo. Por eso la agresividad y la descalificación con la que los nacionalistas tratan siempre la disidencia. Y como aquí también se ha dicho, en una democracia la resistencia debería de ser un hecho normal. Es en las dictaduras, como la que vivimos en el País Vasco, donde se convierte en una revolución. Es llamativo que muchas veces, cuando comentan algunos de nuestros artículos, lo primero que se les ocurre a muchos de nuestros lectores es decir: "¡Qué valiente!" Yo suelo preguntar: ¿y qué he dicho, aparte de mostrar esa valentía que reconoces? Porque efectivamente quizá eso es lo que más llama la atención en un país en donde ese tipo de manifestaciones no son muy normales. Termino diciendo que las temerosas fuerzas fácticas, la jerarquía eclesiástica, muchísimo más nacionalista que su propia clientela, la banca, los empresarios que veranean tranquilamente en Marbella, los que rinden pleitesía bobalicona al PNV con el estúpido argumento de que hay que dialogar aunque sigan cayendo las personas en ese camino, todas esas personas incapaces de decir ¡Basta Ya!, deben reflexionar ante los ejemplos de heroicidad de personas como Ordóñez.
Sin embargo, y cierro con Camus, de los resistentes es la última palabra. Creo que la superioridad racional y ética de los resistentes acabará imponiéndose sobre un panorama de cesión, chantaje y amedrentamiento de la población, e identificando y castigando a los asesinos y a sus cómplices. Haciendo justicia a las víctimas, podremos vivir en paz y libertad. Para ello, conviene recordar que quien es piadoso con los crueles, acaba por ser cruel con los piadosos. Yo también soy optimista, quizá porque soy historiador, y porque pienso que Torquemada no es lo mismo que el padre Ellacuría o que Teresa de Calcuta. El optimismo también arranca en el sentido de que mientras más agresivo es el órdago del nacionalismo a las libertades y la ciudadanía, más nítidamente se va dibujando en el País Vasco una verdadera refundación de esta España plural que permita a los ciudadanos vascos gozar de las libertades que hace ya casi treinta años otearon los españoles en el horizonte de sus vidas.
Francisco José Llera: Como decían mis compañeros de mesa, estamos aquí para rendir homenaje a Goyo porque al hacerlo le hacemos justicia a él y al compromiso que con él compartimos y al que él nos convocaba hace diez años, en un momento muy importante, el año 95, que es justamente cuando ETA decide socializar el sufrimiento, de lo cual él es una de las primeras víctimas. Memoria, reconocimiento y justicia son tres piezas imprescindibles para la reconciliación en una sociedad atormentada y victimizada por una situación de violencia; lo contrario será la frustración. Desgraciadamente, vivimos unos días un poco convulsos. Hay que analizar la situación de hoy en día, porque lo principal que hay actualmente es frustración, la cual se liga a algo que podría sonar a injusticia, que es lo que sucede cuando se ve a uno de los verdugos jactarse libremente. Cuando se habla de politización, nos olvidamos de que las víctimas no lo son por casualidad: son víctimas políticas, son víctimas por política, y de que las víctimas llevan el mensaje de una política determinada, una estrategia. Nos toca a nosotros también ver la medida a que se está llegando en la estrategia de intimidación e imposición fáctica. Al principio, si vemos a las víctimas —se nos decía—, los verdugos iban contra el franquismo, y luego fueron contra la reforma. Más tarde lo intentaron contra el autogobierno; posteriormente contra la democracia y, actualmente, contra la sociedad en general. Este es el gran problema para el terrorismo nacionalista, la sociedad (recordemos que es un terrorismo nacionalista, de inspiración ideológica del nacionalismo, ese con el que dicen que comparten los fines, pero no los medios, con lo cual se comparte todo, dado que es la corrupción moral absoluta). Y han ido a por la sociedad cuando han visto que ésta se resistía al asalto final, que es lo que se produce a partir del año 95; por eso la socialización del sufrimiento. Como decía Juan Lynch en la transición, el problema no es entre los vascos y los españoles o entre Euskadi y el Estado español. El problema es de los vascos; mejor dicho, el problema es del nacionalismo vasco con la sociedad vasca. Al nacionalismo vasco la sociedad vasca le queda grande y por lo tanto tiene que rivalizarla, tiene que reducirla, y para eso ya tiene un instrumento que es el terrorismo de, digamos, ablandamiento o desistimiento. Victimizando a la sociedad se puede generar una fractura en la misma. Hablamos de miles de huérfanos, viudas y familias rotas. Hablamos de miles y miles de heridos y damnificados por el terrorismo, de exiliados. Hablamos de cuarenta mil amenazados directos por el terrorismo, y de una sociedad que, en los momentos de mayor presión, en un cincuenta por ciento dice que tiene miedo a expresarse políticamente. Lo dicen las encuestas, y reconocer miedo en una encuesta