Las vidas de Jorge SemprĂșn

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Testigo y protagonista

Como pocos escritores de su tiempo, como a Malraux, a Arthur Koestler o a Orwell, a SemprĂșn le tocĂł vivir como actor, no como testigo, los grandes hechos histĂłricos del siglo XX. Sin embargo, tuvo la capacidad, muy infrecuente en el hombre de acciĂłn, de tomar una distancia intelectual para analizar lo que viviĂł o escribir ficciones a partir de su experiencia histĂłrica. No se puede separar al SemprĂșn militante, actor en los grandes acontecimientos histĂłricos de su siglo, del escritor y del intelectual.

Le tocĂł vivir la Guerra Civil española en el exilio; luego, cuando viene la Segunda Guerra Mundial, es un estudiante de filosofĂ­a y pasa muy joven todavĂ­a a militar en la resistencia; es capturado por los nazis, es torturado y es enviado a la experiencia mĂĄs atroz de la Ă©poca, que son los campos de concentraciĂłn. Pasa casi dos años en Buchenwald y sobrevive, en cierta forma, de milagro. Luego milita en el Partido Comunista, para vivir la utopĂ­a de la sociedad sin clases, de la igualdad absoluta, y durante muchos años es un militante muy arriesgado, porque durante el franquismo lo envĂ­an a España para tratar de constituir grupos o cĂ©lulas comunistas en Madrid, y en cada viaje se juega literalmente la vida. Son los años de su pseudĂłnimo, Federico SĂĄnchez, sobre los que escribiĂł despuĂ©s un libro muy interesante, la AutobiografĂ­a de Federico SĂĄnchez; luego le toca vivir tambiĂ©n la crisis del comunismo. Se convierte en una vĂ­ctima del estalinismo: es expulsado por tratar de introducir en el comunismo español el eurocomunismo, mĂĄs bien democrĂĄtico y abierto, lo que para Ă©l es un desgarramiento terrible, porque habĂ­a consagrado toda su vida al Partido Comunista, y luego tuvo que reconstruirse ideolĂłgicamente adoptando la cultura democrĂĄtica, volviĂ©ndose un crĂ­tico tan severo como Orwell o Koestler de los viejos comunistas. Y luego estĂĄ su inserciĂłn en el mundo democrĂĄtico: llega a ser ministro de Cultura de un gobierno socialista sin perder nunca una independencia que desde que fue expulsado del Partido Comunista lo caracterizĂł siempre a la hora de escribir. Al vivir de esa manera tan intensa, y como actor de los grandes hechos histĂłricos, SemprĂșn fue un escritor comprometido en un momento en el que ya no estaba de moda la literatura comprometida. En El largo viaje, su primera novela, hablĂł de su experiencia concentracionaria. Pero el libro de SemprĂșn que me parece mĂĄs admirable es La escritura o la vida, una reflexiĂłn sobre la manera en que la literatura puede dar un testimonio vĂ­vido, creativo y al mismo tiempo tremendamente enriquecedor, de lo que es la experiencia de la historia.

Es un libro muy hermoso, maravillosamente escrito, muy desgarrador, porque en Ă©l se encuentra todo el drama de una vida que estuvo constantemente enfrentada a fracturas terribles.

SemprĂșn y yo fuimos muy amigos. Y siempre fue para mĂ­ una experiencia riquĂ­sima conversar con Ă©l. Era un hombre muy discreto, no exhibĂ­a para nada esa experiencia tan intensa y tan diversa que tuvo; jamĂĄs le oĂ­ hablar, por ejemplo, de los campos de concentraciĂłn, salvo una vez que me impresionĂł mucho, porque nunca le habĂ­a visto tan conmovido. Era 1992, yo estaba viviendo en BerlĂ­n y Ă©l acababa de ir por primera vez a Buchenwald desde que estuviera preso allĂ­ dos años. Hizo escala en BerĂ­n y estuvimos conversando; estaba completamente afectado cuando me dijo: “A mĂ­ me salvĂł la vida un hombre ante el que tuve que registrarme la noche que lleguĂ© a Buchenwald. Se trataba de un prisionero polĂ­tico alemĂĄn que tomaba registro de los que llegaban a los campos.” SemprĂșn se acordaba claramente de que ese hombre alemĂĄn le preguntĂł cuĂĄl era su profesiĂłn, y Ă©l le dijo que era estudiante de filosofĂ­a. Entonces, recordaba, el alemĂĄn levantĂł la vista e hizo un movimiento negativo con la cabeza, como diciĂ©ndole que no. Pero Ă©l insistiĂł. Le dijo: “SĂ­, sĂ­, estudiante de filosofĂ­a.” Y el alemĂĄn escribiĂł en el registro. Pero SemprĂșn nunca vio lo que escribĂ­a hasta que en 1992 volviĂł a Buchenwald y le mostraron el registro, recordĂł la escena y se dio cuenta de que en el rubro “profesiĂłn” el alemĂĄn habĂ­a escrito “estucador”, “stukateur”, obrero del estuco. A los estudiantes de filosofĂ­a y a los intelectuales los fusilaban inmediatamente. Al hacerlo pasar como obrero le salvĂł la vida, y eso lo descubriĂł en 1992. Es la vez que vi mĂĄs afectado a SemprĂșn, quien tenĂ­a esa cosa elegante de disimular sus sentimientos. Él estaba profundamente emocionado porque descubriĂł medio siglo despuĂ©s que quien le habĂ­a salvado la vida era un prisionero polĂ­tico alemĂĄn.

