Charlot , dibujo de Woody Gelman

Mi Navidad con Charlot

El recuerdo de una navidad con el fantasma vivo de Charlot
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Era un hombrecito de menos de medio metro de estatura, de rostro blanco, ojos negros, cejas negras, bigotito cuadrado negro, sombrero hongo gris, corbata y chaqué grises, zapatos abarquillados negros, pantalón gris de perneras abolsadas, y movía brazos y piernas como aspas. Mamá y tía Angelines te lo presentaban: “Mira, Novelín, mira, es Charló, es Charló”. Venía a ser un hermano tuyo pues lo había hecho tu padre dibujando las piezas en un cartón y luego recortándolas y relacionándolas con hilos que iban al hilo central, del que se tiraba para dar movimiento al monigote. Mamá y tía Angelines lo creían simpatico pero tú, en ese entonces llamado Novel, le tenías miedo porque te parecía un fantasma.

El personaje se llamaba Charló, es decir el de las comedias de Charles Chaplin, al que en España, llamándolo igual que en Francia, pero sin la te, le dedicaban una canción que tía Angelines y mamá te cantaban cuando te enseñaban a lavarte: Charló es mi muñeco/ de pasta y de cartón,/ se lava la carita/ con agua y con jabón.

Charló, cuyo nombre luego alguien  te enseñaría que en francés era Charlot, y que, más tarde, siendo tú un niño refugiado (acogido en casa de  los Girardot, una familia belga de Bruxelles, pues tu padre estaba combatiendo en el frente de Teruel y tu madre trabajaba de costurera en un empresa vestimentaria de Louvain) se te reapareció en el tabladillo de un café cantante propiedad de los Girardot. Sí, ¡era Charló!, y allí estaba bailando con las puntas de los zapatos hacia fuera (como tu Charló de cartón que se había quedado en España y que acaso ya lo había fusilado Franco), y cantaba una canción en jerigonza como el Charlot/Charles Chaplin de Tiempos modernos (la película que habías visto en un pequeño cine bruselense, también de los Girardot):

La espinach or la tuko/ Gigeretto toto torlo/ E rusho spagalaletto/ ¡Je le tu le tu le twaa!/ La der la ser pawnbroker/ Lusenr seprer how mucher/ E ses confees a potchka/ Ponka wala ponka wuaa./ Señora ce la tima/ Voulez-vous le taximetre/ Le jonta tu la zita/ ¡Je le tu le tu le twaa!

Era el año 37 o el 38 y ya por toda Europa se sentía el peligro de la guerra. En la pantalla de los cines se veía a Hitler gesticular y chillar como un mono colérico y a Mussolini poner los brazos en jarras, avanzar el mentón y decir algo así como “La Nostra Volontá é Inquebrantabile”.

Una noche los Girardot dieron en su cafetín una fiesta de Navidad con disfraces y números de varietés. Te disfrazaron de Arlequín, y recuerdas el local muy iluminado, recuerdas el Chibiribibí que gorgoritaba una señora pechugona con ímpetu de soprano, recuerdas la lluvia de confeti y los remolinos de serpentinas y los coloridos vasos y copas de granadina y mandarin-citron y de vino y los bojs de cerveza y las parejas que bailaban al ritmo de valses y tangos y ragtimes y foxtrots emitidos por una pequeña orquesta y… Recuerdas que apareció un hombrecito con el fantasmal rostro enharinado y parpadeante y el bigotito negro y cuadrado, como el de Hitler cuando gesticulaba y chillaba en la pantalla.

Era Charló, o Charlot, de rostro blanquísimo, fantasmal y de movedizo bigotito negro, y tras saludar con el sombrero hongo bajó del tablado al piso del salón y cantando la jerigonza aquella avanzaba hacia ti como un muerto galvanizado, como un fantasma espasmódico, y,  más grande que tu muñeco de cartón plano, se agigantaba aún al acercarse. Tú, aterrado, quisiste huir, pero te prendió de las manos y te obligó a danzar con él en un acelerado girar, y gritaste y lloraste tratando de desasirte de esas manos demasiado fuertes para ser de un fantasma. De repente pudiste soltarte y fuiste a dar contra la esquina de una mesa y te golpeaste en la frente y…

¿Recuerdas que aún gimoteaste un largo rato cuando tu madre y unas señoras acudieron y te llevaron a la gran mesa del convite a que tomaras limonada y comieras aquellos exquisitos pasteles belgas que crees todavía paladear, y recuerdas el terror que habías sentido?

Esa fue tu navidad con Charló, con el fantasma vivo de Charló. Y cuando muchos años después en la ciudad de  México, ¿en l947 o l948?, lo reencontraste en la pantalla del Cinelandia como el Charlot verdadero, ocurrió que, repentinamente, entre la risa y la simpatía que te causaba el personaje, sentiste que recuperabas aquel miedo de tus días de niño en Bruselas y de aquella parte de la historia europea entre la guerra de España y la segunda Guerra Mundial: los días en que fuiste del exilio como se es de un frío país, y el momento en que creiste que aquel personaje tan pálido, tan blanco y negro, era un fantasma del muerto Charlot, o de Charló, fusilado por Franco, y que estaba dentro de tu memoria cantando la canción en jerigonza con el estribillo ¡je le tu le tu le twaa!, que puede traducirse a “¡lo mato, lo mato, lo maté!”

En el año 39, se acabó la guerra  de España, mi padre salió del campo de concentración de Argélés-sur-Mer y nos reunimos con él mi madre, mi hermano Raúl y yo, y vinimos a Santo Domingo, a Cuba y finalmente a México y… ah, sí, se había iniciado la segunda Guerra Mundial.

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Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.


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