Las academias, hoy

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Alguien dijo recientemente que apenas hacía unos quince años que la Real Academia Española había dejado el siglo XVIII, en el que, de conformidad con su discutible laboriosidad, había permanecido desde su fundación, en 1713. La exageración puede tolerarse si se considera que, en efecto, la docta corporación ha modificado
sustancialmente sus rutinas de trabajo y ha elevado de manera considerable tanto la calidad cuanto la cantidad de sus productos. Una de las más destacables decisiones ha sido el invitar a todas las academias americanas a participar activamente en todos los proyectos. Es ésta, ante todo, una atinada medida práctica mejor que política. Los trabajos son ahora ya responsabilidad de todas las corporaciones. De todas ellas será también el mérito (o, en su caso, la culpa). De esta forma comienza por fin a funcionar la Asociación de Academias de la Lengua Española, establecida en México en 1951 y cuya Secretaría tiene sede en la Academia madrileña.
     Casi desde su fundación las academias han sido blanco preferido de todo tipo de críticos. En todas partes hay personas que han hecho de esta práctica una verdadera profesión. Pocos de ellos añaden propuestas propias, que sustituyan por aciertos los supuestos errores académicos; pero casi todos, eso sí, dan a su crítica un tono burlesco que, dependiendo del ingenio y gracia de cada quien, les ha sido de varias formas redituable. Tal vez las líneas que siguen, en las que expongo de manera muy resumida algunos trabajos académicos recientes, contribuyan no tanto a desanimar a esos críticos, misión en verdad imposible, sino simplemente a que algunos lectores se enteren de los resultados que ya pueden observarse de esta modernización académica y se interesen por conocerlos a fondo. Me referiré primero a dos importantes obras ya publicadas y, después, a dos proyectos, actualmente en marcha, que tendrán también, como producto final, sendos libros.
     En 1999 vio la luz la más reciente versión de la Ortografía académica (Espasa-Calpe, Madrid), edición revisada por las Academias de la Lengua Española. Destaco en principio dos virtudes evidentes: es más completa que las versiones anteriores y su redacción, mucho más clara y sencilla. Podría enumerar muchas aportaciones novedosas y útiles. Por lo que toca al empleo de las mayúsculas, hay nuevas reglas, tanto en relación con la puntuación, cuanto de la condición o categoría de los vocablos. En relación con el empleo de mayúsculas (o minúsculas) se añade una regla, que venía siendo necesaria, sobre su empleo en nombres comunes que acompañan a nombres propios de lugar: "se escribe con mayúscula el nombre que acompaña a los nombres propios de lugar, cuando forma parte del topónimo. Ejemplos: Ciudad de México, Sierra Nevada, Puerto de la Cruz. Se utilizará la minúscula en los demás casos. Ejemplos: la ciudad de Santa Fe, la sierra de Madrid, el puerto de Cartagena" (p. 34). Por cierto, la voz ciudad ¿forma parte del topónimo México? Tengo mis dudas. Hay algunas novedades también en lo que respecta a la puntuación. Se proporciona asimismo una lista mucho más completa de abreviaturas y siglas y, más importante, por primera vez, aparecen varias consideraciones generales, que norman convenientemente su empleo, tan necesario y frecuente en nuestro tiempo. La obra resulta, en mi opinión, doblemente destacable. Primero porque hacía ya tiempo que no se atendía la normatividad ortográfica. Entre 1959, año de las más recientes normas —sin considerar las contenidas en el Esbozo— y el de 1999 —en que ve la luz la nueva Ortografía— se ha dado a las prensas un buen número de ediciones del Diccionario. Correspondía su turno ya a la Ortografía. Por otra parte, estoy convencido de que la casi totalidad de hispanohablantes del mundo acata y respeta las normas ortográficas de la Academia. Ello sucede por algo de obvia explicación. Las reglas ortográficas, que tienen un innegable fundamento lógico y, muchas veces, etimológico, son, en definitiva, arbitrarias. Lo arbitrario no se discute; o se acata o se rechaza. En la ortografía, entonces, la Real Academia Española —y, a su lado, las academias hermanas— desempeña una verdadera acción normativa, sin duda útil.