Era muy buena persona, muy buen amigo, generoso, un hombre mĂĄs bien modesto y templado por esas experiencias terribles. Me ha dado pena su muerte: tengo la sensaciĂłn de que desaparece un determinado linaje de escritor que ya no puede existir en el mundo de hoy. ~

Mario Vargas Llosa

TranscripciĂłn de una entrevista telefĂłnica con la redacciĂłn.


SemprĂșn cuando ya era SemprĂșn

No es fĂĄcil imaginĂĄrselo por entonces, aunque Ă©l lo haya contado y aunque haya sido un espacio habitual de su memoria novelesca. O quizĂĄ precisamente por eso resulta tan difĂ­cil: porque sabemos que nuestra construcciĂłn es cautiva de su propio relato y no hay modo de contrastarla. Pero importa poco en lo bĂĄsico: la experiencia de Buchenwald reforzĂł la fe en el Partido Comunista, no solo en su lucha contra la dictadura de Franco sino contra el poder del capital y la desigualdad. Y seguramente en esa militancia, y en otras razones puramente temperamentales, radica la precocidad de un modo activo de vivir el exilio: no como trauma incurable, no como estadio de espera, no como drama intangible sino como condiciĂłn material de la lucha por la propia naciĂłn, como espacio de desarrollo personal y como oportunidad de acciĂłn programada y restitutiva de lo perdido.

Tampoco en esto fue previsible SemprĂșn. Su modo de combatir la nostalgia inhibidora del exiliado fue rehacer su vida mĂĄs allĂĄ de una primera derrota –la Guerra Civil– y de una victoria contra Buchenwald. Entre finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta se despliega la actividad del militante en Francia y sobre todo su colaboraciĂłn en las revistas del partido: a Felipe Nieto se debe el estudio meticuloso de ese material, sobre todo de sus contribuciones a las revistas Independencia y Nuestro Tiempo. Lo que mejor se recuerda de esa etapa son sus autoparodias y la estupefacciĂłn misma con la que SemprĂșn se evocĂł en fase estalinista: no callĂł sus odas a la “Pasionaria” ni dejĂł de citar los efectos narcĂłticos que el totalitarismo dejĂł en sus versos y en algunas de sus ideas de entonces.

Pero no todo va tan simple en SemprĂșn. En aquellos años hizo mĂĄs cosas que ser predicador de la fe y defensor cerrado del estalinismo porque entre sus artĂ­culos hay alguna precoz autobiografĂ­a sintĂ©tica y hay sobre todo una meditaciĂłn sobre el exilio que tambiĂ©n es infrecuente. A la altura de finales de los años cuarenta son muy pocos los exiliados que defienden una acciĂłn intelectual o polĂ­tica relacionada activamente con la España del interior y pensada para ella contra el desĂĄnimo: en pĂșblico apenas habrĂĄn hablado en favor de ese enfoque Corpus Barga en 1946 y Francisco Ayala en 1949. Y en pĂșblico apenas se habrĂĄ oĂ­do desde el exilio el repudio de la pena como emociĂłn del exiliado, que formula con un punto de intransigencia en su artĂ­culo “Ardiente proximidad”, publicado en la revista Independencia (febrero-marzo, 1947):

y eso no, y mil veces no. El masoquismo puede ser un ingrediente literario pero aquĂ­ no viene a cuento. La razĂłn de nuestra existencia es exactamente la contraria [a la pena], es la voluntad de hacer desaparecer nuestra pena. El sufrimiento nuestro debe ser estĂ­mulo y no complacencia en sĂ­ mismo. El orgullo del hombre no reside en el sufrir (ÂĄvaya romanticismo!) sino en el ser dichoso y todas nuestras fuerzas deben tender a realizar nuestra dicha.

