El hombre estudiaba por las rendijas de la persiana apenas calada a las dos mujeres que esperaban un รณmnibus en la parada de la vereda de enfrente. Una era joven, bronceada, y cada tanto agitaba con impaciencia el pelo castaรฑo rojizo que le caรญa sobre los hombros; usaba shorts y una remera sin mangas que terminaba poco mรกs arriba de la cintura, descubriendo el ombligo delicado sobre una redondez apenas esbozada. La otra estaba enfundada en una tรบnica de color marrรณn, la cabeza y los hombros envueltos en un chal que sin reunir las condiciones del chador respetaba su severidad. Cuando el vehรญculo finalmente llegรณ, y las llevรณ hacia destinos tal vez contiguos aunque sin duda contrarios, el hombre pensรณ una vez mรกs que habรญa asistido a uno de esos ejemplos de convivencia, raros en los รบltimos meses del siglo xx, que aรบn podรญa ofrecer Foz de Iguaรงu.
Eran las tres de la tarde y hacรญa media hora que esperaba en ese cuarto del hotel Maravilha, bajo las aspas quejosas de un ventilador precariamente atornillado al cielorraso. A menudo se decรญa que podrรญa elegir un hotel apenas mรกs caro pero dotado de esos signos exteriores de modernidad entre los cuales el aire acondicionado, que invariablemente le producรญa sinusitis, solรญa merecer publicidad; pero tanto รฉl como Aurelia se habรญan acostumbrado a ese โalbergue transitorioโ (a ella le hacรญa reรญr la denominaciรณn administrativa que esos establecimientos recibรญan en la Argentina), a mitad de camino entre la ciudad y el aeropuerto, en un barrio puramente brasileรฑo, que parecรญan desdeรฑar tanto paraguayos como argentinos. Para el hombre habรญa una ventaja adicional en darle cita allรญ: hacรญa varios aรฑos, reciรฉn ascendido al grado de comisario, habรญa podido hacer un favor a un colega expulsado de la policรญa provincial; รฉste, al abrir un hotel del lado brasileรฑo de la frontera, le habรญa asegurado su discreciรณn: allรญ รฉl no serรญa el comisario Morales, de Puerto Iguazรบ, sino el seรฑor Mendonรงa, de Sรขo Paulo, a pesar de un acento poco verosรญmil en las pocas frases de portuguรฉs que necesitaba pronunciar ante el conserje.
Como en otras ocasiones, el retraso de Aurelia lo arrastrรณ a urdir, sin proponรฉrselo, una cadena de hipรณtesis catastrรณficas: descartado el accidente, demasiado banal, seguรญa un poco verosรญmil control de identidad en la frontera, y aunque la muchacha tenรญa en orden sus papeles paraguayos eso suponรญa colas lentas, tal vez un embotellamiento de trรกnsito en el puente; por otra parte, a esa hora del dรญa Aurelia no trabajaba, de modo que ninguna demora vinculada a sus tareas en el casino podรญa explicar el atraso; รฉl la habรญa llamado desde un telรฉfono pรบblico a las 11 de la maรฑana y era ella quien le habรญa pedido encontrarlo a las dos y media, como de costumbre, en el Maravilha. Mientras jugaba con estas posibilidades para descartarlas inmediatamente, se iba precisando en su imaginaciรณn el rostro cobrizo de la muchacha, los ojos rasgados y el pelo renegrido, que con mรญnima asistencia de maquillaje le habรญan permitido a los diecisรฉis aรฑos debutar como โatracciรณn orientalโ en el show del Shanghai, en Ciudad del Este. El empresario de ese aparente night club, un cantonรฉs sin nostalgia por su ciudad natal y atento al prestigio erรณtico que para algunos hombres mayores aรบn sugerรญa el nombre de la โcapital del vicioโ, la habรญa bautizado Primavera Repentina, apodo, segรบn รฉl, de una prestigiosa cortesana de la dinastรญa Ming; en las vitrinas exteriores del local, bajo una foto en colores de Aurelia, ese nombre aparecรญa en castellano y en inglรฉs (โSudden Springโ), dibujado con letras salpicadas de strass.
