Palabras feas, bonitas y… ¿correctas?

¿Por qué unas palabras resultan más expresivas que otras sin importar su significado? 
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¿Por qué unas palabras resultan más expresivas que otras sin importar su significado? Pensemos, por ejemplo, en la letra de “Chilanga banda”, de Jaime López:

“Mejor yo me echo una chela

            y chance enchufo una chava

            chambeando de chafirete

            me sobra chupe y pachanga…”

En primer lugar, sorprende el sonido ch que logra colarse, con ingenio, por doquier; en segundo, la perspectiva apologética para exaltar dos virtudes del trabajo (“chambeando”) como conductor profesional (“chafirete”): beber cerveza (“me echo una chela”) y seducir, eventualmente, a miembros del sexo opuesto (“y chance enchufo una chava”)… sin límites (“me sobra chupe y pachanga”). Además de la exuberancia lingüística de esta viñeta urbana, podemos reconocer el encanto que tiene cada una de estas palabras: el sonido de la ch, producto de ese CHoque sutil, pero CHispeante, de la lengua contra el paladar, como de CHapuzón o CHapoteo, despierta nuestra simpatía. Sí, la ch tiene el sonido más genuinamente palatal de nuestra lengua. El gentilicio CHilango quizá no sería tan popular sin esa ch, tanto al menos como para olvidar su origen despectivo y ser adoptado con orgullo por los propios habitantes de la ahora CDMX (Gabriel Zaid ha trazado con su buena pluma la historia de amor y odio con la palabra chilango). Pese a su popularidad, resulta difícil imaginar una generalización a corto y mediano plazo en nombres oficiales como Instituto Chilango de Cultura o Secretaría Chilanga de Finanzas. Estos nombres no parecen, al menos desde la perspectiva de una mentalidad institucional, muy serios. Como que resultan CHistosos de por sí… ¿o debí escribir graciosos para evitar este curioso fonema en un texto formal como el presente? Mexiqueño parece llevar alguna ventaja en la discusión, aunque es cierto que, como escribía hace varios años José G. Moreno de Alba, nadie lo usa. Pese a encontrarse ya en el Diccionario de la lengua española (al que antes llamábamos de la RAE, pero que ahora se forma con el acuerdo de la Asociación de Academias de la Lengua Española), la preferencia por mexiqueño no es unánime. Una parte de la población piensa que podría sonar despectivo (y no le ayuda mucho la rima con pequeño; contra esta percepción, habría que decir que también defeño rimaba por detrás con pequeño y por delante con defecar o defectuoso, lo que abonaba los usos peyorativos… en todo caso, parece una palabra naturalmente condenada a su extinción ante la pérdida de la sigla que le dio origen, D.F.). Se me ocurre otra razón fonética: la ñ es otro fonema palatal, al que probablemente se asocian palabras como ñoño (persona que antepone el estudio a la efímera vida social), ñáñaras (cierto repelús a algo, pero también cosquilleo anal), ñango o ñengo (flaco o enteco), ñero (personaje poco refinado) y otros coloquialismos del español de México. Tampoco es una palatal muy seria, pese a navegar sobre las olas de términos con tanta profundidad epistemológica como mañana, engaño o español.

Ante estas discusiones que parecen bizantinas, el término Ciudad de México, abanderado por la sigla CDMX, entró por la puerta de atrás. Primero por los ojos: se volvió una presencia familiar desde hace un par de años en los anuncios de diferentes oficinas gubernamentales y quizá su carta de naturalización más fuerte ha sido el transporte público, como señaló Javier Castillo en su oportunidad. Lo curioso es que la ciudadanía ha hecho suya la sigla para convertirla en acrónimo; es decir, ha pasado de ser un conjunto azaroso de grafías (Ciudad De MéXico) que remitían a la pronunciación del topónimo completo (siu-dá-de-mé-ji-co) o que se pronunciaban una detrás de otra (se-de-eme-equis), para volverla una palabra: cedemex. La buena acogida de la propuesta quizá deriva del prestigio que se percibe en el uso de siglas para ciudades emblemáticas de los Estados Unidos, como NYC (en-guay-sí) para la ciudad de Nueva York o L.A. (el-éy) para la ciudad de Los Ángeles.