     En el marco del II Congreso Internacional de la Lengua Española (Valladolid, 16-19 de octubre de 2001) se presentó la vigésima segunda edición del Diccionario de la lengua española, que ya se encuentra en librerías. Son muchas las novedades de esta entrega en relación con las 21 ediciones anteriores. Muestra indudable del atinado empleo que se está haciendo de los medios informáticos es que esta edición puede consultarse en la página electrónica de la Real Academia —donde también se hallan impresionantes bases de datos de naturaleza léxica— y no sólo eso, sino que es posible enviar mensajes y sugerencias para mejorar este importante instrumento. Por lo que respecta a su contenido, la edición 22 es la primera que puede verse como producto de una revisión total y a fondo de la entrega anterior (de 1992). Se eliminaron entradas y acepciones innecesarias y, sobre todo, se corrigieron muchas entradas tanto en la redacción de definiciones y acepciones cuanto en la de las etimologías, así como en otro tipo de marcas. Me parece sin embargo que es otro el mayor mérito de este Diccionario. Me refiero al cúmulo de americanismos pertinentes que ahí tienen cabida, así como a las numerosas correcciones a entradas preexistentes. Desde hace muchas décadas se vienen incorporando a este lexicón las voces y acepciones propias de los diversos países hispanohablantes. Ahora empero a esta labor se concedió particular atención, por parte de la Real Academia Española y, sobre todo, de las academias hispanoamericanas. Como simple ejemplo, considérese que el número de mexicanismos incluidos en esta edición del año 2001 es más del doble de los que aparecían en el volumen correspondiente al año 1992. Algo semejante puede decirse de los americanismos correspondientes a los demás países americanos. Muy bien hizo la Real Academia Española en dar, en la contraportada, por primera vez, el crédito a cada una de las 21 academias. En efecto, es ésta una obra no sólo de la Academia madrileña sino de todas las Academias de la Lengua Española. Se explican ahí, por tanto, no sólo las voces y significados del español de España sino los de la lengua española en su totalidad. Añádase, finalmente, que, previamente a la impresión de este Diccionario, la Real Academia había publicado la Nueva planta del Diccionario de la Real Academia Española (1997), a la que se ciñe esta vigésima segunda edición. Es notable, por ello, la mejoría en todo lo que tiene que ver con criterios de edición, aspecto que, en el caso de una obra de consulta como ésta, afecta no sólo a la presentación tipográfica sino, sobre todo, al contenido mismo.
     Entre los diversos proyectos en marcha, destaca sin duda el referente a la nueva Gramática, que posiblemente quede concluida antes de un año. Téngase en cuenta que la última —o, para hablar con propiedad, la más recienteGramática académica oficial se publicó en 1931. El Esbozo de una nueva gramática de la lengua española (1973) no era sino eso: un esbozo; y la excelente Gramática de la lengua española de Emilio Alarcos (1994), publicada ciertamente por la Academia, no tenía carácter oficial. La próxima nueva Gramática, preparada por la Academia Española, está siendo revisada por todas las academias americanas. Por tanto contará, por primera vez, con su consenso, como sucedió ya con la Ortografía y con el Diccionario. He tenido la oportunidad de leer varios capítulos de esta nueva Gramática. Tengo la certeza de que se trata de una excelente descripción, muy completa, de la lengua española, tanto de su morfología cuanto de su sintaxis. Si se me preguntara cuál es su principal mérito, no dudaría en afirmar que éste consiste en que, sin renunciar al carácter normativo que por necesidad debe tener, la descripción de la lengua española que contiene es, por una parte, científica y, por otra, exhaustiva. Se ha tenido el buen juicio de no apegarse a tal o cual modelo particular, pero sí se consideran las más importantes aportaciones teóricas y de método, emanadas casi todas del estructuralismo. La nueva Gramática académica será entonces una completa descripción científica y moderna de la lengua española actual, no sólo de la que se habla y escribe en la Península Ibérica sino de la que corresponde a todos y cada uno de los numerosos sistemas de ese gran diasistema que es hoy el español, lengua oficial de más de veinte países.
