Hay maรฑanas en las que no logro escribir. Algunas veces las palabras se acomodan una tras otra en mi cabeza y aรบn asรญ no consigo permiso para transcribirlas. Me levanto de la silla, paseo por el departamento mientras se llena otra taza de cafรฉ, y lo intento otra vez.
Resignada, descompongo esas frases enteras en mi cabeza que cimentaban un texto imaginario, y cierro la puerta del estudio como rechazada por la escritura; con la encogida esperanza de que maรฑana tal vez me acepte.
Me arremango, entonces, y me acomodo en la terraza.
No siempre se trata de una cajonera en la que imagino la ropa doblada y dividida. Algunas veces se trata de un librero que barnizar y empotrar, o de reparar el caprichoso tocadiscos que de pronto ya no suena. La cajonera, sin embargo, mide casi dos metros y me permite perder mucho tiempo nomรกs en terminar de despintarla. Con una pistola de calor en la mano izquierda y una delgada espรกtula de metal en la mano derecha, caliento la pintura aรฑeja y la desprendo derretida como a los restos de comida achicharrada en el sartรฉn. Como hacen los taqueros con los deliciosos tacos de cochinada. Por lo menos en esta otra talacha me parece que voy dominando la tรฉcnica, la coordinaciรณn entre ambas herramientas sin lastimar el mueble, ni quemarme la piel. La madera se va despejando, mientras escucho mรบsica y me concedo una o dos cervezas para desayunar. Luego, hace falta limpiar la nueva superficie con un trapo hรบmedo; y barrer y recoger los pedacitos de pintura desperdigados en el suelo. Lo que sigue es la lijadora elรฉctrica, mi favorita. Aliso la madera hasta suavizarla. Hay allรญ, en esos concretos movimientos circulares que repiten un mantra รกspero, que impide pensar en si los resultados de todo aquello serรกn malos o serรกn buenos, si uno tiene o no un gramo de talento para el acto, una suerte de meditaciรณn.
Segรบn los expertos, para conseguir la tranquilidad es necesario sentarse en silencio, cerrar los ojos, respirar profundo y mirar a los pensamientos desfilar por nuestra mente sin entrometerse con ninguno de ellos. En consecuencia, no tendrรญa uno que autorizarse escribir y podrรญa hacerlo con un mรญnimo de soltura. Pero los expertos no habrรกn considerado seriamente la carpinterรญa: una terapia a travรฉs de la cual no se piensa, ni se desea, ni siente mรกs allรก del ir y venir de la brocha que barniza. Termina uno, ademรกs, al cabo de unos dรญas, con una hermosa y รบtil cajonera de madera.
Ciudad de Mรฉxico