La epidemia en el corazón de Europa

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Ante los ojos de Europa central la imagen de México tendía a ser positiva. Las primeras asociaciones, lo que en mercadotecnia se llama top of mind, apuntaban hacia un paraíso vacacional con pirámides. La gran popularidad del tenor mexicano Rolando Villazón en un territorio con tan añeja tradición operística ayuda a sugerir, entre otros factores, que tenemos algo más que sol. Esta imagen había resistido incluso las noticias sobre la guerra al narcotráfico. Pero lo que no lograron dos años de muertos y cabezas cercenadas, la influenza a lo consiguió en una semana. El paraíso tropical asomó la cara de república bananera.

Durante los primeros días los medios locales acusaron la fiebre mediática que corrió por el mundo más rápido que el virus. La cobertura de prensa parecía seguir el guión de una película de terror. Esa sobredosis inaugural de titulares alarmantes fue suficiente para despertar viejos prejuicios.

Mientras duró la psicosis noté cierta reticencia en los vecinos, pero pudo ser su paranoia o la mía. Los comentarios en varios sitios de internet atribuían las causas de la epidemia a lo populoso del país y las condiciones de insalubridad. Aunque raras veces se declaraba directamente, el tema de fondo parecía ser que nadie actuó a tiempo porque todos dormíamos la siesta contra un cactus. O que el virus se esparció porque viajamos en autobuses retacados de gente, pollos y puercos.

El humor como desfogue pasó por todos los registros. Una imagen que circuló por internet mostraba a Winnie Pooh caminando lado a lado con Piglet por un bosque invernal. En la esquina superior se podían leer los pensamientos del cerdito sobre su buena suerte por tener un amigo como Pooh. En el extremo inferior el oso de peluche pensaba: “Este cerdo estornuda y se muere.” Aunque al recibirlo me pareció simpático, el humor siempre necesita una víctima y no es tan divertido ocupar su lugar. Durante unos días los mexicanos fuimos el puerquito ante el mundo; el cerdo expiatorio.

La revista Falter tomó esto de manera literal y puso de portada un puerco sudoroso, con sombrero mexicano y un termómetro bajo el rabo. Ante el escenario de fin del mundo tampoco podían faltar los zombis. En un foro en línea alguien preguntó si era cierto que los muertos por la epidemia se habían levantado y caminaban por las calles buscando víctimas. La respuesta era negativa: eso en México nada más sucede el 2 de noviembre, tradicional día de muertos.

Más allá del estereotipo folclórico, las diferencias culturales con algunos países de la zona son marcadas y pueden fomentar diferencias en la percepción. Por ejemplo, esperan que las cosas funcionen. Eso incluye al gobierno. En México somos 110 millones, había 1.8 millones de dosis antivirales y el gobierno decía que eran suficientes. En Austria son 8 millones, tenían 4 millones de dosis y aun así escuché quejas. Alexander Kekulé, un microbiólogo de la Universidad de Halle en Alemania, señaló que las discrepancias en las cifras mexicanas sobre casos confirmados de A/H1N1 surgieron por fallas de nuestro sistema de salud. Si algo ha puesto en evidencia la epidemia es esta precariedad y las consecuencias que puede tener.

Debido al contexto anterior pensé en cancelar un viaje a Inglaterra, no por miedo a la epidemia sino por las posibles reacciones frente a mi pasaporte. Imaginaba las caras al recibirlo, como si estuvieran seguros que portaba el virus de la influenza y en vez de mi documento les entregara un klínex recién utilizado. Por si las dudas llamé a la embajada de México para verificar si había alguna alerta. Ninguna, pero no colgué hasta que me prometieron ir a rescatarme si me abducían preventivamente como hizo el gobierno chino.

Al partir había señales cruzadas. Un boletín de Relaciones Exteriores advertía a los mexicanos sobre la posibilidad de ser controlados al ingresar en otros países. Der Spiegel dedicaba la portada y diez páginas de su primer número de mayo a un dossier sobre el avance de la epidemia, pero también había publicado en su sitio una antología de las reacciones más ridículas que provocó el virus; algunas de las peores fueron de mexicanos a mexicanos en territorio nacional. El equivalente austriaco, el semanario Profil, se iba al otro extremo; sólo refería al tema con un balazo en portada que decía: “Influenza porcina: pura histeria, como siempre”.

Entre ida y vuelta siete miembros de las autoridades o la aerolínea revisaron mi pasaporte. No hubo ni media ceja levantada. La paranoia en este caso había sido mía. Pronto la nota pasó a las páginas intermedias de los diarios y cuando esto se publique seguramente habrá desaparecido. Sin embargo, uno de los síntomas no diagnosticados de la epidemia es la resaca que deja como secuela. En un sondeo informal pregunté a varios conocidos si irían de vacaciones a México. No hubo demasiado entusiasmo, el consenso sería esperar algunos meses. Al menos un zombi dejó el virus: el turismo, que tardará lo que resta del año en recuperarse. ~

 

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(Ciudad de México, 1973) es autor de cinco libros de narrativa. Su libro más reciente es la novela Nada me falta (Textofilia, 2014).


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