Y tampoco el pasado ha de ser el lastre que impida avanzar porque “el tiempo pasado no estĂĄ petrificado, continĂșa fluyendo: petrificados estĂĄn quizĂĄ algunos entre nosotros, pero el tiempo no. No estĂĄ quieto, no nos espĂ­a [sic], nos empuja adelante, nos lleva en andas, cada recuerdo contiene un germen, una promesa de porvenir”. Sobre todo si la vocaciĂłn del exiliado tiene que ver con la literatura o la actividad intelectual, porque entonces habrĂĄ de ser capaz de metabolizar su maduraciĂłn en otro paĂ­s y otro medio, sin temor a la contaminaciĂłn o a la pĂ©rdida de las raĂ­ces: “¿es eso perder los factores constantes de cultura? No me parece asĂ­, por lo menos mientras se conserve vivaz la decisiĂłn de hacer lo que estĂ© en nuestro poder para matar al destierro, para desterrarnos de Ă©l y recobrar la vida nueva, prĂłxima, de nuestra patria reconquistada”.

La Ășnica vĂ­a de hacerlo y de “reincorporarnos a nuestro medio cultural, subterrĂĄneamente intacto bajo la costra del franquismo”, habrĂĄ de ser abandonar la pena y la tristeza o el abatimiento, porque esa decisiĂłn “implica el prescindir de la angustia devorĂĄndose a sĂ­ misma” que reflejan demasiados documentos y cartas procedentes del exilio.

Y ni siquiera les acepta otro error mĂĄs. La juventud mĂĄs joven del exilio no ha construido imagen idĂ­lica alguna del pasado ni de España, sino mĂĄs bien lo contrario. Por eso SemprĂșn echa la vista atrĂĄs de sus apenas veinticinco años:

ÂżMis recuerdos de España? Un breve tiempo infantil, templado y quieto, con tardes en el Retiro y veranos santanderinos o vascongados; en seguida, a los siete años, la calle de AlcalĂĄ cubierta por el gentĂ­o republicano, un trece de abril, y a los once, los tiroteos de octubre, y a los trece, un dĂ­a de julio veraniego, el primer camiĂłn con fusiles y cantos y las bombas sobre Bilbao y aquella noche sin dormir, en una ciudad extranjera, sin dormir y llorando porque los periĂłdicos “bien informados” anunciaban la caĂ­da de Madrid; y mĂĄs tarde, mucho mĂĄs tarde, una mañana gris y frĂ­a en el patio de un liceo parisino, el odio anudando mi garganta al enterarme de la entrega de Madrid por un puñado de traidores.

Y claro que el destierro ha cambiado al desterrado: “hemos cambiado por haber adquirido una conciencia mĂĄs aguda de lo que somos, de lo que Ă©ramos naturalmente antes, mĂĄs españoles cada dĂ­a y por serlo mĂĄs, e intentar serlo mejor, mĂĄs permeables a lo que en el mundo entero haya que sea verdadero”.

 

Y entre esas cosas estĂĄ la memoria reciente “en aquella noche, Âżos acordĂĄis?, doblemente desterrados en el campo de Buchenwald, cuando estĂĄbamos reunidos para celebrar el aniversario del primer dĂ­a de nuestra guerra, que dura aĂșn, rodeados del fraternal calor de voces francesas, rusas, alemanas, checas, yugoeslavas, de voces de todo el mundo cantando con nosotros ‘El paso del Ebro’, las canciones del EjĂ©rcito Popular”. SemprĂșn estaba ya ahĂ­. ~

Jordi Gracia


Por qué Europa nace en el lager

Jorge SemprĂșn y Elie Wiesel mantienen una conversaciĂłn cincuenta años despuĂ©s de ser liberados de Buchenwald. Ninguno de los dos quiere ser el Ășltimo superviviente. Ellos han ligado el futuro de la humanidad a la memoria de la barbarie que han experimentado. Lo que al ser humano quepa esperar pende de un hilo tan delicado y exigente como repensar todo –el mundo y el hombre– a partir del lager. Saben que han fracasado en su intento. El mundo sigue como si nada hubiera ocurrido. La responsabilidad del Ășltimo superviviente consistirĂĄ en un Ășltimo esfuerzo, un esfuerzo sobrehumano, para convencer a sus congĂ©neres de lo que en tantos años y con tantos supervivientes no se ha conseguido, a saber, que Auschwitz es lo que da que pensar. Uno y otro piden que se les ahorre esa responsabilidad.