a una persona extraña significa muchísimo: es atípico, dado que las debilidades no suelen reconocerse. Claro, todos esos ciudadanos pertenecen fundamentalmente a la parte que dota de pluralismo y nervio democrático a esa sociedad, son algunos integrantes de la misma que se dejan comprar, que compran su seguro de vida o que desisten de resistirse, que son los que dicen: "¡Qué héroe! Pero yo no puedo…", y miran para otro lado o te saludan a kilómetros de distancia, pero no te saludan en el pueblo. O los vecinos que te culpabilizan y te obligan a marcharte porque ha aparecido una pintada en el portal contra ti y tú eres la amenaza para la estabilidad y el resto del vecindario. Esto le ha pasado incluso a autoridades que se han tenido que ir del país, siendo autoridades institucionales. El problema, por lo tanto, primero, es la espiral del silencio que vivimos durante décadas en el País Vasco; por prejuicio ideológico, por interiorización de un sentimiento de culpa absurdo, porque confiábamos en que era el resto del franquismo, y que más o menos, a medida que la democracia seestabilizara, desaparecería esa consecuencia. Más tarde, el problema es, lógicamente, que la sociedad se aveza a esta subcultura de la violencia y del miedo, a una corrupción moral y política que en este momento amenaza seriamente con producir el fin de la sociedad, el fin del tejido democrático de una sociedad plural como la vasca. Porque hay pocas sociedades tan plurales como la vasca y tan heterogéneas como ella, y esa hegemonía nacionalista no se corresponde con la realidad sociológica del país. Luego, hay alguna patología extraña. La patología es la cultura de la violencia, que parecería ser una especie de accidente. Claro, después de cuarenta años, no es ningún accidente. Es algo que está en las entrañas de esta sociedad y que si no nos resistimos y la sacamos, desde nuestra resistencia, de nuestra vida cotidiana, nos va a comer, nos destruirá: acabaremos por irnos los que todavía no nos hemos ido y que intentamos resistir por todos lo medios.
Este es el problema de la sociedad vasca. Fijémonos en la perversión de autoridades "democráticas" como las que nos gobiernan, cuando se insiste durante meses, lógicamente preparando el terreno para lo que se iba a producir en diciembre, en que los votos de Batasuna, por el hecho de ser votos obtenidos en una urna democrática, son tan legítimos como los demás. La respuesta es muy fácil: los de Hitler, según esa lógica, también eran legítimos. Recordemos la alarma que se produjo en la Europa de muchos de nuestros amigos progresistas cuando, en la última elección presidencial francesa, la alternativa al presidente era Le Pen: las alarmas se habían encendido, esto era el fin de la democracia en Europa, y que yo sepa Le Pen todavía no ha matado a nadie. ¿Por qué no se aplica la misma medida a nuestro caso? Porque en el País Vasco no es que se amenace con matar, es que llevamos una historia larguísima de muertes, de extorsión, de daños. No es que Hitler haya llegado al poder sin matar y por lo tanto fue legítimo el voto, y lo que lo hace ilegítimo es lo que sucede después. No, es que en nuestro caso la ilegitimidad está perfectamente comprobada. Además, está sancionada por la ley, por los tribunales. Es realmente tremenda la perversión política, ideológica y moral que vivimos en esta sociedad, corrompida por el miedo y la violencia. Y contra eso, inevitablemente, tendremos que seguir peleando, pero es importante también que no utilicemos el simplismo con la sociedad vasca. La sociedad vasca es muy compleja, especialmente compleja por esta fractura eterna que tiene. Es ella la que tiene que resolver su problema, no la va a salvar nadie, pero hay un mecanismo fundamental para ayudarnos o apoyarnos en esta lucha por la democratización, tan difícil en el País Vasco (porque realmente son doscientos años de lucha por la democracia en estas tierras). No son los españoles, es la democracia española. Sin democracia española, sin constitución democrática, sin las reglas del juego democrático, sin ese respeto y esa firmeza en su defensa y su aplicación, sin ningún tipo de cesión, absolutamente ninguno, en los principios democráticos, la sociedad vasca lo tiene realmente difícil; por eso la resistencia en el País Vasco es constitucionalista, porque no puede ser de otra manera. La constitución es la democracia; fuera de ella no hay democracia. Ésta es la pedagogía por la que continuamente hay que luchar en el País Vasco, porque al decir constitución es como si dijéramos nacionalistas españoles, como si fuera una cosa de extremistas: esta es la filosofía que el nacionalismo utiliza para la descalificación y, por lo tanto, para la victimización y la limpieza étnico-ideológica que se vive en el País Vasco. –
"La respuesta social frente al miedo", en el marco del seminario de reflexión y contra el olvido
Gregorio Ordóñez: diez años de lucha
contra el miedo.
—Transcripción y edición de Juan Manuel Villalobos.