Nick Cave

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Hace más o menos diez años que Nick Cave abandonó definitivamente las mareas ruidosas y heroinómanas del post-punk para escribir e interpretar las baladas más oscuras y lánguidas del repertorio occidental. E incluso desde sus días atroces, con la banda The Birthday Party, se alcanzaba a ver a un cantante urbano y noctívago poseído por los imanes de Saturno. Sus reinterpretaciones de Elvis y Johnny Cash son de antología, al igual que la mucha música que ha hecho para Wim Wenders y sus duetos-romances con mujeres como P.J. Harvey y Kylie Minogue (cuyo muy explotable lado oscuro descubrió él). Nick Cave, y su banda The Bad Seeds, habitan el imaginario de no pocos menores de cincuenta años entre Australia y Rio. Tiene un puñado de libros escritos y es un estremecedor intérprete de sus lecturas bíblicas. Su conferencia sobre las canciones de amor (The Secret Life of the Love Song) es para memorizarla. Acaba de cumplir cincuenta años y tiene, al menos, cuatro discos grandes. El nombre de Tom Waits apenas puede mentarse sin pensar en su implosivo sobrino australiano. Nick Cave entiende que estamos heridos de muerte, y que la vida es una más o menos tolerable supuración. Sus letras pueden ser muy bellas, como aquella en la que le pide –a la manera de una jarcha– a la carta de amor que llegue y tome a su destinataria. Su voz es casi rasposa pero no lo es. Y es casi negra pero no lo es. Es tan lenta, a veces, que es casi inmóvil. Hoy sacó un nuevo disco en el que le pide a Lázaro que, en lugar de revivir, cave hacia abajo (Dig!!! Lazarus. Dig!!!) Esta es la primera canción de ese disco.

– Julio Trujillo

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