Sorprende esa reacciĂłn en quienes han asumido por entero su papel de testigos. A SemprĂșn le costĂł lo suyo porque entendiĂł enseguida que tenĂ­a que escoger entre la memoria y la vida. Durante diecisĂ©is años optĂł por la vida, tratando de olvidar el campo con una existencia trepidante como era la del agitador clandestino comunista en la España de Franco. Hasta que se reconciliĂł con lo inevitable, a saber, que “el dĂ©bil estertor del moribundo era la patria de la que no podĂ­a escapar”. Su centro existencial era la experiencia de muerte que no podĂ­a dejar atrĂĄs. MuriĂł entonces Federico SĂĄnchez, su nombre de guerra en el Partido Comunista, y el superviviente de Buchenwald apareciĂł encarnado en el autor de memorables relatos.

Se le reconoce a SemprĂșn un enorme talento literario, pero la fuerza de El largo viaje, La escritura o la vida y tantos otros es la carga filosĂłfica de su narrativa. El que fuera estudiante de filosofĂ­a en la Sorbona interpretaba el campo como expresiĂłn del mal absoluto. El hitlerismo habĂ­a organizado la vida concentracionaria de manera que el deportado interiorizara que la muerte no era una posibilidad, como para los demĂĄs mortales, sino una fatalidad que le esperaba en cualquier segundo de su existencia. La suya era una vida construida para y desde la muerte. Para SemprĂșn ese supuesto nazi era un desafĂ­o que no podĂ­a eludir y al que tenĂ­a que dar una respuesta.

Esto explica la importancia que tienen en sus relatos los moribundos. Era la cita del mal absoluto con el combatiente. Recordemos, por ejemplo, la muerte en sus brazos de su maestro, Maurice Halbwachs, el autor inolvidable de extraordinarias investigaciones sobre la memoria. SemprĂșn le recita a modo de plegaria unos versos de Baudelaire: “Ô Mort, vieux capitaine, il est temps! levons l’ancre! […] Nos coeurs que tu connais sont remplis de rayons!”, mientras el agonizante sonrĂ­e “con la mirada sobre mĂ­ fraterna”. O la agonĂ­a del bravo Diego Morales, un joven combatiente republicano que hasta habĂ­a pasado por Auschwitz. Otra vez la poesĂ­a, esta vez de CĂ©sar Vallejo, para fraternizar con el agonizante: “Al fin la batalla, / y muerto el combatiente, vino hacia Ă©l un hombre / y le dijo: ‘¡No mueras, te amo tanto!’ / Pero el cadĂĄver ÂĄay! siguiĂł muriendo.”

SemprĂșn acude a la muerte de Morales, como un año antes a la de Halbwachs, para luchar contra el mal absoluto con el arma de la “fraternizaciĂłn del morir”. Frente a la idea hitleriana de que la muerte era el destino fatal del prisionero, SemprĂșn la presenta como una opciĂłn a favor de la vida. Acude a la cabecera de los moribundos para arrebatar el destino al nazi y decirle que “todos nosotros, que Ă­bamos a morir, habĂ­amos escogido la fraternidad de esta muerte por amor a la libertad”. La muerte que el nazi esgrimĂ­a como una fatalidad era vivida por ellos como una opciĂłn libre, fraterna, en favor de un mundo mejor.

En el campo se habĂ­a librado la gran batalla entre el hombre y la barbarie. Por eso, en su Ășltima apariciĂłn en Buchenwald, el pasado 11 de abril, invitaba a los europeos a visitar Buchenwald “para meditar sobre el origen de Europa y sus valores”. En un momento como el actual, donde los intereses nacionales o nacionalistas, sobre todo en Alemania, priman sobre la construcciĂłn de Europa, esa invitaciĂłn, a modo de testamento, no deberĂ­a echarse a perder.

Que a una figura tan lĂșcida y comprometida como SemprĂșn se le siga negando el reconocimiento debido en España es prueba de la mezquindad de los unos, y de la pervivencia del franquismo, en los otros. ~

Reyes Mate


Federico SĂĄnchez

A mĂ­, la Ă©poca de activa clandestinidad de Jorge SemprĂșn que, como Federico SĂĄnchez, el miembro mĂĄs joven de la direcciĂłn del PCE, tuvo a su cargo la organizaciĂłn de las cĂ©lulas del interior en los tiempos mĂĄs duros del franquismo, me quedaba muy lejos. En el momento de su expulsiĂłn del partido yo contaba apenas trece años y nunca habĂ­a conocido a un comunista. El SemprĂșn que tratĂ© desde comienzos de los ochenta, aunque aureolado por la leyenda de resistente que Ă©l mismo se habĂ­a ido construyendo en su autobiografĂ­a y en sus novelas, era un anticomunista menos vehemente que su amigo Yves Montand, que proclamaba su intenciĂłn de partirle los morros al primer miembro histĂłrico del pcf que se cruzara en su camino.

