Stieg Larsson, el celebérrimo autor de la trilogía negra de Lisbeth Salander, dedicó buena parte de su trabajo periodístico a alertar sobre el ascenso de la extrema derecha en Suecia, como una extensión más de la que crecía, mucho más a la vista, en otras democracias occidentales.
Una selección de sus contundentes artículos, La voz y la furia (Destino), acaba de aparecer en castellano, y lo que me ha sorprendido es que, pese a que murió hace siete años, muchas de sus observaciones siguen vigentes. Y no solo porque la extrema derecha crezca: ahí están los verdaderos finlandeses, los verdaderos holandeses, los húngaros protegidos constitucionalmente por Dios o las huestes de Marine Le Pen. Sino, sobre todo, porque los argumentos falaces que defendía la extrema derecha se extienden como aceite por todas las ideologías y por todos los ámbitos sociales.
Stieg Larsson señalaba cómo la extrema derecha sueca insistía, con contumacia y con todos los medios a su alcance, que la democracia no era tal, sino solo un mal simulacro.
Por extensión, la prensa, tampoco era libre, puesto que se veía presionada por las instituciones falsamente democráticas. Stieg Larsson era un buen ejemplo de esa prensa libre, que veía como una extensión de la democracia en la que vivía. No dudaba, por supuesto, que la democracia podía ser puesta en práctica en cualquier lugar del mundo.
Señalaba también cómo la extrema derecha se dedicaba al descrédito sistemático de la clase política, a la que achacaba todos los males, convirtiéndola en chivo expiatorio. Una idea que está calando fuertemente en España: en la encuesta de mayo del Centro de Investigaciones Sociológicas, los políticos eran vistos como un problema por una gran parte de la población.
Stieg Larsson decía que había que prestar mucha atención a la insistencia de la extrema derecha en mostrarse beligerantemente antieuropea, algo que pudo parecer anecdótico y que hoy es uno de los más evidentes conflictos de la Unión, con la vuelta a las fronteras sobre la mesa. Un antieuropeísmo que iba ligado a una pureza racial repugnante.Y afirmaba que la tolerancia social al antisemitismo se extendía, sin freno, algo que le parecía totalmente novedoso, tras años de ocultación.
Stieg Larsson creía en una democracia muy social y veía algunas de las amenazas que se cernían, y ciernen sobre ella, aun con sus recortes. Una de ellas es la paradójica imposibilidad de defenderse de las agresiones: la Constitución que quieren abolir les garantiza la libertad de organización, anotaba. Le daba vueltas a la paradoja, pero no conseguía encontrar la solución.
(Zaragoza, 1968-Madrid, 2011) fue escritor. Mondadori publicó este año su novela póstuma Noche de los enamorados (2012) y este mes Xordica lanzará Todos los besos del mundo.