El lector comรบn cree que la literatura puede ayudarle a entender mejor el mundo en que vive, las รฉpocas de la historia en que hubiera querido vivir, los misterios del amor, las tortuosas leyes del trato social, los pantanos de la polรญtica y los vericuetos infinitos de la condiciรณn humana. En resumen, el lector comรบn todavรญa cree que los libros le pueden decir algo interesante sobre la vida. El lector erudito ya no busca iluminaciones, y solo aprecia en una obra su andamiaje intertextual, es decir, su relaciรณn con otras obras y autores, tanto del pasado como del futuro. Cuanto mรกs lee, mรกs afina su apreciaciรณn literaria, pero esa virtud engendra un vicio: el incesante cotejo de lecturas que nos remite de un libro a otro, de un tรญtulo prestigioso a otro mรกs raro y sofisticado aรบn, sin tomar en cuenta que la literatura pierde sustancia y valor cuando el hombre de letras pretende sustituir los hallazgos de la intuiciรณn por un laberinto bibliogrรกfico. La mejor literatura busca persuadir, convencer o asombrar: la mala erudiciรณn solo sabe imponer su autoridad a la fuerza. Y a veces lo consigue, pues entre el lector comรบn y el erudito hay una especie intermedia, el lector esnob, que al toparse con un libro raro o difรญcil acude al juicio de los entendidos para saber si eso “debe gustarle”.
Pero la cultura enciclopรฉdica y el apego a los modelos prestigiosos tambiรฉn perjudican a los escritores cuando la saturaciรณn de ideas ajenas inhibe las propias. Las grandes figuras del Renacimiento italiano, Petrarca y Boccaccio, asimilaron creativamente la herencia grecolatina con una originalidad que los apartaba de sus modelos. No querรญan construir una nueva preceptiva sobre las ruinas de la antigua, sino emprender vuelos mรกs altos con el impulso liberador de los visionarios. Pero la mayorรญa de los humanistas, anclados en los hรกbitos mentales de la escolรกstica, creรญan que los clรกsicos griegos y latinos eran insuperables y, por lo tanto, el mรฉrito literario consistรญa en repetir sus hallazgos al pie de la letra. El historiador J. A. Symonds describiรณ los estragos causados por el culto a Cicerรณn entre los eruditos del Renacimiento: “Cicerรณn habรญa dicho que no habรญa nada, por feo o vulgar que fuese, a lo que no pudiera prestar encanto la retรณrica. Esta desdichada sentencia sedujo y descarriรณ a los italianos. No les preocupaba mรกs que formar libros con frases tomadas de las Tusculanas y las Oraciones, seleccionar algunos temas manidos para desarrollarlos y hacer verdaderos alardes de palabrerรญa” (El Renacimiento en Italia, Mรฉxico, Fondo de Cultura Econรณmica, 2005). En esos torneos de erudiciรณn estรฉril destacรณ el latinista Pietro Bembo, uno de los intelectuales mรกs influyentes de su tiempo, a quien Erasmo de Rotterdam llamaba “simio ciceroniano”. Otro insigne primate, el humanista Sperone Speroni, creyรณ haber hallado un mรฉtodo infalible para alcanzar la inmortalidad: memorizar y calcar a la perfecciรณn los versos de Petrarca y de Boccaccio, “para que de este modo, no saliese de mi pluma un solo vocablo ni de mi caletre un solo pensamiento que no tuviese precedente en los sonetos o en las narraciones de tan preclaros ingenios”.
Por desgracia para Bembo, Speroni y demรกs precursores de Pierre Menard, a partir del Romanticismo la originalidad se convirtiรณ en el supremo valor literario y sus proezas mimรฉticas quedaron sepultadas en las bibliotecas de los claustros. La sobrestimaciรณn de lo nuevo en el arte y la literatura tambiรฉn puede conducir a extremos aberrantes, pero a pesar del terreno ganado por las vanguardias, en los cรญrculos intelectuales contemporรกneos, la preceptiva renacentista sigue teniendo importantes adeptos. De hecho, algunos narradores y poetas intentan avalar con argumentos de autoridad una moda que consiste en combinar citas de manera inusitada, o en escribir autobiografรญas que en realidad son crรณnicas de lecturas (Pitol y Vila-Matas brillan en este gรฉnero), con lo cual confirman la sentencia de Victor Hugo: “Cuando la impotencia escribe, firma sabidurรญa.” En el mejor de los casos, el lector de memorias librescas experimenta la satisfacciรณn de pertenecer a una aristocracia cuando ha leรญdo a los mismos autores comentados por el autor. Pero cualquier esbozo novelesco o autobiogrรกfico coloca en primer plano la aventura existencial, aunque el autor quiera soterrarla, y por lo tanto, su ausencia decepciona al lector que busca en vano la vida escamoteada por los alardes de sabidurรญa.
La intuiciรณn es la materia prima del talento, no las lecturas, y el lector comรบn, en el fondo, es mรกs exigente que el lector esnob, pues aprecia por encima de todo la creatividad en estado puro o la reflexiรณn lรบcida sobre la experiencia vivida. No pretendo, por supuesto, que el escritor sea un demiurgo ignorante, porque la ignorancia tampoco fecunda el talento. Lo ideal serรญa olvidar las lecturas en el momento de escribir narrativa o poesรญa, como el reciรฉn nacido olvida el รบtero materno, para conservar de ellas las esencias fertilizantes. Quien de veras tiene algo que contar no necesita invocar todo el tiempo una tradiciรณn literaria que de cualquier manera ya forma parte de nuestra sangre. ~
(ciudad de Mรฉxico, 1959) es narrador y ensayista. Alfaguara acaba de publicar su novela mรกs reciente, El vendedor de silencio.ย