Jorge explotaba con discreciĂłn su ejecutoria de temprano disidente, al menos en España, donde el carrillismo se habĂ­a derrumbado antes incluso de que aquel aterrizase en Madrid convertido en flamante ministro de Cultura del  gobierno de Felipe GonzĂĄlez. Como miembro del gobierno, sus relaciones con los restos del pce eurocomunista fueron templadas y correctas. AsĂ­ y todo, le vi zumbarse de lo lindo con castristas cubanos y españoles en el memorable pandemonio que puso fin al Congreso de Intelectuales de 1987, celebrado por todo lo alto en el Palau de la MĂșsica de Valencia, acontecimiento un tanto cĂłmico que precediĂł a la perestroika, y en el que SemprĂșn, Daniel Cohn-Bendit, Carlos Franqui, Vargas Llosa y Savater, entre otros, se liaron a bofetadas con la delegaciĂłn cubana presidida por Manuel Barnet, Pablo Armando FernĂĄndez y Lisandro Otero, apoyada por la claque de los comunistas de Ignacio Gallego, y mĂĄs o menos capitaneada por Paco Rabal (yo, que me hallaba en el escenario, no pude intervenir en la bronca porque ponĂ­a todo mi esfuerzo en contener a Octavio Paz, que pugnaba por lanzarse al patio de butacas bastĂłn en ristre). La refriega terminĂł cuando VĂĄzquez MontalbĂĄn, que presidĂ­a la sesiĂłn, consiguiĂł hacerse oĂ­r por encima del barullo y dio la noticia del atentado que eta acababa de cometer en el Hipercor de Barcelona. Por lo que recuerdo, lo que provocĂł la pelea fue un insulto directo de Barnet a SemprĂșn, que respondiĂł levantĂĄndose de su asiento e invitando al escritor castrista a repetĂ­rselo cara a cara.

Es cierto que, como ha recordado JoaquĂ­n Leguina, que lo conociĂł en ParĂ­s, en 1965, Jorge tenĂ­a un atractivo personal suficiente como para embarcar a sus amigos en aventuras polĂ­ticas mucho mĂĄs arriesgadas que un eventual reparto de mamporros, pero, en honor a la verdad, creo que, en lo que concierne al descubrimiento del carĂĄcter totalitario y criminal del comunismo, la izquierda antifranquista le debiĂł mĂĄs a Fernando ClaudĂ­n, es decir, a un disidente menos romĂĄntico y mĂĄs frĂ­amente analĂ­tico. Los libros de ClaudĂ­n –en particular La crisis del movimiento comunista (ParĂ­s, Ruedo IbĂ©rico, 1970)– nos influyeron en mayor medida que la AutobiografĂ­a de Federico SĂĄnchez, que apareciĂł en plena TransiciĂłn, cuando la estrella del eurocomunismo declinaba rĂĄpidamente. Dudo incluso de que tuviera un peso significativo en la catĂĄstrofe electoral del PCE de 1979. Pero SemprĂșn y ClaudĂ­n ilustraron la sensatez democrĂĄtica de un sector del antifranquismo de izquierda, cuya existencia se empeñan hoy en negar –basĂĄndose en extrapolaciones de sus propias experiencias autobiogrĂĄficas– autores procedentes de otros medios del antifranquismo, irremediablemente totalitarios e insensatos. ~

Jon Juaristi


Un horror y el otro

No he leĂ­do todo Jorge SemprĂșn y me arriesgo a la injusticia afirmando que sus dos libros fundamentales, los que articulan el sentido Ășltimo de su obra, son El largo viaje (1963) y AutobiografĂ­a de Federico SĂĄnchez (1977). Él mismo pareciĂł compartir este juicio cuando, en varias entrevistas, insistiĂł en que el origen de su escritura debĂ­a encontrarse en la voluntad de testimonio que siguiĂł a la experiencia de los dos totalitarismos del siglo xx: el fascismo y el comunismo. Ambos, sufridos en carne propia: como recluso del campo de concentraciĂłn de Buchenwald en los cuarenta y como disidente del comunismo español en los sesenta.

