Navidad en el D.F.

A lo mejor es que me vuelvo viejo, pero me parece que cada año la Navidad se hace más larga.
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A lo mejor es que me vuelvo viejo, pero me parece que cada año la Navidad se hace más larga. Una vez pasada la fiesta de la cosecha, el día de muertos o el día de brujas (o como le quieran llamar), es decir a mediados de noviembre, los centros comerciales y supermercados comienzan a supurar adornos navideños por todas partes. No es nada nuevo, pero tuve una iluminación a finales de octubre, mientras hacía la compra en el supermercado de la colonia. Arrastraba yo el carrito entre máscaras de muerto, calabazas y brujas de plástico hechas en China, cuando noté encima de los anaqueles, de manera disimulada, figuras de perversos santa closes, monos de nieve y renos agazapados que parecían esperar a que se fueran las calaveras y los vampiros para saltar sobre nosotros e imponernos su Navidad. Y aunque se trate solo de una estrategia comercial, creo que la exposición a dichos adornos y al disco de villancicos de Luis Miguel tiene un efecto psicológico en el ambiente que debería de ser estudiado por alguna universidad gringa del Medio Oeste, de esas desconocidas que siempre salen en las notas de salud que comparte mi prima Chary en su muro de Facebook.

Tampoco es nuevo darse cuenta de que al menos en México, tanto la administración pública como la privada se ralentizan aún más (como si esto fuera posible) desde mediados de noviembre. El llamado fenómeno de fin de año. Si quieres cobrar a alguna institución o empresa y enviaste tu recibo a finales de este mes es probable que no veas un solo centavo hasta mediados de enero, si es que no se quedó traspapelado bajo un buñuelo. Los empleados administrativos suelen ofuscarse un poco cuando ven diciembre en el calendario, por más que corran de un lado para “cerrar el año en curso”. Es un triste espectáculo. Antes solía enervarme pero después de años de practicar la meditación Zen ya estoy resignado a pasar hambre desde septiembre.

Los que no se resignan son los delincuentes. La ciudad se vuelve más peligrosa desde finales de noviembre, aumentan los robos a transeúntes, pero sobre todo al transporte público. Y es que hasta los amantes de lo ajeno sueñan con su blanca Navidad. ¿Cómo va a ser exclusiva del hombre trabajador y del honrado propietario? Es fácil ceder a la tentación cuando tanto aguinaldo anda por ahí en los bolsillos de las personas. Y hablando del mismo, todavía recuerdo tiempos felices cuando el Estado se tomaba la molestia de aconsejar en campañas de televisión la manera correcta de gastar en estas fechas. Pero funciona la estrategia de los centros comerciales y la gente compra un montón de cosas que no necesita. Los que carecen de prestaciones tienen la opción de endrogarse a 82 meses sin intereses con tarjetas participantes. El tráfico se vuelve más espeso y más ruidoso, la ciudad es un embotellamiento, hay que sumarle además a los peregrinos de la Virgen: ya estamos en el maratón Guadalupe-Reyes. Para desplazarse del punto A al punto B hace falta un milagro de la Navidad o del Janucá. La gente va de un lado a otro mentándose la madre. En vez de felicidad y piedad por el nacimiento del Mesías se percibe una agresividad permanente. Los niveles de contaminación aumentan con el frío. Las empresas que durante el año explotaron sin misericordia a sus empleados organizan ágapes dignos de la Roma del siglo V, con mucho chupe y mucha comida. No solo hay que tomar en cuenta la posada del trabajo, sino la posada del trabajo de la esposa, la posada de la familia, la de la familia política, la de los valedores, la de los cuates, la de los amigos (en el dialecto del Anáhuac cada una de estas palabras tiene diferencias sutiles), la del bar de marras donde se va a rifar una botella de Buchanan´s que por supuesto compartirás con los parroquianos (ni que fuera Macario). Lo más triste es el intercambio de regalos en la oficina. “Que no pase de doscientos”, dice Lupe, la secretaria, que es la que organiza. Tazas, bufandas compradas en el metro, chocolates hechos con lecitina de soya, el nuevo disco de Jesse & Joy o el de Carla Morrison. Si en la rifa te toca el jefe le regalas una Mont Blanc para quedar bien y él te da a cambio unas pantuflas de Homero Simpson que compró en Wal-Mart.  

