Hace ya varios años, hacia finales de 1987, poco tiempo después de que en España apareciera el Corpus de la antigua lírica popular hispánica (siglos XV a XVII), José Manuel Blecua Perdices, que por ese entonces impartía un curso en El Colegio de México, me comentaba la importancia que tenía en el mundo filológico y de los estudios literarios la aparición de un libro como el de Margit Frenk, el cual definía él, y creo que más que acertadamente, como un auténtico clásico de nuestro tiempo, uno de esos libros que no serían superados en décadas. Poco tiempo después el libro llegó a mis manos y pude ver el ya conocido simplemente como Corpus y admirar su solidez (no sólo debida a su enorme número de páginas sino a su extraordinario rigor), brillante despliegue de erudición (de la buena, de la que ilustra y proyecta) y riquísima información, y pensé en la suerte que teníamos los que conocíamos a Margit, pues podíamos presumir de conocer a la autora de un libro clásico, un libro que seguiría utilizándose mucho tiempo después de que todos nosotros hubiéramos desaparecido del universo filológico. Sin ninguna duda, el libro de Margit era un clásico destinado a estar en ese selecto espacio del universo de la crítica y los estudios literarios reservado a obras como el Romancero general o Colección de romances castellanos anteriores al siglo XVIII (1849-1851), de don Agustín Durán; la Primavera y flor de romances o Colección de los más viejos y populares romances castellanos (1856), de los sabios alemanes Fernando José Wolf y Conrado Hofmann; la Colección de entremeses, loas, bailes, jácaras y mojigangas. Desde fines del siglo XVI a mediados del XVIII (1911), del estudioso Emilio Cotarelo y Mori, o el Romancero tradicional de las lenguas hispánicas. Español, portugués, catalán, sefardí, serie iniciada por el padre de los estudios sobre tradicionalidad Ramón Menéndez Pidal en los años cincuenta, o los Cantos populares españoles (1951) de Rodríguez Marín y otras recpilaciones de refranes de este mismo autor. Aun en ese selecto espacio del universo filológico el Corpus se distinguía por su extensa información y su rigor.
Como es sabido, el Corpus, con sus 1249 páginas, es el resultado de 35 años de investigación en archivos, colecciones y cancioneros, el resultado de minuciosos rastreos, reflexiones agudas para anotar los textos y trabajo riguroso para ubicar versiones. Así, cuando la lógica indicaría, aun conociendo la capacidad de trabajo de Margit Frenk y su búsqueda del rigor máximo, la posible aparición de algún nuevo Suplemento, como el de 1992, en realidad lo más que se podría esperar de una obra tan completa era que, con el paso de los años, un grupo de entusiastas seguidores de la extraordinaria maestra hiciera alguna edición facsimilar del clásico de finales del siglo xx encuadernado en tela naranja con su llamativa camisa amarilla, para que volviera a estar al alcance de los nuevos estudiosos. Sin embargo, apenas 16 años después de la aparición del Corpus, aparece el Nuevo corpus de la antigua lírica popular hispánica (siglos XV a XVII), publicado para satisfacción de nuestro mundo académico en México, ahora en dos enormes volúmenes, con un total de 2204 páginas, encuadernados en tela verde y con una camisa muy elegante con orlas también verdes que venía a desplazar al viejo volumen, cuya llamativa camisa amarilla ya lucía bastante ajada.
El primer Corpus “sólo” contenía 2,687 cantares y rimas; el que ahora nos entregan el Fondo de Cultura Económica, El Colegio de México y la UNAM incluye más de 3,790 textos. Pero la riqueza de esta nueva obra no se limita a la cantidad de textos añadidos, ya de por sí notable; es muy importante el nuevo rastreo que ha permitido incorporar textos de fuentes ya consultadas, con lo cual Margit nos entrega no sólo el fruto de su capacidad sino también el de su madurez profesional, que le permite volver a recorrer la senda ya caminada con nuevos ojos: ésa es una señal de gran sabiduría. Por otra parte, también se han ampliado los límites cronológicos de la primera recopilación investigando más profundamente las que han resultado ser riquísimas fuentes de la segunda mitad del siglo XVII, en especial en el ámbito del teatro breve, el cual se ha mostrado pleno de pequeñas cancioncillas.