Como en todo escritor que comienza tarde su carrera –publicĂł su primer libro a los cuarenta años–, el origen de la escritura de SemprĂșn adquiere un significado misterioso y, a la vez, inteligible. La explicaciĂłn que Ă©l diera y que han reiterado, con menor claridad, decenas de crĂ­ticos, biĂłgrafos y psicoanalistas, es que, tras sobrevivir a Buchenwald, se sumergiĂł en la lucha clandestina de los comunistas españoles contra el franquismo. Su funciĂłn en esa lucha fue, inicialmente, mĂĄs ideolĂłgica y propagandĂ­stica, lo cual liberaba su vocaciĂłn literaria por otros medios. Luego Federico SĂĄnchez –su nombre clandestino– pasarĂ­a a la acciĂłn subversiva contra el rĂ©gimen franquista, traduciendo la memoria de una vĂ­ctima del fascismo en conspiraciĂłn y violencia antiautoritaria.

Hasta 1962, SemprĂșn experimentĂł con diversos tipos de escritura (poesĂ­a, cuentos, novelas, teatro, periodismo, ensayo…), pero ninguno le satisfizo. Ese año, cuando la ruptura con el liderazgo del Partido Comunista de España se precipita luego de su destituciĂłn al frente de la clandestinidad y de sonadas divergencias con Santiago Carrillo, las notas sobre Buchenwald, que ha acumulado durante veinte años, comienzan a tomar forma. Meses despuĂ©s de la apariciĂłn de El largo viaje, el estremecedor relato sobre la vida en aquella instituciĂłn nazi, se produce la reuniĂłn del ComitĂ© Central del PCE en la que Dolores IbĂĄrruri (la “Pasionaria”) pide la expulsiĂłn de Federico SĂĄnchez y Fernando ClaudĂ­n y los condena al “infierno de las tinieblas exteriores”, como dirĂĄ SemprĂșn en la AutobiografĂ­a.

La muerte de Federico SĂĄnchez como militante del PCE representĂł el nacimiento de Jorge SemprĂșn como autor.

 

Una autorĂ­a que se desplegĂł en la memoria de los dos grandes horrores del siglo XX, el fascismo y el comunismo, como si la literatura misma requiriera de ese testimonio para poder existir. La cĂ©lebre tesis de Theodor W. Adorno de que la poesĂ­a despuĂ©s de Auschwitz podĂ­a constituir un acto de barbarie lograba un mentĂ­s frontal en la obra de SemprĂșn, que no afirmaba solo la literatura, sino, especĂ­ficamente, el testimonio de la barbarie nazi como acto de civilizaciĂłn. Lo curioso es que, en SemprĂșn, ese testimonio iba de la mano del otro, el de la barbarie comunista, inadmisible para la mayorĂ­a de los propios crĂ­ticos del fascismo. Esa ruptura con el comunismo, en tanto sublimaciĂłn del antifascismo, hacĂ­a de SemprĂșn una mezcla de Primo Levi y Alexander Solzhenitsyn.

No fue SemprĂșn, desde luego, una vĂ­ctima del comunismo como Solzhenitsyn, Mandelstam o ShalĂĄmov. Los dolores de su memoria no provenĂ­an del gulag sino de las noches sin sueño de Buchenwald, del pesadillesco vaivĂ©n de la lealtad y la traiciĂłn, de las mañanas de domingo en aquella triste biblioteca de varios miles de volĂșmenes donde descubriĂł ÂĄAbsalĂłn, AbsalĂłn! de William Faulkner y no quiso salir de sus pĂĄginas. El sufrimiento de la familia Sutpen, en el sur norteamericano del siglo XIX, era un alivio en aquellos dĂ­as de hambre y trabajo en las afueras de Weimar. Pero, aunque SemprĂșn no estuvo en un campo de concentraciĂłn de Stalin, hizo de sus libros conjuras contra el olvido de ambos horrores.

Entre 1964 y 1968, luego de su expulsiĂłn del pce, se elaborĂł intelectualmente la disidencia de SemprĂșn. Ya en 1969, cuando aparece La segunda muerte de RamĂłn Mercader, dicha disidencia posee todos sus elementos constitutivos. La crĂ­tica de SemprĂșn al comunismo era doble: por un lado, dicho sistema, en los paĂ­ses que se habĂ­a establecido como poder, anulaba las libertades pĂșblicas modernas que defendiĂł el propio Marx; por el otro, los comunistas, donde eran oposiciĂłn –legal o clandestina, pacĂ­fica o violenta– o donde gobernaban, como la UniĂłn SoviĂ©tica o Cuba, se desentendĂ­an del objetivo principal del bolchevismo originario, que era transferir todo el poder a los consejos obreros, y creaban una estructura burocrĂĄtica de direcciĂłn a la que debĂ­an subordinarse los militantes, bajo criterios de lealtad doctrinal y polĂ­tica similares a los de la Iglesia catĂłlica.

