Dicen que, cansado de arbitrar entre sus partidarios de derecha e izquierda, el general De Gaulle exclamรณ en cierta ocasiรณn: โยกAquรญ todo el mundo ha sido, es o serรก gaullista!โ Hoy ya no queda en Francia ningรบn partido que lleve su nombre o reivindique abiertamente su herencia polรญtica. El รบltimo, el RPR1 de Jacques Chirac, desapareciรณ en 2002 al transformarse en el partido que gobierna actualmente, la UMP.2 Sin embargo, oh ironรญa de la historia, pareciera que el gaullismo nunca hubiera pesado tanto en la vida pรบblica francesa, hasta el punto que, para algunos analistas, constituye uno de los factores menos evidentes pero mรกs decisivos de la grave crisis que estรก atravesando el paรญs.
Yo tengo para mรญ que no les falta razรณn. Presente en todas partes y al mismo tiempo en ninguna, la ubicua influencia del gaullismo resulta hoy determinante y se ejerce, como la de cualquier ideologรญa, en funciรณn inversa de su visibilidad. Y, como cualquier ideologรญa, va imponiendo aquรญ y allรก las pautas de aquello que, sin plantear dudas y de un modo aparentemente natural, puede pensarse, decirse o hacerse. Nada de extraรฑo tiene asรญ que brille por su ausencia en un sinnรบmero de artรญculos y reportajes que tratan de dar cuenta de lo que estรก ocurriendo en la vieja Galia. Y es que, mรกs allรก o mรกs acรก de las muchas cosas que estรกn ocurriendo, se asiste entre sombras al final de un sueรฑo: la convulsa agonรญa de esa โcierta idea de Franciaโ que el general De Gaulle consiguiรณ erigir en imagen de la patria, en modelo indiscutible de la comunidad nacional.
No hay que olvidarlo: el gaullismo, como el PRI en Mรฉxico, o como Acciรณn Democrรกtica en Venezuela, fue siempre algo mรกs que un partido o una doctrina polรญtica. Su vocaciรณn hegemรณnica lo llevรณ muy temprano a confundirse con la propia identidad francesa y a sentar asรญ las bases simbรณlicas de la mรกs legรญtima nacionalidad. Recordemos que, cuando concluye la Segunda Guerra Mundial, De Gaulle aparece como el hombre providencial que transforma en victoria la derrota de 1940, redimiendo a los franceses de cuatro aรฑos de sufrimientos y/o de colaboracionismo. Ademรกs, rodeado de un aura รฉpica, su regreso seรฑala la restauraciรณn de los principios y valores de la verdadera Francia, โla Francia eternaโ, como solรญa decir del modo mรกs solemne. Despojados de su halo mรญtico, esos principios y valores son, en realidad, los de una polรญtica fundada en una intransigente reivindicaciรณn de la soberanรญa nacional que se acompaรฑรณ de la creaciรณn de un nuevo y gigantesco Estado: la V Repรบblica Francesa. El gaullismo instaura con ella una forma de poder que tiene un pronunciado carรกcter presidencialista en su estructura de gobierno, que es antiliberal e intervencionista en el plano econรณmico, y que, desde un punto de vista social, hace del pleno empleo no sรณlo un objetivo sino prรกcticamente un sacrosanto derecho de los ciudadanos. Si a esto le aรฑadimos el autoritario legado del centralismo jacobino y el espejismo dieciochesco que les hace creer aรบn a los franceses que su cultura es โla cultura universalโ, el escenario parece bien dispuesto para que medio siglo de inmovilismo desemboque en la crisis actual. Y es que el problema francรฉs, insisto, no es sรณlo econรณmico o social, ni se reduce a una batalla contra el liberalismo, o contra la globalizaciรณn, o contra las discriminaciones รฉtnicas o religiosas. Se trata, en el fondo, de un conflicto mรกs amplio y mรกs profundo que toca a la idea que Francia se hizo de sรญ misma a travรฉs del gaullismo, esa idea que hoy, sometida a la presiรณn del mundo en que vivimos, ya no se corresponde con su realidad.
