Poetas reprobados

Un profesor descalifica como antólogos de poesía a los poetas que no hayan sido aprobados, doctorandos, como portadores de la Sagrada Ampolla que lleva “la teoría literaria”.
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Alguien llamado Mario Calderón, en un libro publicado por la UNAM, escribió lo siguiente:

"En estas condiciones se podría afirmar que en la poesía mexicana hay mucha falsedad. Nos encontramos engañados suponiendo que algunos supuestos poetas tienen gran recepción en la sociedad mexicana, cuando lo único que sucede es que existe gran manipulación, se nos da gato por liebre. Los antologadores, en la mayoría de los casos, son poetas que no cursaron la carrera de letras y no han realizado un posgrado en literatura, sino que son periodistas o estudiaron comunicación o cualquier otra carrera; por tanto, a pesar de escribir poesía, desconocen la teoría literaria y sólo proponen a los autores con base en su gusto personal”. (Lenguajes en la poesía mexicana (Entre el canon y el folclore), unam, Colección Poemas y Ensayos, 2015, pp. 174-175).

Esta perla la descubrió Gabriel Zaid, especialista en detectar imbecilidades académicas, quien se cuenta entre los descalificados como antológos por el desde ahora inolvidable profesor Calderón. Zaid antologó el Omnibus de  poesía mexicana (1971) aunque se recibió como ingeniero mecánico. También quedaría descalificado el químico Jorge Cuesta, el fundador de la crítica literaria moderna, quien hizo, sin firmarla, la Antología de la poesía mexicana moderna (1928), para no hablar de los antólogos de Poesía en movimiento (1966): Octavio Paz (Premio Nobel de Literatura), Alí Chumacero (Premio Internacional Alfonso Reyes), José Emilio Pacheco (Premio Cervantes) y Homero Aridjis (expresidente del Pen Club Internacional). Estos grandes poetas abandonaron tan pronto les fue posible la universidad, como la inmensa mayoría de los escritores mexicanos, supongo que para no toparse con sujetos de la calaña del profesor Calderón con todo y su látigo, la teoría literaria.

Es extensa la lista de poetas  y críticos  que han ejercido su derecho al gusto literario y a la  apreciación estética antologando a tirios y troyanos antes de que existiese la petacona “teoría literaria”, desde el doctor José María Luis Mora en los años treinta del XIX hasta muchos de nuestros contemporáneos, la mayoría, insisto sin la patente de corso expedida por la academia. Es de esperarse que nuestras autoridades universitarias no se tomen en serio la opinión del profesor Calderón y expulsen, como podría desprenderse de su exabrupto, de los planes de estudio a nuestros poetas antólogos.

Este tontito, con su libro, nos brinda la oportunidad de aclarar que ni Plural, ni Vuelta, ni Letras Libres han sido nunca revistas antiacadémicas. Hemos difundido lo mejor del pensamiento moderno, académico o no, a lo largo de cuarenta y cinco años: lo mismo Raymond Aron que Emile Cioran. Entre nuestra gente, titulados universitarios lo fueron y lo son Alejandro Rossi, Enrique Krauze, Guillermo Sheridan, Fabienne Bradu, Alberto Ruy Sánchez, Roger Bartra, Malva Flores, Rafael Rojas, Humberto Beck y un largo etcétera que incluye a nuestros colaboradores internacionales desde que Paz fundara Plural en octubre de 1971. Otro de nuestros colaboradores, Antonio Alatorre no se doctoró pero fue el alma de la Nueva Revista de Filología Hispánica, así como un Tomás Segovia y un Hugo Hiriart, titulados o no, fueron y son profesores leales a sus fervientes alumnos, uno en El Colegio de México, otro en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.

Supongo que nuestros amigos académicos, los de ayer y los de hoy, como Roman Jakobson, Susan Sontag, Leszek Kolakowski, Isaiah Berlin, Daniel Bell, Marc Fumaroli, Gustavo Guerrero, Yves Bonnefoy, Emir Rodríguez Monegal, Irving Howe, George Steiner, Marcos Moshinsky, Paul Bénichou, Wilfrido Corral o Cornelius Castoriadis, para no abrumar al lector con más nombres, recibirían o recibirán divertidos la noticia de que un profesor descalifica como antólogos de poesía a los poetas que no hayan sido aprobados, doctorandos, como portadores de la Sagrada Ampolla que lleva “la teoría literaria”.

Hemos sido, eso sí, desde Plural a Letras Libres, adversarios tenaces del claustro académico como secta de iniciados negada por principio al diálogo con el lector común, como lo llamaba, honrándolo, Virginia Woolf, otra que nunca pasó por la universidad. Descreemos de la jerga dizque científica denunciada por falsaria por el físico y matemático Alan Sokal, quien hace veinte años puso en rídiculo a los “pirómanos en pantuflas” del postestructuralismo, como los llamó Jose Guilherme Merquior, otra eminencia académica políglota presente en Vuelta.

La muy provinciana (la provincia es un estado del alma donde se confunde a lo real con lo curricular) opinión del profesor Calderón, por desgracia, la comparten académicos de mayor influencia que él, ávidos en pergeñar nuevas “teorías literarias” que unas más o tras menos, defienden a la vez la impoluta “autonomía del texto” mientras permiten el desembarco de las ciencias sociales en la literatura, guarecidos, la mayoría, en lo que Harold Bloom describió como la Escuela del Resentimiento, aun dominante en las universidades estadounidenses, vivero de nuestros teoréticos. Si quieren debatir, bienvenidos. Creemos en el Autor, pero también en el Lector y tenemos su confianza crítica desde hace décadas.

Para terminar con esto de las antologías literarias y sus hacedores: a dos célebres antólogos del siglo XX se les habría negado el derecho a la antología sí se aplicase el criterio del profesor Calderón. Uno habría sido William Butler Yeats, quien fracasó como pintor para ser uno de los grandes poetas del siglo XX e hizo The Oxford Book of Modern Verse (1936). El otro, Borges, cuyas antologías nos educaron a todos. Con la excepción del profesor Calderón, probablemente, quien le hizo el feo al argentino cuando se enteró que no estudió a Derrida en la Universidad de Irvine en California.

 

 

 

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es editor de Letras Libres. En 2020, El Colegio Nacional publicó sus Ensayos reunidos 1984-1998 y las Ediciones de la Universidad Diego Portales, Ateos, esnobs y otras ruinas, en Santiago de Chile


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