En La segunda muerte de RamĂłn Mercader, un relato sobre la ficticia ejecuciĂłn del asesino de Trotski en Ámsterdam –como es sabido, Mercader morirĂ­a en La Habana, en los setenta, protegido por Fidel Castro– que le sirviĂł de pretexto para historiar crĂ­ticamente el estalinismo y el entendimiento de los comunistas españoles con el mismo, y, sobre todo, en la AutobiografĂ­a de Federico SĂĄnchez, esos son los dos argumentos bĂĄsicos: la analogĂ­a del Partido Comunista y la Iglesia catĂłlica y el cuestionamiento de la falta de autonomĂ­a individual y comunitaria bajo el comunismo. Evidentemente, SemprĂșn ya habĂ­a conformado esta disidencia antes de 1968, algo excepcional para la izquierda europea de entonces, que comenzĂł a distanciarse pĂșblicamente de MoscĂș y de La Habana a partir de aquel año.

Las crĂ­ticas de SemprĂșn al socialismo cubano son, en este sentido, ejemplares –por raras– dentro de la izquierda iberoamericana de los años sesenta y setenta, tan dada a disculpar el totalitarismo habanero desde la legĂ­tima oposiciĂłn a la polĂ­tica de Estados Unidos hacia la isla. Ya en La segunda muerte de RamĂłn Mercader se leĂ­a el rechazo a la invasiĂłn soviĂ©tica a Checoslovaquia e, indirectamente, se aludĂ­a a la estalinizaciĂłn del socialismo cubano. Dos años despuĂ©s, SemprĂșn serĂ­a, junto con los hermanos Goytisolo, Jaime Gil de Biedma, JosĂ© Ángel Valente y otros cuantos escritores españoles mĂĄs, uno de los firmantes de la “primera carta a Fidel Castro” (1971) en contra del encarcelamiento, en La Habana, del poeta Heberto Padilla.

Para 1975, cuando se celebra el Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba, Jorge SemprĂșn confirmaba la sovietizaciĂłn institucional del socialismo cubano. Sus juicios sobre ese proceso en la AutobiografĂ­a siguen siendo irrebatibles mĂĄs de tres dĂ©cadas despuĂ©s. DecĂ­a entonces SemprĂșn que la coronaciĂłn de Fidel Castro al frente del Estado y del Partido Comunista en Cuba no hacĂ­a mĂĄs que reproducir la misma estructura autocrĂĄtica que habĂ­an diseñado Stalin en la UniĂłn SoviĂ©tica y Mao en China: “el Partido es su ego y su superego. El Partido lo resume todo y en Él el Partido se consume, o sea, es consumido y consumado”. Fidel, agrega, rinde culto a sĂ­ mismo a travĂ©s del partido, pero, a diferencia de Santiago Carrillo o Maurice Thorez o Jacques Duclos, que hablan el lenguaje de la polĂ­tica moderna, se expresa en “la lengua de la burguesĂ­a colonial española”.

Quien esto escribĂ­a era un intelectual al que era imposible escamotear su lucha a muerte contra el fascismo desde las filas del comunismo. Un intelectual, para colmo, que seguĂ­a afirmando su posiciĂłn pĂșblica en la izquierda y que, en contra de los tantos prejuicios acumulados por la ortodoxia prosoviĂ©tica, tenĂ­a el coraje de vindicar una filiaciĂłn socialdemĂłcrata. SemprĂșn no serĂ­a el primero ni el Ășltimo de los comunistas del siglo XX en desplazarse a la socialdemocracia, pero tal vez fue uno de los que experimentĂł dicho desplazamiento con mayor coherencia. Su principal reproche al comunismo es que habĂ­a hecho de la instituciĂłn del partido Ășnico lo que los fundadores del marxismo no habĂ­an propuesto: un doble de la Iglesia catĂłlica e, incluso, un doble del Estado absolutista. Al salvar el legado libertario del marxismo y de todos los socialismos de los dos Ășltimos siglos –sin excluir al anarquista–, SemprĂșn supo llegar a la socialdemocracia sin renunciar a las ideas y valores de su juventud antifascista. ~