¿Y cuál de todas estas opciones es mejor desde la perspectiva de la corrección lingüística? Ninguna, porque TODAS son CORRECTAS conforme a las normas de derivación morfológica. Chilango se forma de la raíz chile y el sufijo -ango, ambos en el Diccionario de la lengua española (nótese que de chile, la tercera acepción es “pene” y que -ango se usa “con valor despectivo”); mexiqueño y defeño se forman de las raíces de sus topónimos respectivos (ya México, ya D.F.) y el sufijo -eño, también presente en topónimos como brasileño, malagueño, isleño. Quizá la mayor peculiaridad en defeño sea que derivó del acrónimo, pero tenemos una larga tradición de fenómenos análogos en la política nacional: priista (afiliado al PRI), panista (al PAN), perredista (al PRD), etcétera.

Creo que el éxito en el uso de una palabra se rige más por los vínculos afectivos que por su corrección formal. Refrescancia, por ejemplo, no es popular, a pesar de las campañas publicitarias de refrescos y cervezas que rezan “total refrescancia”, “pura refrescancia” y otras. Como afirma el lema publicitario, “refrescancia sí existe”. En efecto, pese a no estar registrada como lema, se forma de la combinación de dos entradas que sí se encuentran en el Diccionario de la lengua española: el verbo refrescar y el sufijo -ncia, útil para formar sustantivos femeninos abstractos como importancia (derivado de importar) o insistencia (de insistir). En portugués, por ejemplo, frescura se dice refrescância. La palabra es correcta desde un punto de vista morfológico. El problema es que refrescancia en español no hace falta, porque expresa lo mismo que frescura. Quienes hablamos español asociamos el término a una campaña publicitaria de productos como los refrescos, sin prestigio local, ni trascendencia nacional. Es decir, no nos identificamos con el producto. Como que le faltan raíces de abolengo, por lo que creo que tiene pocas probabilidades de prosperar.

En cambio, hemos adoptado un ominoso anglicismo que sirve prácticamente para todo… ¿por qué me CHoca? Porque ante su origen extranjero y cierta ignorancia sobre su sentido exacto, lo usamos en cualquier situación: CHecar (pero en España, CHequear). Sirve para comprobar algo (su sentido estricto en inglés) y de forma coloquial, como en inglés, para llamar la atención sobre algo (equivalente a look at, chécate eso), pero también con el sentido de “revisar”, “mirar”, “explorar”, “registrar”, “inspeccionar”, “observar”, “examinar”, “controlar”, “cotejar”, “compulsar”, “rastrear”, “hurgar”, “examinar”, “leer”, “dar un vistazo”, etcétera. Contra su uso particular en inglés, amenaza con volverse un supernónimo en español (una palabra comodín que sirve para todo, como cosa). Ha conquistado incluso los contextos de mayor purismo lingüístico, como mi propia casa (que es la de ustedes): hasta mi esposa la defiende y emplea, anima a nuestros hijos a que la usen y, cuando puede, la suelta en contextos académicos… sospecho que nada más para fastidiarme… o para hacerme consciente de que la lengua es de los hablantes, no de un cascarrabias que defiende que la riqueza del español están en los matices y que no es lo mismo “mirar” que “examinar”. ¿Que si checar es correcto? Pues sí… to shoot dio CHutar y to chat, CHatear… pero también son correctos términos como revisar, mirar, observar, cotejar… y agregan matices necesarios que checar no tiene… SospeCHo que ese CHasquido palatal algo CHistoso nos ha ganado la partida.

 

 

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Profesor investigador de tiempo completo de la Universidad Autónoma Metropolitana - Iztapalapa. Doctor por El Colegio de México y Licenciado por la Universidad Veracruzana.


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