¿Matar a los niños de la calle?

¿Cómo convertimos a un profesor de filosofía de la ética en un asesino en serie?
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Limpiar las calles asesinando a todos los niños sin hogar. La propuesta, según los titulares de la prensa, era autoría de Nassar Abdalla, un profesor universitario egipcio, quien supuestamente había llamado en un artículo (“Niños de la calle: la solución brasileña”) publicado en el diario Al-Masry Al-Youm, a seguir el ejemplo de Brasil en los años noventa, de “cazar y matar a los niños de la calle como perros callejeros” y terminar con el problema en las calles de Egipto. La sevicia era demasiada.

Busqué el artículo original y pedí ayuda para traducirlo al español a Ahmed Rida, traductor oficial de la embajada de Egipto en México. Rida confirmó que en el texto no existía ninguna propuesta de ese tipo. Me puse en contacto también con el profesor Nassar Abdalla, autor del artículo. Desde el otro lado del mundo me respondió un hombre gentil, un poeta que se gana la vida como profesor de Ética y Filosofía Política en la Universidad de Sohag, apenado por la severidad con la que la prensa le había tratado, reproduciendo sin confirmar una nota con información falsa y sin molestarse en leer su análisis.

En su artículo, Nassar Abdalla habla de las similitudes entre Brasil de los años noventa y el Egipto de hoy; el crecimiento exponencial de poblaciones callejeras que se veían involucradas en delitos de robo y violación, pero también las tasas crecientes de desempleo y la corrupción que había infectado todas las áreas del gobierno. El autor pone sobre la mesa un hecho brutal: la rehabilitación y reinserción de esos niños de la calle resultaba más costosa que lanzar a las fuerzas de seguridad a perseguirlos y reducir a cero los delitos de los que supuestamente eran causantes.

Había sectores de la sociedad brasileña —continua— que sabían que lo que hacía la policía era un delito, que esos niños eran, de hecho, las víctimas y no los culpables. Eran ejecutados sobre la base de delitos que no cometieron. Todo el mundo era consciente de ello, pero todos prefirieron fingir ceguera, pues la desaparición de los niños de las calles de las principales ciudades los hacía sentir más cómodos.

Cualquiera que trate de aprender algo de la experiencia brasileña, concluía Abdalla, debería entender que el camino es una reforma en la conducción política, la luchar contra la corrupción y la creación de puestos de trabajo. En un segundo texto, el profesor universitario lanzó una frase inequívoca: “Estoy en contra de cualquier solución basada en exterminar a los niños de la calle en Egipto o de cualquier trato fuera del marco de la ley”.

En un artículo posterior titulado “Niños de la calle: la solución mexicana”, Jamal Jamal, un colaborador del mismo diario escribió una defensa de Nassar Abdalla que terminaba con una pregunta fundamental acerca del linchamiento mediático: “¿Cómo convertimos a un profesor de filosofía de la ética en un asesino en serie?”

Acusado de incitación a la violencia, por alertar sobre la tentación de que en Egipto se lleve a cabo una limpieza social como la de Brasil en los noventa, Nassar Abdalla no deja de señalar que los medios de comunicación que se mostraban alarmados por estos crímenes eran los mismos que no paraban de recordarle a los ciudadanos, al mismo tiempo el espíritu agresivo de los niños de las calles, los delitos que cometían y los delitos que cometerían si no se hacía algo con ellos.

En su última comunicación, el profesor Abdalla me hizo llegar uno de los raros fragmentos de su poesía que han sido traducidos al español:

Erase una vez un chivo
que mirándose al espejo,
vio a otro chivo mirarse en el espejo;
movió la cabeza,
y entonces el otro movió la cabeza.
Fue cuando el chivo creyó que el otro chivo lo desafiaba.
Enfureció, se incorporó y lo injurió;
al tiempo que el otro chivo enfureció, se incorporó y lo injurió.
El chivo le dio una cornada al chivo,
se abrió la cabeza, se arrancó el cuerno.

Entonces, se paró el chivo fijándose en la nada,
no vio nada.
No está mal —balbució—,
ante el valiente chivo, el chivo cobarde huyó.
No está mal,
aunque me quede sin cuernos,
aunque se me rompa la cabeza,
no está mal.

Para todos los chivos de nuestro tiempo:
este es el precio de la victoria.

 

Hoy a él le toco ser blanco de la mala prensa.

 

 

 

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Periodista. Autor de Los voceros del fin del mundo (Libros de la Araucaria).


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