El pasado viernes la edición digital de El País publicó un manifiesto en defensa de la Constitución escrito por “jóvenes” nacidos después de 1978. Muchos acusaron a sus firmantes de carcas e inmovilistas. Según estos críticos, su defensa de la legalidad era en realidad una defensa del statu quo, no una garantía de igualdad y derechos ni un propósito de reforma verdadera. Muchas objeciones eran estilísticas, pero también generacionales: la aparente contradicción de ser joven y moderado.
La política es identidad e imagen. Carmena es moderada, educada y naif, pero su proyecto se vende como la radicalización de la democracia. No hay proyecto político más radical ahora que el de Junts pel Sí, pero Artur Mas no deja de ser un burgués conservador y democristiano. Detrás del progresismo de Corbyn hay un mensaje conservador que quiere volver a las raíces, al espíritu del 45 y el laborismo de posguerra, para no tener que afrontar una realidad compleja. Las minas de carbón frente a los retos de la sharing economy, Uber y Airbnb.
El manifiesto “juvenil” (adjetivo añadido por El País a posteriori) es una respuesta al independentismo catalán, pero también una defensa de la moderación en política y de la transición. Algunos de sus firmantes son conservadores, pero el acto es progresista: prefieren esta constitución antes que el nacionalismo y el repliegue de las soberanías. En otros aspectos quizá discrepan, y es comprensible y deseable: defienden un pacto que supo canalizar la discrepancia democráticamente y en el que, como en todo pacto, nadie ganó completamente.
En ideología, al defender una cosa tienes que posicionarte sobre su contraria. Se exige siempre un disclaimer que luego nadie quiere escuchar. Muchos liberales de sacristía, que consideran que el nacionalismo son solo los otros, compartieron el manifiesto y luego acusaron a Trueba, que afirmó al recibir el Premio Nacional de Cinematografía que no se sentía español, de hereje antipatriota. Para ellos, criticar el nacionalismo catalán implica automáticamente defender el español, haciéndole el juego a Artur Mas. Los firmantes del manifiesto fueron introducidos en el mismo saco por sus críticos.
La adhesión a unas ideas lleva aparejada una identidad. La ideología suele venir en un paquete precintado. Los que no encajan en esos marcos preconcebidos siempre intentan matizar sus posturas en vano. La Tercera Vía de Blair, tan denostada ahora, siempre ha tenido que explicarse más que las demás alternativas. En Cataluña, la Tercera Vía catalana es criticada por su aparente equidistancia. Frente al discurso de la identidad, explicar demasiado significa perder.
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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).