La ficción en un país extranjero

Segunda parte de la serie sobre la ficción y la enseñanza del español como segunda lengua.
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En un artículo publicado en abril en The New Yorker sobre la más reciente novela de James Salter (Nueva York, 1925), Nick Paumgarten ilustra con dos frases la angustia que existe con respecto al concepto de ficción en los Estados Unidos:

“James Salter es un autor venerado. ¿Podrá convertirse en un autor famoso?”

El texto es un retrato excelente sobre este hombre, cuyo verdadero nombres es James Horowitz, que abandonó su carrera como piloto de la fuerza aérea para dedicarse a escribir. El seudónimo, se cuenta, lo tomó al escribir sus primeros relatos para evitar que sus compañeros del ejército lo reconocieran y para que ellos mismos no se reconocieran como personajes.

Pero hay un problema.

El problema, dice el texto, es que Salter es un escritor cuya prosa ha influido en muchos escritores estadounidenses, su trabajo es respetado, admirado, estudiado, pero por alguna oscura razón no ha logrado convertirse en un escritor famoso, es decir, en un escritor que venda. 

Leer este artículo como alguien no acostumbrado a las categorías del mercado editorial norteamericano es sorprendente. En un país donde la mayoría de los libros aparecen con la etiqueta de best-seller auspiciada por algún diario o suplemento literario –usualmente The New York Times– es normal que uno se pregunte si eso significa algo. Por fortuna, este artículo resuelve el enigma: todos los libros son éxitos de venta, menos los que escribe Salter: sus novelas más importantes apenas lograron vender un poco menos de tres mil ejemplares. 

Apenas…

¿Por qué pasa esto? ¿No es usualmente al revés –pareciera concluir el artículo– no es la fama el único escalón y la causa del reconocimiento? ¿Logrará James Salter brincar a la fama y completar ese camino que él ha recorrido de manera invertida?

Quizá nunca lo sabremos.

Esto nos lleva al suspenso, ese artificio que consiste en crear tensión y expectación en el receptor y que en el campo de la ficción es muy socorrido, en especial en los productos de ficción dedicados a la cultura de masas. Si uno recorre la sección de crítica de páginas como Amazon o Goodreads, uno de los criterios más comunes para calificar bajo un libro tiene que ver con eso: no me enganchó, no pasa nada, es aburrido, no fluye. A lo que estos juicios se refieren es a lo mismo: al gusto de que una historia nos mantenga suspendidos para así forzarnos a buscar tierra firme. 

Como sucede con los Viajes fantásticos, Rosaura a las diez del argentino Marco Denevi es un libro popular en la enseñanza del español como segunda lengua en Estados Unidos. Si aquel abusaba de la fantasía, éste es un ejemplo de lo burdo que puede ser un texto compuesto únicamente con base en el suspenso.

La historia es simple: hay un romance y un asesinato. Para descubrir quién fue el asesino, la novela cambia de voz cada capítulo: cada personaje reformula lo que se dijo en el capítulo anterior. Al final, lo que logra desenmascarar el misterio es una coincidencia.

Con la mente fría cualquier diría que esos son tópicos clásicos de la novela negra: el secreto, la mentira, la coincidencia, pero la estructura de la novela es tan tosca que al final uno se queda con la idea de que le han tomado el pelo. Los estudiantes pueden no saber cuál es la diferencia entre una novela y un cuento –de hecho, usualmente no la saben–, pero no son tontos: acostumbrados a una forma más refinada de suspenso, cualquier intento por menospreciarlos en el campo de la ficción es fallido.

Da la impresión de que los maestros de español no saben qué tipo de ficciones consumen sus estudiantes. Si es verdad eso de que aprender un idioma es aprender la cultura, también habría qué practicar ese trozo de sabiduría a la inversa: interesarse por la cultura a la que uno le está enseñando la lengua. La pregunta es si esto sucede únicamente con la enseñanza del español como lengua extranjera o es algo común a la enseñanza del español en general. Una revisión de las lecturas de los programas de estudio podría acercarnos la respuesta.

 

 

 

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Es profesor de literatura en la Universidad de Pennsylvania, en Filadelfia.


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