Todas estas cosas las habรญa aprendido en sus funciones de policรญa. Como cualquier empleada del Casino Iguazรบ, Aurelia habรญa sido objeto de una averiguaciรณn de antecedentes en la que habรญan colaborado la policรญa argentina y la paraguaya, imponentes instituciones representadas para la ocasiรณn por sus modestos delegados de Puerto Uguazรบ y Ciudad del Este. El comisario Morales sabรญa que no estaba โprontuariadaโ, ni siquiera como prostituta ocasional, y en sus visitas de inspecciรณn al casino habรญa podido apreciar hasta quรฉ punto la muchacha respondรญa sonriente, con cortesรญa profesional, a los avances de algรบn jugador de black jack que se sostenรญa difรญcilmente sobre un taburete mientras le enviaba un aliento perfumado por dosis generosas de whisky, sin que la amabilidad de la muchacha supusiera aceptar ningรบn encuentro after hours ni, menos aรบn, distracciรณn en el manejo veloz de los naipes o el pago de las apuestas.
En esas visitas โde civilโ, reconocido por todo el personal del casino pero no identificable como policรญa por turistas ni habituรฉs, se veรญa obligado, ante la interdicciรณn de jugar, a observar largamente a los jugadores y al personal que los atendรญa, sobre todo a las jovencitas de minifalda escueta y piernas esculpidas que oficiaban como lo que รฉl se obstinaba en llamar croupier, palabra que habรญa guardado de una incursiรณn juvenil en el casino de Mar del Plata. Entre todas ellas, obligadas a dominar perfectamente el castellano y el portuguรฉs, a manejar rudimentos de inglรฉs, Aurelia lo habรญa atraรญdo inmediatamente por su indecisa belleza, tal vez guaranรญ, tal vez asiรกtica. Morales habรญa averiguado su direcciรณn en Ciudad del Este, y durante un tiempo la habรญa seguido en silencio, tal vez invisible para ella, en el cotidiano cruce del puente que la llevaba de Paraguay a Brasil, y luego en el trayecto que desde Foz de Iguaรงu cruzaba el rรญo para llegar casi inmediatamente al casino argentino.
Apenas declinaba el dรญa, el letrero luminoso del Casino Uguazรบ, un enorme tucรกn de neones rojos, verdes y amarillos, se hacรญa visible desde territorio brasileรฑo, donde los juegos de azar seguรญan prohibidos. Ese tรกcito llamado atraรญa charters de jugadores desde el lejano nordeste como desde la prรณxima Sรขo Paulo, colmaba los hoteles de Foz de Iguaรงu, explicaba el desarrollo de su aeropuerto, incongruente con la importancia relativa de la ciudad. El comisario Morales se entretenรญa en adivinar, antes de que abrieran la boca, si los visitantes del casino eran argentinos o brasileรฑos, aunque debรญa admitir que con el paso del tiempo sus criterios de reconocimiento se mostraban cada vez mรกs falibles, las diferencias de otrora cada vez mรกs borrosas. Pero bastaba que Aurelia ocupase su puesto tras la mesa de black jack para que esa estentรณrea, abigarrada humanidad se apagase en su atenciรณn, como se debilita la luz de la lรกmpara que permitiรณ leer de noche apenas surge, tras los cristales, el sol. Durante veinte minutos, ese sol iba a acaparar su mirada con los gestos mรกs insignificantes. Jamรกs la muchacha se permitรญa cruzar con la suya esa mirada, de miedo que otros ojos vigilantes, desconocidos, superiores, estuviesen observรกndolos. Durante los veinte minutos de descanso, desaparecida Aurelia quiรฉn sabe entre quรฉ bastidores de ese escenario, Morales volvรญa a distraerse con las comparsas que cruzaban el decorado.
