Pliegos del autócrata

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Un autócrata previsor: sabe que su longevidad depende de repetidos baños en las aguas del referéndum y el plebiscito. Sabe que de todos modos ganará; lo reanima la idea de que podría perder. El referéndum le funciona como un anticuerpo que lo fortalece.

■ Tarde o temprano se llega a la edad de los reconocimientos: galardones, honores, diplomas, méritos para el emérito vienen junto con sondas, catéteres, endoscopias, radiografías. El cerillo del conocimiento arde, por ambas puntas. Se puede uno salvar de un premio, casi nunca de un tratamiento.

■ El mundo se parece demasiado a sí mismo. La democracia, al parecer, funciona como esas encuestas robotizadas de los aviones donde se le pide al pasajero que evalúe la calidad del servicio. Es obvio que, en el mejor de los casos, tus sugerencias serán atendidas en un futuro remoto.

■ A los accionistas de los grandes corporativos la democracia les puede parecer algo riesgoso pero ineludible: de ahí que necesiten que los dictadores encargados de comprarles las armas se reelijan mediante referendos impecables.

■ “Todos los aeropuertos y todos los aviones tienen un aire de familia pues los han diseñado los mismos fabricantes.” Todos los dictadores se parecen pues han ido al parecer al mismo gallinero y han aprendido a cantar con las mismas partituras y a veces con las mismas notas.

■ Los dictadores se suicidan todos con la misma cuerda: la ley del hielo que ellos mismos imponen les va subiendo a los pies hasta que se vuelven de piedra. Entonces, como a los árboles y las columnas, los perros los orinan y, como a los árboles yertos, se los va comiendo la misma polilla que los embalsama.

■ Aquel dictador daba golpes de Estado como quien se da golpes de pecho: así, iba probando su pureza y, como quien se mesa los cabellos, iba diezmando a sus antiguos partidarios. Se lavaba las manos con las lágrimas de las plañideras a las que pagaba por llorar su improbable proscripción.

■ Tiene el dictador amanuenses, copistas, taquígrafos, locutores, transcriptores, mecanógrafos, imitadores, calígrafos, gente que pinta y cincela letra por letra sus palabras, entrevistadores, guionistas, fotógrafos, cineastas, públicos, audiencias. La fama para él tiene tantos secretos como bambalinas.

■ Del mismo modo que un pesado camión, al pasar por las calles empedradas estremece, los techos que dejan caer una leve arena, las palabras del autócrata resuenan como campanadas y estremecen las paredes de las casas. Cuando el Dictador toma aire para seguir hablando. Los hombres se comunican a media voz con la velocidad de una ardilla.

■ De tanto estar, de tanto Estado, al Dictador se le hinchan los pies y le incomoda la espalda. Entonces, necesita levantarse para estirar las piernas, y él mismo alimenta las conspiraciones para cambiar, aunque sólo sea algo, de posición.

■ Vive rodeado de guardianes; se pregunta, para no aburrirse, quién es rehén de quién.

■ En su imperio todos están embriagados. Los de abajo beben chinguiritos; los de arriba, güisqui barato que pagan al precio de un whisky adulterado. El agua escasea; se la reparten en secreto algunos comandantes.

■ Los capos no hablan: sólo saben comunicarse mediante muertes y ejecuciones.

■ Vemos un mundo dividido en dos grandes gajos: de un lado, una hermandad de autócratas sonrientes; de otro, unas familias de tiranos apiñonados por viscosos intereses. En medio espesas cortinas de humo; abajo, terrenos resbaladizos; arriba, un cielo frío y enrojecido de vergüenza.

■ En aquella República simulada, la abstención se pagaba con la muerte; la oposición con la cadena perpetua; el voto a favor con la parálisis o el entumecimiento de los sentidos.

■ Como el ave de presa, el Dictador tiene mal aliento, pero él mismo no lo nota aunque desde lejos apesten sus palabras.

■ Antes se pensaba que el lujo consistía en viajar y que sólo los miserables estaban condenados a ser sedentarios; ahora, el lujo consiste en tener el suficiente poder para no salir de casa: cada salida pasa a ser una muestra de debilidad.

■ Una dictadura debe ser por definición un sistema cerrado, un huerto clausurado. No extraña que a su sombra prospere la corrupción, y que todo lo que implique ventilación y transparencia sea resentido por ella como una amenaza.

■ Ciertos gobiernos dictatoriales se apoyan en los más débiles: los muy pobres, los muy viejos, los muy jóvenes, a veces los enfermos y aun los muertos. Sólo quedan excluidos los hombres cabales en sus cinco sentidos que saben decir y hacer: No. Ellos, los que no están dispuestos a tomar dictado, son por definición el enemigo.

■ Son en apariencia muchos a quienes atrae el poder. El poder frío y seco, eficiente y desinteresado, cruel, atrae en realidad a muy pocos. Son, en cambio, multitud a quienes seduce el mundo del mando, y florecen en los alrededores palaciegos golosos de las apariencias y la cantidad del poder, ávidos de su representación y de su imaginación de la cual son pasto.

■ El mundo siempre es, en alguna medida, índice o síntoma del mando. Pero mientras que el mando lleva en sus entrañas la algarabía, el poder es más bien silencioso y de él sólo se advierte, cuando más, el zumbido sigiloso de la cuerda, la hoja de la espada, el filo de la guillotina, el piquete letal pero tácito de la aguja.

■ Al pie de la letra, ya no es posible esconderse en ningún sitio gracias a los sistemas de radiolocalización llamados GPS. No sólo eso: el sentido de la orientación deja de ser necesario: “nortearse”, es decir perderse sólo podrá ser dicho por aquellos que carecen de sistema, orientarse será el patrimonio de los que tienen.

■ El mundo se hace más pequeño y pierde su encanto, su magia, aunque todavía sea posible, por ejemplo para los guerrilleros, perderse en la espesura de la selva que todavía no ha sido –no hay que tenerle miedo al neologismo– “pensada”. Sólo se salva uno en el interior, en los territorios de la selva íntima. ~

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(ciudad de México, 1952) es poeta, traductor y ensayista, creador emérito, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y del Sistema Nacional de Creadores de Arte.


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