También los criterios de la autora han evolucionado y ahora ha abierto “un poco más la puerta a esa cultura híbrida” y se propuso “hacer aún más justicia a elementos semipopulares que llevan la marca de la cultura aristocrática o de la cultura urbana que va surgiendo en el siglo XVI”, para lo cual ha sido un elemento importante el que “esos cantares sobrevivieron en la tradición oral hasta nuestros días”, prueba de que ya se habían integrado al repertorio popular. De esta forma, el Nuevo corpus refleja de una manera más completa el contexto social y cultural de los siglos XVI y XVII.
El Nuevo corpus también le presta más atención a los materiales de tipo paremiológico, debido a la más que sabida relación entre el refranero y los cancioneros antiguos que ahora se ha explorado con más intensidad, poniendo de manifiesto la riqueza que ofrecen de la época, como el de Gonzalo Correas.
Esta obra maestra de la edición y anotación textual que es el Nuevo corpus conserva sus valores esenciales, marcados por la generosidad y amplitud de miras de su autora, y así da cabida a textos fronterizos o muy particulares de la tradición poética hispánica, como las “endechas” de todo tipo (las canarias, las endechuelas y las composiciones narrativas así llamadas). Es una edición “crítica” dentro de los límites marcados por el origen oral de los textos que implica fidelidad a la fuente original, escrupuloso registro de variantes y coherencia en los criterios editoriales. Este ha sido un punto en el que Margit se ha mostrado inflexible: el verdadero tesoro de la lírica tradicional está en sus variantes y toda edición debe de poder dar cuenta de ello. Este principio ya nos lo enseñó desde que publicó el Cancionero folclórico de México.
Sin embargo, el Nuevo corpus, a pesar de su gran riqueza y novedad, es generoso con su antecesor. Margit, en esa perspectiva tan profesional que siempre la ha caracterizado, ha conservado la antigua numeración (lo cual hace compatibles los dos libros) y ha señalado en esta nueva obra las adiciones ya sea con un elegante “diamante” (las textuales) o una sencilla “bala” (las bibliográficas). Ambas señales tipográficas son modelo de elegancia y sencillez. Evidentemente la bibliografía, que ya era riquísima, ahora se ha incrementado notablemente, tanto por las adiciones de nuevas fuentes y estudios como porque ahora incluye todos los autores y títulos citados. También se han añadido nuevos índices, uno topográfico (de primeros versos en orden de aparición) que resulta de gran ayuda para los desmemoriados, otro de nombres de bailes y juegos infantiles, y otro, selectivo, de refranes. Otros índices se han enriquecido, como el de autores y obras, con los autores modernos citados y muchos editores, y el de cancioneros, con los nombres de compositores mencionados en el aparato crítico y en las notas.
Probablemente la sección que más se ha incrementado es la dedicada a las “supervivencias” de los pequeños cantares en la tradición oral moderna de España y otros países del ámbito hispánico. El trabajo ha sido muy amplio y se han rastreado las distintas facetas con que la tradición oral moderna ha tallado la joya antigua, los textos están vivos y la tradición moderna los hace fácilmente suyos.
El Nuevo corpus está divido en doce partes: “Amor (gozoso, adolorido, desamor)”; “Lamentaciones”; “Del pasado y del presente”; “Por campos y mares”; “Labradores, pastores, artesanos y comerciantes”; “Fiestas”; “Música y baile”; “Otros regocijos”; “Juegos de amor”; “Sátiras y burlas”; “Más coplas refranescas”; “Rimas de niños y para niños”. Todos estos apartados son un compendio de sabiduría de su autor como lector, y el planteamiento tipológico implica una reflexión sobre los espacios temáticos del género y sus referencias a la realidad contextual en que se desarrollaron.
Completan la obra tres apéndices (“Fragmentos”, “Antología de seguidillas” y “Coplas tardías: primera y segunda parte”), una rica “Bibliografía” y siete índices: “Autores y obras”; “Cancioneros, pliegos sueltos, obras de música y nombres de compositores”; “Ensaladas, romances, villancicos y otras composiciones que contienen cantares”; “Bailes y juegos”; “Refranes”; “Primeros versos en orden de aparición”, y “Alfabético de primeros versos”.
Ante esta riqueza extraordinaria es claro que efectivamente estamos ante un clásico, ante una obra viva que perdurará por muchos años en el ámbito de los estudios sobre la lírica antigua. Eso, siempre y cuando Margit no nos sorprenda dentro de algunos años con la aparición de un “novísimo” corpus aun más rico y útil. ~
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