Los migrantes que no importan (Sur+ Ediciones) es uno de los libros más duros que se han escrito sobre México. Óscar Martínez ha dibujado los rasgos de un país que reclama un mejor trato para sus migrantes, pero que al mismo tiempo ha sido cruel y cobarde con los centroamericanos que a diario cruzan su territorio rumbo a Estados Unidos.
En este conjunto de crónicas, Martínez ha recogido testimonios sobrecogedores del horror que significa transitar ilegalmente por México: secuestros masivos, violencia contra las mujeres, complicidad de policías y funcionarios, dolor, impotencia. Martínez rescata, gracias una gran capacidad periodística, las voces de quienes han sido, por años, invisibles a las autoridades y nos entrega un trabajo de factura impecable, del cual Francisco Goldman ha dicho “es el libro más impresionante de no ficción que he leído en años”.
Sur+ Ediciones y Letras Libres regalarán 10 ejemplares de Los migrantes que no importan a quienes respondan las siguientes preguntas:
- ¿A qué consorcio estadounidense de ferrocarriles pertenece ‘La Bestia’ y a través de qué filial opera en México?
- De acuerdo con Óscar Martínez, ¿cuál es la herramienta más poderosa que tiene el periodismo?
Manden sus respuesta a cartas@letraslibres.com y acompáñenos el 4 de julio a las 13:00 hrs a una conversación digital con Óscar Martínez sobre “Los migrantes que no importan”.
Para nuestra edición de julio, le hemos pedido a Óscar Martínez que nos acerque a esa parte oscura de México que es la ruta de los migrantes. A través de seis escenas estremecedoras –donde queda patente la actuación vergonzosa de quienes están encargados de mantener el orden en la zona–, el periodista ha podido retratar la sensación que experimentan los indocumentados a su paso por el país. Una sensación que puede sintetizarse en una palabra: hartazgo.
A continuación un adelanto:
Un hombre camina en las vías del tren de un lugar llamado Ixtepec. El tren acaba de pasar. El hombre es una silueta de noche. Un hombre, una mochila, una gorra. El hombre levanta polvo al caminar. El polvo parece humo entre sus piernas. El hombre camina encorvado. El hombre se acerca al portón de un albergue. El hombre escucha una pregunta. ¿Cómo estás? El hombre levanta los ojos, no la cabeza. El hombre responde: Harto.
El nombre del hombre no importa. La fecha no importa tampoco, aunque la fecha es enero de 2008. El país del hombre es Honduras, pero podría ser Guatemala, El Salvador, Nicaragua. Ixtepec está en el estado mexicano de Oaxaca, pero podría estar en el de Chiapas, en el de Veracruz, en el de Tabasco, en el de Tamaulipas. A decir verdad, poco importan los detalles, porque al hombre no le ha ocurrido nada distinto a lo que cada día le ocurre a decenas de otros hombres, a decenas de otras mujeres. De hecho, la escena podría resumirse en una frase. Un hombre está harto. De hecho, la escena podría mejorarse. Unas personas están hartas.
Desde enero de 2007 hasta mediados de 2011 vi pasar a decenas de migrantes por decenas de ejidos, pueblitos y ciudades mexicanas. Ofuscados, contaban sus historias. En sus historias abundaba el cansancio, el miedo, el hambre, el miedo sobre todo. En sus relatos abundaba el tren, los Zetas y los policías, la distancia, los Zetas y los policías sobre todo. Lo contaban de distintas maneras, algunos con gestos actuaban las escenas de su desgracia, pero a mí me impactó la forma editada, minimalista, con la que aquel hombre hondureño resumió la sensación que le dejó el camino cuando aún le faltaban más de cuatro mil kilómetros de México. Harto.