El azar, que le estaba vedado en tรฉrminos de apuestas por dinero, habรญa permitido al Comisario acercarse a Aurelia en la vida llamada real. Ocurriรณ un mediodรญa en que la seguรญa con su automรณvil (preferรญa no usar para esas pesquisas privadas un vehรญculo oficial), avanzando a paso de hombre por el puente entre Ciudad del Este y Foz de Iguaรงu, viรฉndola caminar por la estrecha vereda peatonal, tan joven, tan libre, sin las bolsas y paquetes que cargaban, infatigables, tantos paraguayos que iban a Brasil a comprar ropa barata, tantos brasileรฑos que iban a Paraguay a comprar televisores de Taiwรกn o computadoras de Seรบl. Estaban en la mitad del puente cuando entreviรณ al chico en patines que pasรณ como una rรกfaga y arrancรณ la cadenita de oro que Aurelia siempre llevaba al cuello. La muchacha gritรณ, algunos transeรบntes la rodearon, รฉl detuvo el automรณvil y se presentรณ como el comisario Morales de Puerto Iguazรบ. Sabรญa, como todos, que el chico habรญa desaparecido y nunca podrรญan identificarlo, pero la ocasiรณn era perfecta para que Aurelia se dejase acompaรฑar mientras decidรญa si iba a perder una hora haciendo una denuncia formal. (ยฟDรณnde? ยฟEn Paraguay? ยฟEn Brasil?) Finalmente, la muchacha desechรณ la idea y aceptรณ la invitaciรณn a almorzar de ese hombre afable, tan caballero, como correspondรญa a su edad, que tal vez triplicase la de ella.
En una โchurrascariaโ de Foz รฉl la mirรณ ingerir, sin prisa y sin pausa, los sucesivos pasos de un โespeto corridoโ. Ese apetito, el movimiento delicado pero implacable de las mandรญbulas, las informaciones fragmentarias que surgรญan en las pausas sobre su vida en Ciudad del Este y su trabajo en el Casino Iguazรบ, todo contribuรญa a enriquecer el personaje que รฉl habรญa empezado a construir en torno a su imagen, sin que esos toques de realismo empaรฑaran la seducciรณn de la mujer imaginada. Mientras masticaba, Aurelia tambiรฉn lo escuchaba, atenta, sonriente. Como todo viejo ante una joven, Morales sabรญa que es mรกs fรกcil dejarse engaรฑar por el amor propio que por cualquier intriga ajena; sin embargo, se concedรญa la duraciรณn de ese almuerzo, como mรกs tarde se regalarรญa los encuentros que iban a venir, para pensar que la muchacha lo miraba con simpatรญa sincera, acaso con afecto.
***
Kevork preparaba una bandeja de mezze en la cocina del Delicias de Baalbek, en Foz de Iguaรงu. Ordenaba, segรบn el plan establecido por el chef, montรญculos de purรฉ de garbanzos, de purรฉ de berenjenas, de hojas de parra rellenas, de morrones con nueces, carne cruda molida con cebollas, minรบsculas albรณndigas de carne asada con trigo, perejil picado con tomate, cubos de queso de cabra marinado con especias. Ya sabรญa hacerlo sin consultar la ilustraciรณn que colgaba sobre la mesada, con los distintos planes segรบn el precio y la cantidad de comensales para los cuales se destinaba esa entrada. Era prolijo y rรกpido, virtudes que el dueรฑo del restaurant apreciaba tal vez mรกs aun que el chef.
Ambos ignoraban que un mudo desprecio por esos alimentos acompaรฑaba la eficaz tarea del asistente de cocina. Kevork habรญa crecido en una familia libanesa afincada en el noroeste argentino, viendo a una madre y a cuatro hermanas que pasaban buena parte del dรญa preparando comida con morteros y cuchillos de diferente grosor: el humus, el mutabal y demรกs delicias a las que dedicaban ese esfuerzo, que los hombres de la casa aceptaban como natural, tenรญan un gusto, una textura muy distintos de estos purรฉs obtenidos gracias a un mixer y un abrelatas.
Los compaรฑeros del restaurant lo llamaban Jorge. Traducรญan su nombre como una implรญcita manera de ponerlo a distancia: era el รบnico cristiano maronita entre seis musulmanes. Cuando se inaugurรณ la monumental mezquita nueva de Foz, Kevork los habรญa acompaรฑado como un gesto de amistad; aunque se descalzรณ, permaneciรณ cerca de la puerta mientras ellos se prosternaban en la serie de inclinaciones rituales que escandรญan la plegaria, y mientras los miraba sintiรณ que su presencia, en vez de acercarlo fraternalmente a los demรกs, subrayaba que pertenecรญan a mundos diferentes.