 Rafael Rojas


Lenguas, nombres, vidas

1. Jorge SemprĂșn ha sido un magnĂ­fico ejemplo de intelectual europeo. En varias ocasiones se autodefiniĂł como “intelectual inorgĂĄnico”, categorĂ­a en la que incluĂ­a, asimismo, a su amigo Mario Vargas Llosa. Su evoluciĂłn desde la interiorizaciĂłn de la verdad de las mentiras del comunismo al reconocimiento de las mentiras de la verdad comunista resulta sintomĂĄtica de los vaivenes de un pesado y corto siglo XX. Europa fue su territorio. Era perfectamente bilingĂŒe, español-francĂ©s, al margen de su particular relaciĂłn, desde la infancia, con la lengua alemana. Aunque la mayor parte de la obra literaria de SemprĂșn apareciera originalmente en francĂ©s, algunos libros lo hicieron en español. En 2010, escribiĂł: “Soy, es bien sabido, bilingĂŒe, lo que me provoca, lo confieso, una suerte de esquizofrenia: Âżsoy español, soy francĂ©s?” A nivel lingĂŒĂ­stico, no obstante, lo realmente trascendente para SemprĂșn era el lenguaje, no la lengua. Como le comenta Lorenzo Avendaño a Michael Leidson en las Ășltimas pĂĄginas de la novela Veinte años y un dĂ­a, de 2003, “La patria del escritor no creo que sea la lengua, sino el lenguaje…”.

2. Rosa Montero aludiĂł en una ocasiĂłn, con notable ingenio, a “esos mĂșltiples Semprunes bilingĂŒes y bivitales”. MĂĄs de una lengua, mĂĄs de una vida, pero, asimismo, mĂĄs de un nombre. Jorge SemprĂșn ha sido solamente uno de los nombres de Jorge SemprĂșn. SemprĂșn, con tilde, en España, pero Semprun, sin el signo anterior, en Francia. Jorge, pronunciado a la española, pero tambiĂ©n a la francesa, Georges, como le llamaba su querida Colette. Federico SĂĄnchez fue uno de los nombres del escritor Jorge SemprĂșn: “Federico SĂĄnchez nace como Federico (nace sin apellido) en 1953, cuando se produce mi primer viaje clandestino a España”, anotĂł. Federico SĂĄnchez fue y es, en cierto modo, el nombre de una de las vidas de Jorge SemprĂșn. Muchos nombres y muchas vidas coinciden en la persona y en el personaje de este escritor. Nombres como Federico SĂĄnchez, el pseudĂłnimo oficial de la etapa comunista, pero tambiĂ©n Rafael Artigas, AgustĂ­n Larrea, GĂ©rard Sorel, Camille Salagnac, Rafael Bustamante u otros tantos para los dni falsos de la clandestinidad y para las reuniones secretas. O, asimismo, “Pajarito” –mote con el que le bautizara Berta Muñoz, la hija de Ricardo Muñoz Suay y Nieves Arrazola, que, en la Ă©poca en la que SemprĂșn estaba alojado en su casa, no sabĂ­a decir Federico–, que no fue inusual. Todos eran su nombre, todos resultaban nombres verdaderos, como asegura GĂ©rard –GĂ©rard Sorel– en Aquel domingo (Quel beau dimanche!, 1980): “Mi verdadero nombre es GĂ©rard, le dije interrumpiĂ©ndole. ÂĄMi verdadero nombre es SĂĄnchez, Artigas, Salagnac, Bustamante, Larrea!” En La algarabĂ­a (L’algarabie), publicada en 1981, el personaje principal es precisamente Rafael Artigas y el juego en torno a nombres verdaderos y verdaderas identidades se mantiene desde las primeras pĂĄginas hasta el final de la novela.

3. Del nombre Artigas, en concreto, aseguraba en AdiĂłs, luz de veranos (Adieu, vive clartĂ©, 1998): “Artigas ha sido uno de los numerosos pseudĂłnimos (o nombres de guerra: me gusta mucho esta locuciĂłn, que refleja la realidad de la Ă©poca) que utilicĂ© en la clandestinidad antifranquista, durante el decenio de mi doble vida. Mi otra vida.” En todos estos personajes, que llevan otros nombres, de otras vidas, de Jorge SemprĂșn, se refleja o se fusiona el personaje-escritor SemprĂșn. Nombres diferentes para distintas vidas. Vida, otra vida, doble vida, ciclo de la vida, una vida anterior, una vida mĂĄs tarde… constituyen, todas ellas, expresiones que pueden encontrarse de forma habitual en las obras de SemprĂșn. Las vidas de SemprĂșn: la infancia, el exilio, la resistencia, el campo de concentraciĂłn, la vida en el comunismo, la escritura, el cine, la polĂ­tica. MĂĄs vidas que un gato. Las vidas y la vida, el amor por la vida a fin de cuentas, son fundamentales en este gran intelectual. “Lo que resulta maravilloso es poder maravillarse de estar vivo”, escribiĂł en Federico SĂĄnchez se despide de ustedes (1993). Jorge SemprĂșn, el amante de la vida, nacido en Madrid en 1923, se encontrĂł cara a cara con la muerte el 7 de junio de 2011 en su bonito y acogedor apartamento parisino de la rue de l’UniversitĂ©. ~

Jordi Canal

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