     Termino refiriéndome a otro proyecto que comenzó hace apenas unos meses, y que tiene que ver, en concreto, con la corrección de la lengua española. Se trata de un "Diccionario panhispánico de dudas". El nombre del proyecto puede resultarle a alguno poco convincente. Sin embargo la idea me parece muy original. De inmediato se me dirá que nada tiene de original un diccionario de dudas idiomáticas, dado que son decenas o tal vez cientos los "manuales de estilo" que en todas partes se publican y cuyo objeto es precisamente resolver este tipo de dudas. Esto es cierto. La originalidad del proyecto que estoy comentando consiste precisamente en que para contestar las diversas dudas lingüísticas se tomará en consideración, por una parte, como es lógico, la lengua española en general; pero, por otra, se atenderán también las principales normas regionales —prestigiosas, se entiende— de una lengua tan extendida. Será normativo, entonces, por dos razones: porque establecerá un conjunto de normas o reglas y porque, para establecerlas, tomará muy en cuenta las diversas normas (hábitos lingüísticos) que coexisten hoy en el amplio mundo hispánico. El proyecto nació por iniciativa de dos respetables instituciones españolas: la Real Academia Española y el Instituto Cervantes. Sin embargo, desde la concepción misma de este ambicioso programa también estuvieron consideradas todas las Academias de la Lengua Española o, para mayor precisión, es principal protagonista la Asociación de Academias de la Lengua Española, constituida por la Real Academia Española y por las otras 21 academias correspondientes: las 19 hispanoamericanas, la de Estados Unidos y la de Filipinas. Se pretende, por tanto, que las propuestas o normas del futuro diccionario de dudas —en cuya preparación hacen cabeza las dos instituciones mencionadas— cuenten, una vez más, con el aval de la totalidad de las academias. Hay un equipo interno de la Academia madrileña —formado por expertos en lingüística y filología y dirigido por académicos españoles— que está vinculado directamente a la sección de "Español al día" y de consultas de la Real Academia, y que se encarga de preparar ponencias ortográficas, ortológicas, fonéticas, morfológicas, sintácticas y léxicas. Con el visto bueno de la Academia Española estas ponencias se remiten a una Comisión Interacadémica en la que estriba, a mi ver, la naturaleza panhispánica del proyecto. Está formada por un académico representante de cada una de las siguientes siete regiones (de norte a sur): Estados Unidos; México y Centroamérica; las Antillas; Venezuela, Colombia, Ecuador; Perú y Bolivia; Argentina, Paraguay y Uruguay; Chile. Estos siete académicos están en permanente contacto con las academias de su respectiva región y por su medio se canalizan todas sus opiniones y dictámenes. Cada academia, por su parte, designó un delegado que se encarga de transmitir toda la información solicitada. La Comisión interacadémica emite su informe y devuelve la ponencia a Madrid, donde se incorporan las modificaciones. En la Real Academia Española se procede después a la redacción final de la ponencia, que se remite a las 21 academias correspondientes para una última supervisión antes de su sanción. Se cree que el resultado de este ambicioso proyecto esté listo dentro de dos años. Se publicará electrónicamente y también en papel.
     Podría extenderme en otros muchos aspectos y proyectos académicos, como por ejemplo en la excelente utilización que se está haciendo de los adelantos informáticos para la formación de espectaculares bancos de datos lingüísticos. Suspendo sin embargo esta atropellada exposición con la esperanza de que despierte el interés de algunos lectores por adentrarse y conocer mejor el trabajo que hoy llevan a cabo las academias de la lengua española. –

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