ยฟEra por el hecho de no ser musulmรกn que lo habรญan elegido para una misiรณn cuyo sentido no le habรญa sido revelado? La respuesta mรกs modesta, llanamente razonable, era otra: tenรญa pasaporte argentino, documento que despertaba poca o ninguna curiosidad en la frontera, sobre todo al pasar de Brasil a la Argentina. Ese documento, que lo identificaba como Jorge Adum, habรญa servido para que en un solo mes cinco amigos del dueรฑo del restaurant, sirios como รฉste aunque se decรญan libaneses, cruzaran la frontera sin suscitar la menor curiosidad de la policรญa ante la discrepancia entre la fotografรญa de un morocho bigotudo y ese otro morocho bigotudo que presentaba el pasaporte. (Algunos de los desconocidos que utilizaron el pasaporte de Kevork ni siquiera eran sirios; en el restaurant, al desatarse las lenguas con sucesivos vasos de arak, รฉl los habรญa oรญdo balbucear en un รกrabe aproximativo, pobrรญsimo, y sospechaba que eran iranรญes, gente que se decรญan los mรกs celosos defensores del Islam a pesar de ser incapaces de recitar una sola surah del Corรกn en el original.)
Finalmente llegรณ el dรญa en que lo inevitable, tantas veces postergado, ocurriรณ: al comisario argentino de Puerto Iguazรบ, de visita en el puesto fronterizo, le bastรณ una sola mirada para advertir que el documento no correspondรญa a la persona que lo presentaba; la incapacidad del supuesto argentino para hablar castellano no contribuyรณ a allanar la situaciรณn, y el anรณnimo iranรญ terminรณ deportado, con fotografรญa e impresiones digitales en los archivos de la policรญa local. Desdichadamente, tambiรฉn quedรณ en esa comisarรญa el pasaporte, su fotocopia tal vez enviada a la lejana capital, el nombre seguramente archivado en la omnรญvora memoria de las computadoras.
Kevork Adum temรญa que nunca mรกs pudiese tener un documento argentino a su nombre. Veรญa con inquietud que se acercaba noviembre, mes en que debรญa como todos los aรฑos visitar a su madre en el dรญa de su cumpleaรฑos, reencontrarse con sus hermanas, volver a gustar su comida incomparable. El dueรฑo del restaurant le habรญa prometido una cรฉdula de identidad brasileรฑa donde figurarรญa con el apellido materno, pero รฉl sabรญa que iba a temblar cuando debiese cruzar la frontera con ese documento, aunque en รฉl apareciera su rostro, y que esa inseguridad lo harรญa sospechoso, y que a alguien podrรญa ocurrรญrsele verificar el posible, improbable parecido entre su rostro, ahora afeitado, y la foto de un pasaporte desde hacรญa meses guardado en el cajรณn superior derecho del escritorio de un comisario que, lo habรญa averiguado, se llamaba Morales.
***
Hacรญa varias semanas que Morales habรญa hecho โintervenirโ el telรฉfono celular de Aurelia. No se consideraba celoso pero el afรกn de conocer, de poseer por el conocimiento, acaso de dominar por esa posesiรณn, eran en รฉl una pasiรณn mรกs fuerte que el deseo. Podรญa pasar dรญas sin penetrar el cuerpo firme, dรณcil, perfumado de la muchacha, pero todas las noches, antes de dormirse, escuchaba la grabaciรณn de sus llamados hechos o recibidos en un minรบsculo lector de cassettes colocado sobre la almohada.
Cuando Aurelia finalmente llegรณ esa tarde a la habitaciรณn 203 del Maravilha รฉl no le reprochรณ los cuarenta y cinco minutos de atraso: ya sabรญa que ese dรญa la muchacha querrรญa mantenerlo todo el tiempo posible en el hotel, lejos de la comisarรญa, sobre todo lejos del puesto fronterizo. En un primer momento esta certeza lo habรญa entristecido; luego se resignรณ, como lo habรญa hecho a su propio abdomen, a la calvicie; finalmente comprobรณ que el resentimiento hacรญa mรกs intenso su deseo. La muchacha no opuso resistencia cuando la derribรณ sobre la cama y se echรณ sobre ella omitiendo los gestos de ternura y las palabras susurradas con que solรญa conducirla gradualmente al placer. Esa violencia, nueva para รฉl, despertaba en Aurelia una sumisiรณn tambiรฉn desconocida.
