Nada es real: La música de Alvin Lucier

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En 1990, la pianista Aki Takahashi le pidió a Alvin Lucier (New Hampshire, 1931) la composición de una obra que formaría parte de una colección de nuevas piezas para piano basadas en canciones de los Beatles, específicamente de aquellas compuestas por John Lennon y Paul McCartney. Lucier no quiso imponer su gusto y memoria en la elección de la canción a re-elaborar y en cambio pidió a Takahashi que ella misma la eligiera. La canción elegida fue Strawberry Fields Forever. La razón: la línea Nothing is Real (Nada es Real) le recordaba la música del compositor. Y es que si algo caracteriza a la música de Lucier, es que la mayoría de sus obras exploran una idea en su forma más simple, y de la manera “más bella posible”, y que estas ideas generalmente se ubican alrededor de algún fenómeno físico o son plataformas para que tal fenómeno físico se manifieste y se vuelva más claramente perceptible. Dichos fenómenos están casi siempre más allá de la partitura; parecen surgir de la nada, como por arte de magia. Muchas veces transitan y se transforman en el espacio. La condición experimental de su música es un rasgo distintivo y constante, lo que lleva a crear situaciones que escapan al control del compositor; gran parte de sus obras se autogeneran una vez echadas a andar. Describiré a continuación algunas de sus obras más conocidas, en las que algunos de estos aspectos están presentes de una u otra manera.

Music for Solo Performer (Música para ejecutante solista), compuesta en 1965 –su primera pieza tras su encuentro con John Cage, durante una residencia en Roma en la cual sufrió lo que él llama una crisis de identidad, que lo llevó a seguir un camino diferente del de la tradición de la música de concierto europea– es una obra que, a diferencia de casi la totalidad de las obras musicales que necesitan de un intérprete, requiere que éste permanezca tan inmóvil como sea posible. El ejecutante cuenta con electrodos adheridos a su cabeza que detectan las ondas Alfa. Para generarlas, el ejecutante debe lograr un estado meditativo, inmóvil y sin estímulos visuales. Las ondas son amplificadas a través de una colección de altavoces, cada uno de los cuales es puesto en cercanía de un instrumento de percusión, haciéndolo vibrar.

I am sitting in a room (Estoy sentado en un cuarto) de 1970 es quizá su obra más conocida. La pieza explora las frecuencias resonantes de un determinado espacio, en este caso el del cuarto en que fue grabada, y lo hace de una manera tan simple como hermosa, y a la vez con gran sentido del humor. El compositor se graba a sí mismo diciendo: “Estoy sentado en un cuarto… estoy grabando el sonido de mi voz hablada y voy a tocar la grabación una y otra vez [regrabando el resultado] hasta que las frecuencias resonantes del cuarto se refuercen a sí mismas… veo esta actividad no tanto como la demostración de un hecho físico, sino como una forma de suavizar las irregularidades que mi habla pueda tener” (Alvin Lucier es tartamudo). Tras repetir el proceso varias veces, el texto desaparece y lo que escuchamos son frecuencias continuas, propias del espacio, “articuladas por el habla”.

En Music on a Long Thin Wire (1977), un largo alambre tensado es activado con un oscilador a una frecuencia constante, lo que produce una continua vibración siempre en transformación y que genera sonidos armónicos e inarmónicos de comportamiento impredecible. La obra funciona a manera de instalación y no requiere intervención humana alguna.

En una de sus más recientes obras, Glaciers, –estrenada hace algunas semanas en la Universidad de Wesleyan, donde Lucier imparte clases, y comisionada por el festival Feet to the Fire– un(a) chelista sigue la transcripción de una gráfica del deshielo de varios glaciares; un glissando [1] lento y constante de alrededor de media hora a una amplitud también constante (algo que en teoría suena bastante aburrido), genera sonidos “fantasmas”; frecuencias combinatorias surgen por la relación entre la frecuencia tocada –siempre en transformación– y las cuerdas al aire –no tocadas– del cello. La sencilla acción sobre el instrumento, en su máxima simplicidad, genera un material inestable, incontrolable, irreal. Este material, en un rango de amplitud tan suave, propicia una escucha activa y atenta, principal objetivo del compositor.

Para su obra Nothing is Real (Strawberry Fields Forever), Lucier fragmenta el material melódico de la canción; cada fragmento es tocado en una octava diferente del piano; el pedal, siempre pisado, sostiene cada sonido creando clusters. Toda la ejecución del piano es grabada en vivo, e inmediatamente después de ser finalizada es reproducida desde el interior de una tetera. Las frecuencias resonantes de la tetera alteran el color y reverberación de la grabación y el pianista controla sus transformaciones abriéndola y cerrándola o, por momentos, separándola del piano, oscureciendo las resonancias.

Una grabación memorable de la obra está incluida en el álbum Nothing is Real (a CD for the bathtub) del pianista Marino Formenti (Col legno, 2003).

– Iván Naranjo

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[1] Transformación gradual de la frecuencia.

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