Edmond Jabès (1912-1991) sigue siendo, me temo, poco menos que un ilustre desconocido en España y en Hispanoamérica. Autor de unos treinta libros de fino lomo pero de alta densidad poética, este escritor franco-egipcio es considerado hoy, del otro lado de los Pirineos, como una de las voces más profundas y originales de la segunda mitad del siglo XX. Entre los numerosos lectores que contribuyeron a establecer su reputación se cuentan poetas de la talla de Char, editores del prestigio de Nadeau y críticos como Caillois, Blanchot y Derrida. Gran solitario, poco amigo de cenáculos y banderías literarias, tuvo la suerte de recibir en vida sobre todo en sus últimos años premios, distinciones y homenajes; ya muerto, se le sigue leyendo como a un autor de culto, un raro cuyo signo y sino fue, desde siempre, la errancia.
Nacido en El Cairo, en el seno de una familia de comerciantes judíos, Jabès empieza a escribir en francés muy temprano, animado por los aires libertarios que soplan desde Europa y traen noticias de los movimientos de vanguardia. Sin embargo, siguiendo los consejos de su maestro, Max Jacob, apenas si publica durante su juventud. Él mismo cuenta en sus entrevistas con Marcel Cohen cómo, en 1935, con un gesto y algunas palabras, Jacob lo disuadió de dar a la imprenta sus balbuceos de novel poeta. Jabès, entonces de visita en París, le había hecho llegar su primer libro y había recibido ya una cálida respuesta que le hacía pensar que el viejo vanguardista no desestimaba del todo sus versos. De ahí que su sorpresa fuera mayúscula el día en que Jacob lo recibió en su casa y, después de felicitarlo por aquel librillo, hizo trizas el manuscrito ante sus ojos incrédulos y lo echó al cesto de la basura. “Es excelente le espetó, pero no eres tú. Me estás imitando, y yo ya hice lo mío.” Sólo veinte años más tarde, cuando la creciente hostilidad hacia los judíos le obliga a dejar Egipto y a exilarse en Francia, Jabès se decide a publicar el que se considera su primer libro: Je bâtis ma demeure (1957). Entre éste y el póstumo Livre de l’Hospitalité (1991) se extienden tres vastos ciclos de escritura reunidos, respectivamente, en Le Livre de Questions (1963-1973), Le Livre de Ressemblances (1976-1980) y Le Livre des Limites (1982-1989). En todos se repite la misma preocupación: “Ser lo que se escribe. Escribir lo que se es. Ésa es la apuesta.”
Un extranjero con, bajo el brazo, un libro de pequeño formato sale a la luz originalmente en 1989 y es como un complemento o suplemento del tercer ciclo, una suerte de coda que a la vez cierra y prolonga la última fase del trabajo de Jabès. Me parece acertado que los editores lo hayan escogido para tratar de dar a conocer al poeta en España, ya que, dentro de su abundante producción, es un título que resume las claves de su universo e ilustra, con bastante fidelidad, sus varias formas de escritura. Por un lado, el lector ha de descubrir así la continua meditación de Jabès sobre el exilio, el Libro, la escritura y el desierto, temas y motivos a los que se suma ahora la cuestión de la alteridad y el extranjero; por otro, ha de enfrentarse con la diversidad genérica de una escritura aforismos, diálogos, parábolas o breves narraciones que tiene por modelo la compilación talmúdica.
Efectivamente, ya en la época de El Cairo y de su primera poesía Jabès encuentra en el Talmud no sólo la matriz de una escritura plural sino también un modo de interrogación que, entre el midrash, la cábala y el comentario rabínico, le permite acercarse a sus objetos desde puntos de vista distintos y en fases distintas de su reflexión. Por eso se ha dicho que su poesía es, esencialmente, nómada y filosófica: imagen de una palabra y un pensamiento en perpetuo movimiento. No la define un hogar sino un interminable vagar que tiene, sin embargo, un objetivo muy preciso: recobrar o, mejor, recrear ese antiguo idioma que aún se escucha tras las dunas y entre las líneas del Libro: la lengua solar de los escritos del desierto.
Leer una página de Edmond Jabès es entrar en esta búsqueda y aceptar el reto que supone marchar por un territorio equívoco y desconocido donde nos esperan, como se lee en el presente libro, “todos los colores de la esperanza del judaísmo; pero también su dura soledad y su desamparo inmemorial de piedra apátrida”. La poesía de Jabès es, en este sentido, una invitación al éxodo, aunque no por ello debe ni puede ser confundida con una poesía del judaísmo ni sobre el judaísmo. Que en esto no haya error. El poeta bebe sin lugar a duda en las fuentes espirituales de su tradición cultural, pero constantemente las trasciende al hilo de una especulación cada vez más abierta, actual e incondicionada sobre algunos aspectos esenciales de la existencia. En sus textos y en la articulación de sus textos conviven un gesto decididamente antiguo y una actitud radicalmente moderna: a la búsqueda de un fundamento casi religioso del lenguaje y el conocimiento le sucede una crítica de ese mismo fundamento que desemboca en una nueva búsqueda, pues, para Jabés, la verdad está siempre un poco más allá, un poco más lejos. De ahí esa extraña impresión que nos dejan sus libros: sentimos que estamos en presencia de una escritura ancestral, mítica y, a la vez, estrictamente contemporánea.
A mi modo de ver, lo más importante lo más admirable en Jabès es, sin embargo, la libertad y la autenticidad de su démarche. Su ejemplo es el de un poeta errante que no cejó en su afán de alcanzar una voz propia, la íntima certidumbre de su ser, pero que llegó al final de sus días a esa suprema sabiduría que da la luz del desierto: entender que allí, en esas soledades, como en cualquier otro lugar del mundo, una voz propia vale menos que una palabra compartida. ~
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