El desnudo obsesiona al arte occidental como conceptuar al Ser obsesiona a la filosofía. Esa paralela obstinación sirve al sinólogo François Jullien para preguntarse y así contrastar culturas por qué en la pintura china rara vez aparece el desnudo. El método comparativo, aplicado en este caso a la estética, también lo ha utilizado Jullien en el ámbito de la política (Fundar la moral. Diálogo de Mencio con un filósofo de las luces, Taurus; Tratado de la eficacia, Siruela) y de la ética (Un sabio no tiene ideas y Elogio de lo insípido, ambos editados por Siruela). Ciertamente, un paseo por otra cultura nos permite establecer la necesaria perspectiva para distinguir y mesurar nuestras diferencias y singularidades; para revisar nuestras categorías y formas de pensar.
Esta obra sobre el desnudo se ha generado ampliando un inicial texto destinado a un catálogo de fotografías de Ralph Gibson, algunas de las cuales, junto con otras imágenes artísticas, ilustran la presente edición. Jullien plantea sus tesis distinguiendo previamente entre desnudo y desnudez. El desnudo constituye un objeto representativo de una imagen (eikón) inmóvil; la desnudez (naturaleza, carnalidad, oferencia erótica…) corresponde a un sujeto en movimiento. El desnudo es perenne (una misma forma corporal) e intemporal; la desnudez, sin embargo, está determinada por valores temporales. Al contrario que la desnudez, la finalidad del desnudo no consiste en señalar lo impúdico, ni excitar (provocación lúbrica) o exhibir definitivamente lo más oculto de la persona (propósito de la expectativa erótica del strip-tease). El desnudo, revelación súbita y espectacular, posee el “poder de lo que es absolutamente manifestado”, erigiéndose como imagen fulgurante que nos muestra que “todo está aquí”. En cambio, en la desnudez siempre hay algo en su exposición que se hurta o se sobreentiende.
Tras elucidar distintas definiciones filosóficas sobre la forma ideal de lo bello (Porfirio, Plotino, Aristóteles, San Agustín…), Jullien infiere que la persistencia del desnudo en el arte occidental se debe a que busca representar el canon de belleza. Al sublimarse como idea, el desnudo eludirá los signos del estatus social al pudor que informan y afectan a la desnudez. Al mismo tiempo, manifestará la plenitud del Ser. Así pues, el desnudo sería una reducción eidética y, a la vez, ontológica; la epifanía objetiva de una ideaforma que revela y evidencia la esencia del ser.
Si el desnudo en Occidente conjuga según dice Jullien idea y experiencia metafísica, en China, que “no conoció esta noción de ideal […] porque no concibió un Exterior al mundo de los procesos”, sólo puede expresarse como cuerpo sexualizado o indecencia. Para los chinos el cuerpo no se significa a tenor de una quintaesencia (el ser ontológico) o modelos ideales, sino como una forma física donde se concreta y trasluce la vitalidad que emana de la energía del alma (resonancia interior: qiym). En esa lógica, el arte chino trata de mostrar el proceso de transformación que singulariza a las cosas y las personas; captando, mediante detalles sutiles, su espíritu (shen), lo invisible a través de lo visible, la sensibilidad y capacidad de emocionar que toda imagen artística debe comportar.
Hasta aquí y resumiendo, serían los postulados que Jullien argumenta. Lamentablemente, sus tesis centrales respecto al desnudo incluso maquillando sus contradicciones son poco consistentes pese a la labia con que las envuelve. Ser y esencia (entendida por Jullien como una amalgama donde se confunden materia y forma) son dos conceptos filosóficos imprecisos por no decir pantanosos. ¿De verdad cree Jullien que en un desnudo “todo está aquí” y evidencia la “esencia” del ser? Al leer esta afirmación recordé un breve cuento de Alphonse Allais donde, tras presenciar cómo una bailarina se ha desnudado paulatinamente, un sultán ordena que la despellejen para así proseguir el desvelamiento del cuerpo. ¿Se evidencia mucho más el ser en un cuerpo desollado? Por supuesto que no. Del mismo modo, el desnudo canónico es una forma establecida y, como tal, construida estética y socialmente. El desnudo en el arte como señala Juan Antonio Ramírez en Corpus solus (Siruela) no depende de un canon de belleza, sino que se erige como “campo de batalla, laberinto o arma peligrosa”. Y nunca perdiendo de vista la connotación libidinal del desnudo y sus deslizamientos perversos. El mismo Jullien nos dice que un desnudo, siendo la repetición de una forma conocida, siempre nos sorprende y emociona. Esto no sería posible sin la capacidad de subjetivización que nos vincula con ese desnudo. Reducir éste a una formaidea no sólo desnaturaliza o mediatiza la visión, sino que impide cualquier subjetividad.
Respecto a China, es cierto que el desnudo no forma parte de la centralidad de su tradición artística; al igual que ocurre en otras culturas, como la islámica o aquellas que habitualmente no van vestidas. Pero esta constatación no prueba no hay relación causa efecto que carecer de un arte del desnudo, tal como se entiende en Occidente, se deba al hecho de que en su filosofía no exista una ontología. Pese a ese indemostrable vínculo y en el afán por confirmar sus tesis, Jullien trata de desprestigiar el arte erótico chino. Para ello pone como ejemplo una pintura de Qiu Ying (siglo XVI), donde una pareja aparece copulando, alegando que los cuerpos que allí figuran son vulgares y amorfos. En puridad, el matiz determinante de la tensión erótica de esa imagen no reside en los cuerpos acoplados, sino en los pies deformes (exquisitez erótica sólo al alcance de los nobles) que la mujer muestra ostensiblemente. Esta deficiente interpretación o deliberada falsa exégesis de Jullien, ardid que repite en otros argumentos, merma la credibilidad de las tesis que sostiene y acaba convirtiendo su texto en una retórica engañosa. –
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