Morales se hundรญa en ella, trataba de llegar lo mรกs hondo posible dentro de esa carne hรบmeda que no lo rechazaba, que lo recibรญa con aplicaciรณn, mimando los movimientos del placer, imitando sus gemidos. No pensaba, mรกs bien no querรญa pensar, pero los pensamientos se atropellaban en su conciencia, arrastrados por una corriente incesante que la agitaciรณn del cuerpo no parecรญa estorbar. ยฟSerรญa รฉsta la รบltima vez que ella se le entregaba? Si su amante lograba cruzar la frontera ยฟnunca mรกs lo llamarรญa al telรฉfono celular para darle cita en el Maravilha? Pesaba la posibilidad de que Aurelia prefiriese no malquistarse con un policรญa del paรญs donde trabajaba; pero, inmediatamente, esa hipรณtesis hacรญa aparecer como en un espejo su imagen inversa: si รฉl pretendiese abusar de su posiciรณn, ella podrรญa denunciarlo por complicidad. Habrรญa sido algo ridรญculo, inverosรญmil meses antes, pero en momentos en que Washington presionaba a Buenos Aires, exigiรฉndole que mostrase culpables para los atentados antisemitas, se volvรญa insidiosamente plausible. Acaso el futuro no le reservara mรกs que silencio y miradas huidizas ante una mesa de black jack en el casino.
โMรกs, mรกs, rompeme, lastimameโฆ
La voz de Aurelia enronquecรญa, no era la que รฉl habรญa oรญdo en el casino, pidiendo apuestas, pagรกndolas; tampoco la que le habรญa contado su vida en un suburbio de Asunciรณn, los seis hermanos, la madre a menudo ausente, el padre desconocido, un argumento que podรญa ser cierto o derivar de tantas ficciones baratas que copian la realidad. No importaba. No le habรญa importado en la sobremesa de la โchurrascariaโ que, despuรฉs de aquel primer almuerzo, se habรญa convertido en el restaurant habitual de los encuentros a mediodรญa, cuando no se citaban directamente en el hotel, a la hora de la siesta. Tampoco le importaba ahora. Sรณlo importaba mantener el ritmo sin fallar. Sabรญa que a su edad โa la erecciรณn hay que cuidarlaโ, que si se salรญa ya no podrรญa volverla a meter, y querรญa acabar pronto, tal vez menos por el placer que para detener ese aluviรณn que le inquietaba el pensamiento, donde ahora aparecรญa un rostro que sรณlo conocรญa por una fotografรญa de identidad, el de Kevork, joven, seguramente hรกbil, capaz de satisfacer a Aurelia mรกs de una vez por encuentro, y de hacerse rogar.
Esa imagen, que no podรญa despertar su deseo, lo excitaba por el rencor. Ahora se hundรญa en Aurelia con la furia y el desconsuelo de su erecciรณn menguante. A รบltimo momento, cuando ya creรญa que no podrรญa proseguir, casi sin darse cuenta, eyaculรณ. Durante una fracciรณn de segundo dejรณ de pensar, su conciencia se nublรณ pero no del todo, lejos, muy lejos de la pequeรฑa muerte que habรญa conocido en su primer orgasmo de adolescente. Se separรณ del cuerpo de la muchacha y quedรณ jadeando, sin hablar, a su lado; luego ella corriรณ al cuarto de baรฑo.
Extendiรณ una mano. Sintiรณ la tibieza de las sรกbanas, un resabio del perfume francรฉs que รฉl le habรญa regalado semanas antes. Se habรญa quedado solo, ahora durante unos minutos, pero como lo iba a estar, sin duda, en ese futuro tan fรกcil de imaginar que era el resto de su vida. โ