ยฟCรณmo cambiar sin dejar de ser uno mismo? ยฟCรณmo transformarse sin traicionarse? Desde hace varios aรฑos, se habla de la necesidad de convocar una Asamblea Constituyente y de asentar los fundamentos de la VI Repรบblica Francesa, una de las propuestas mรกs valientes que se han hecho hasta ahora para enfrentar la crisis y para empezar a liquidar la herencia del gaullismo. Reemplazar un Estado hidrรณpico y centralista por otro mejor adaptado a las exigencias del presente, sustituir una instituciรณn presidencial degradada y ambigua por la figura de un primer ministro o un jefe de gobierno รบnico, y convalidar al fin la soberanรญa compartida dentro del รกmbito europeo serรญan algunos de los objetivos de la refundaciรณn.
Una nueva Repรบblica โun nuevo pacto de convivenciaโ representarรญa ademรกs la ocasiรณn de sentar alrededor de la misma mesa a todos los actores sociales y reanudar un diรกlogo que se ha roto, en parte, por la soberbia de las elites gobernantes y, en parte, por el corporativismo furioso y la lรณgica insurreccional de los sindicatos. รstos siguen oponiรฉndose obstinadamente a cualquier reducciรณn de la plantilla de funcionarios y a cualquier modo de flexibilizaciรณn del empleo en un paรญs cuyo dรฉficit pรบblico alcanza ya casi el cuatro por ciento de su pib y donde existe, desde hace por lo menos quince aรฑos, un paro crรณnico que afecta al cuarenta por ciento de los jรณvenes en los barrios mรกs desfavorecidos. Ninguna economรญa moderna, es decir, ninguna que repose sobre su capital humano, puede permitirse hoy semejantes datos sin comprometer seriamente el presente y el porvenir de sus ciudadanos. La creaciรณn de una VI Repรบblica Francesa abrirรญa espacios para que puedan realizarse concertadamente, y sin que se instale un clima de violencia en el paรญs (la vieja tentaciรณn revolucionaria francesa), las reformas mรกs urgentes e insoslayables: la del sistema de seguridad social, la de los servicios pรบblicos, la del cรณdigo laboral y la de la educaciรณn superior.
En fin, last but not least, pasar de la V a la VI Repรบblica permitirรญa hacerle un buen lifting a la identidad francesa y acelerar la evoluciรณn de las mentalidades, tal y como ocurriรณ en la Espaรฑa posfranquista, o en muchos paรญses de la Europa del Este despuรฉs de la Guerra Frรญa. En este campo, no son pocos los retos que esperan a las gentes de la dulce Francia: entender, por ejemplo, que el Estado no siempre es bueno ni la empresa privada siempre mala, aceptar que se puede ser รกrabe, o africano, o mexicano y francรฉs, o admitir que la cultura francesa tambiรฉn tiene que aprender de las otras aunque, ciertamente, tiene los mejores quesos y vinos del planeta.
Es muy temprano aรบn para saber si la idea de la nueva Repรบblica acabarรก ganando mรกs adhesiones, o si serรก otra la vรญa que tomarรกn las reformas. Por lo pronto, lo รบnico seguro es que las cosas no pueden seguir como estรกn, pues existe una conciencia cada vez mรกs extendida de que el cambio es necesario e ineludible. El reciente fracaso de Villepin parece prolongar la espera hasta las elecciones de 2007. Pero, entre tanto, aquรญ y allรก, distintos grupos de reflexiรณn ya estรกn imaginando el paรญs que vendrรก. Quizรกs hoy por hoy, ante el rรกpido desgaste de la clase polรญtica, una de las principales incรณgnitas es saber quiรฉn podrรก contar con la suficiente autoridad para liderar las reformas. Con fina ironรญa, y algo de resignaciรณn, Olivier Duhamel, uno de los mรกs ardientes partidarios de la VI Repรบblica, lo escribiรณ hace algรบn tiempo en Le Monde: โNos hace falta un De Gaulle.โ ~