Las buenas conciencias se oponen a la legalización de la marihuana, pero las botellas de esa otra droga, más dañina, llamada alcohol, están en todas partes en promociones especiales, con regalos, con moños, en cajitas coquetas a la entrada de los supermercados. El alcoholímetro hace su agosto, o más bien su diciembre. El Torito está a reventar y ahí la posada es con Nescafé y pan Bimbo, ni modo, que le compras a los celadores. Los diabéticos burlan a la muerte con un par de buñuelos más, y ya que estamos aquí, por qué no me sirves un tequilita. El que ya sufrió dos infartos le mete duro a la pierna de cerdo. Los hospitales de Cardiología y de Nutrición se pertrechan como si estuvieran frente a un apocalipsis zombie. Pero lo bueno de que el señor presidente nos regale una televisión digital es que a pesar del apagón analógico vamos a poder seguir disfrutando de películas gringas navideñas con Nicolas Cage o Tim Allen dobladas al español por los mismos de siempre, o en el peor de los casos de algún especial con las estrellas del Canal 2 o de TV Azteca. Dicen que aumentan los suicidios, las tazas de mortalidad, los casos de depresión clínica, los tiroteos de dementes en Estados Unidos, las muertes por oso en Canadá, Murakami publica una nueva novela. No faltan los fodongos que hacen largas colas en los Sanborns o en los Vips para comprar ya hecha la cena. Decirles a los amigos o a la familia que no quieres festejar este año, que prefieres quedarte en casa a ver una película, dormirte temprano, leer a Pushkin en la cama, es una ignominia. Cómo es posible. No, no es posible. Los hijos de tu prima, esos parásitos con sobrepeso, truenan cohetes como enanos en el cubo de las escaleras y ríen como hienas. La foto grupal de la familia que antes se tomaba una vez ahora se hace veinte veces porque todos traen celular y quieren subir la misma foto al Face. El tío Ramiro te cuenta por centésima vez que militó en el movimiento del 68. La abuela Anastasia tiene mucha en fe en López Obrador. La prima Oyuki comienza a manosearte. La tía Claudia comienza a bailar los éxitos de Abba. Los sobrinos darquis de la prima Aurora se sientan en una esquina, sin hablar con nadie, más sombríos que los tiempos que corren. No hay manera de encontrar un taxi para regresar a casa y morir con lo que te queda de honor. Los defensores de los animales cuelgan memes en Facebook con perritos de dulce mirada suplicándote que no truenes cohetes. Los ateos cuelgan memes burlándose del Mesías de los cristianos. Hay quienes afirman que el Nazareno más bien nació en mayo, hay evidencia científica de eso… Aparte de los villancicos de Luis Miguel hay que soplarse a Pepe, el vecino, que pone una y otra vez “La cosecha de mujeres” porque no te has dado cuenta y ya es el último día del año: en Chihuahua y Sinaloa la gente sale a disparar a la calle sus Ak-47 como si fueran palestinos. Las esquinas se llenan de vendedores de uva, sidra y baguettes. Entre otras extrañas costumbres del Anáhuac, está la de cenar en la noche de Año Nuevo “espaguete” a la crema empujado con pan: la pesadilla de cualquier nutriólogo. Despiertas el día primero de la forma en que vas a pasar todo el año: flaco, cansado, ojeroso y sin ilusiones. Luego la temporada decembrina se come parte de enero de una manera lánguida hasta el día de Reyes cuando llegas a la oficina y resulta que los compañeros compraron una rosca. Te toca el niño, intentas tragarlo, pero no puedes. Intentas pasarlo con café quemado de oficina y sustituto de crema, pero tampoco puedes, por lo que debes llevar los tamales para el día de la Candelaria. “Y yo por qué”, dices, “si odio la rosca de Reyes”. Las áreas comunes del edificio están llenas de basura, de cajas, de moños, nochebuenas resecas que nadie se tomó la molestia de regar nunca y que ahora dejan morir. El camión de la basura se niega a llevarse los árboles secos de Navidad que permanecen ahí, testigos de otra Navidad en el Anáhuac, hasta que terminan por desaparecer no gracias a los servicios de la ciudad sino al lento proceso de biodegradación, por ahí de mayo, cuando dicen que en realidad nació el Nazareno, lo trajo una nave extraterrestre, hay evidencia científica…

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Vive en la ciudad de México. Es autor de Cosmonauta (FETA, 2011), Autos usados (Mondadori, 2012), Memorias de un hombre nuevo (Random House 2015) y Los nombres de las constelaciones (Dharma Books, 2021).


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