Oliver Sacks, 1933-2015

Un recuerdo del famoso mรฉdico y autor inglรฉs que muriรณ este fin de semana de un cรกncer terminal.ย 
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Intento convencerme de que esto es una esquela funeraria, y de que en ella he de nombrar los mรฉritos y seรฑas del que acaba de marcharse. No quisiera parecer sentimental, pero siento el hipocampo en luto, la materia cerebral mรกs gris que de costumbre. ¿Por quรฉ, tratรกndose de un neurรณlogo octogenario que escribiรณ mucho y viviรณ mรกs, estoy tan triste?

Uno llora por sรญ mismo casi siempre. Los libros de Oliver Sacks han sido mi brรบjula vocacional, mi GoogleMap. El hombre que confundiรณ a su mujer con un sombrero (1985) y Un antropรณlogo en Marte (1995) me condujeron al Hospital Siglo XXI, donde trabajรฉ con personas con lesiones cerebrales. Veo una voz (1989) me llevรณ a un aรฑo muy feliz en una escuela para sordos. Musicofilia (2007) inspirรณ mi tesis de licenciatura. Migraรฑa (1970) me consolรณ en las peores horas de cefalea. La isla de los ciegos al color (1997, mi predilecto), despertรณ mi amor por la botรกnica ancestral, e inspirรณ mis viajes a la sierra oaxaqueรฑa en busca de helechos arborescentes, mientras que su Diario de Oaxaca (2002) me animรณ a visitar en Nueva York a John Mickel, experto en helechos descrito en el Diario como un hombre que tiene “orgasmos pteridolรณgicos”.

Estos lazos personales con su obra, aunque explican mi pasiรณn, no dicen mucho sobre las causas de su inmensa popularidad. ¿A quรฉ se debe su atractivo, que trasciende edades, lecturas e intereses? Creo que la clave estรก en su perfil como neurรณlogo. Oliver Sacks fue un artista clรญnico, capaz de comprender y comunicar con maestrรญa la complejidad irreducible de la experiencia mental atรญpica. Dan ganas de ir a consulta con รฉl para que nos trate con tanta atenciรณn y respeto. Sus relatos reflejan una profunda empatรญa con los pacientes, lo cual se traduce narrativamente en personajes de primera. Todos los mรฉdicos (sobre todo urรณlogos y ginecรณlogos, con los que nos sentimos tan vulnerables), deberรญan leer a Sacks como parte de su formaciรณn clรญnica.

Y tambiรฉn los psiquiatras. En Alucinaciones (2012), Sacks cuenta el caso de una anciana que empieza a alucinar escenas absurdas e inquietantes en un asilo. ร‰l platica con ella (no sรณlo la evalรบa), le explica lo que sucede (no sรณlo la diagnostica) y de ese modo la consuela (no sรณlo le receta fรกrmacos). Como dijo en cierta ocasiรณn en una Ted Talk del 2009, una de sus  tareas principales como mรฉdico consiste (no estoy listo para hablar de รฉl en pasado) en dar tranquilidad a los pacientes y convencerlos de que no estรกn locos. Si no hubiera sido por su sensibilidad a la vida interior ajena, probablemente no habrรญa intuido que podรญa despertarse a los pacientes catatรณnicos de Despertares (1973), historia que fue llevada al cine con Robin Williams (a quien nunca pudieron consolar con fรกrmacos contra la bipolaridad) en el papel del doctor Sacks.

En 1983, hablando de su amor por la nataciรณn, Oliver Sacks contรณ que “Allรก en el estrecho [un brazo de mar cerca de su casa], salgo a tomar aire, desciendo, y vuelvo a emerger veinte yardas mรกs lejos. Un vecino me confundiรณ una vez con una ballena migrando. Acaso mi destino sea morir arponeado” (VF). En 2006, un arpรณn ciego e invisible lo hiriรณ en un ojo: melanoma. El tratamiento lo hizo perder la vista de ese รณrgano, y la experiencia de adaptarse a ver a medias inspirรณ Los ojos de la mente (2010), en donde, como en Con una sola pierna (1984), Sacks explora su propia experiencia como paciente.  

A principios de este aรฑo, debido a metรกstasis en el hรญgado, Sacks se convirtiรณ en paciente terminal. Este diagnรณstico, en vez de matarlo por adelantado, lo avivรณ: “Depende de mรญ elegir cรณmo vivir los meses que me quedan. Tengo que vivir de la manera mรกs rica, profunda y productiva que pueda.” (NYT, las cursivas son mรญas).  Al escribir hace unos renglones el verbo “avivรณ”, una vereda de sinapsis neuronales me hizo avivar el seso y recordar las coplas de Manrique a la muerte de su padre: “cรณmo se pasa la vida, /cรณmo se viene la muerte/ tan callando”. Esta asociaciรณn produce otra: Sacks tuvo un padre, tambiรฉn mรฉdico, al que le confesรณ su homosexualidad cuando tenรญa 21 aรฑos. Para un muchacho judรญo en la Inglaterra de los aรฑos cincuenta, eso fue, en efecto, una confesiรณn. Pocos aรฑos despuรฉs se marchรณ a Canadรก y luego a Estados Unidos, donde tuvo numerosos amantes, amigos, pacientes, cientos de corresponsales, y un compaรฑero con el que viviรณ los รบltimos ocho aรฑos (buena parte de esto se encuentra en On the move: A life, 2015). No tuvo hijos.

No tuvo hijos. Lo escribo como un cirujano que halla el foco epilรฉptico de un duelo aparentemente exagerado, el que siento por Oliver Sacks (la epilepsia es el tema del mejor ensayo en Alucinaciones, “La enfermedad ‘sagrada’”). No tuvo hijos, y yo, aquรญ, el รบltimo domingo del verano, sintiendo que uno de mis padres ya se fue. 

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(ciudad de Mรฉxico, 1987). Narrador y ensayista. Autor de la novela Las mutaciones (Antรญlope, 2016) y del ensayo Yonquis de las letras (La Huerta Grande, 2017).


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