"A las víctimas de la espera" está dedicada la segunda novela de Antonio Di Benedetto (1922-1986). Extraordinario soliloquio narrativo, Zama (1956) aborda la desintegración física y moral de un corregidor español que, por diez años, aguarda la mejora de su situación en el Paraguay colonial. Los libros de Di Benedetto, irónicamente, también esperan…
El reconocimiento a una de las prosas más inquietantes y originales de la lengua castellana del siglo pasado ha sido postergado, en buena parte, a causa de la estridencia con que se publicitan escritores de menor relevancia aunque mayor habilidad propagandística. Y hablo de estridencia pues es precisamente aquello de lo que huye la obra dibenedettiana, erigida en un constante tributo al silencio. El boom privilegió a algunos escritores importantes y a muchos menores. También ignoró, debido a su carácter inclasificable y su perturbadora originalidad, la narrativa de Antonio Di Benedetto.
Nacido en Mendoza, Di Benedetto consolidó una poética de sorprendente autonomía. La prosa narrativa del argentino nos introduce en un universo de inasimilable extrañeza y escasos precedentes. Se perciben ecos de Kafka o Camus, sí, pero la profunda singularidad de cada línea del autor de Los suicidas (1966) es insoslayable. Cercano a las innovaciones del nouveau roman, aunque superior a éstas, sus cuentos y novelas no se ciñen nunca a la rigidez formal del objetivismo. Las narraciones incluidas en Declinación y ángel (1958), por ejemplo, hacen uso de la descripción objetiva, pero se ven constantemente asistidas por un discreto lirismo que puebla la página de intensidad.
Otra literatura a la que se emparienta la de Di Benedetto es la existencialista; los personajes del argentino manifiestan la misma perplejidad frente al absurdo de vivir. Sin embargo, mientras Sartre escribe La náusea (1946) para demostrar aspectos de su filosofía, que se hallaba plenamente desarrollada al momento de redactar la novela, Di Benedetto opera en el sentido inverso: no va de la filosofía al relato sino de la narración a la reflexión. En Zama, la filosofía es alcanzada mediante la inmersión en el desierto espiritual de Diego de Zama; la novela nunca se rebaja al informe de tesis.
Al promediarse el siglo pasado, la mayor parte de los narradores latinoamericanos se dedicó a reescribir frescos históricos y sagas familiares a la manera de la literatura decimonónica, transportándolos a un entorno "mágico" o "maravilloso". Escribieron lo que el mercado les pidió y el público lo agradeció comprando sus libros. Di Benedetto emprendió la tarea contraria: trabajó no en función de las necesidades de los lectores sino de la problemática de la literatura de su tiempo. Como suele suceder, el gesto no fue apreciado. El colorido estridente de las novelas de estos grandes escritores del siglo xix en pleno siglo xx opacó la sobria, lacónica y sutil prosa dibenedettiana, que en diversas variantes mostró la caída del hombre moderno, su ineludible fracaso.
A partir de los cuentos de Mundo animal (1953) surge un autor con una estética resuelta, lista para trabajar. Volúmenes de cuentos como Grot (1957) o El cariño de los tontos (1961) lo confirmarían: son la expresión formal de una América poblada de una soledad y un abandono casi cósmicos. No hay aquí concesiones a lo maravilloso o el folclor; el hombre de relatos como "Caballo en el salitral", "Aballay" o "El abandono y la pasividad" o las novelas Zama, El silenciero y Los suicidas está tocado por aquello que Ritchie Robertson ubicó como el centro espiritual de Kafka: la indestructibilidad. Pase lo que pase, sin importar las interminables humillaciones, hay algo que nos hace seguir, algo indestructible. Los personajes de Di Benedetto, parientes de los del escritor checo, siguen aunque no haya un por qué, mas nunca ignorando la atractiva alternativa del suicidio.
En 1976, la atroz dictadura militar argentina secuestró a Di Benedetto la noche misma del golpe de Estado, sin motivos aparentes. Permaneció un año en prisión, donde los simulacros de fusilamiento y las torturas le deterioraron física y mentalmente. Gracias a la presión de escritores como Heinrich Böll, Manuel Mujica Láinez o Ernesto Sábato, fue liberado. Sin embargo, ese año lamentable lo disminuyó notablemente.
Quince años hace que el narrador mendocino murió en Buenos Aires, luego de un periodo de exilio en España. "De sus construcciones novelísticas, el capricho está desterrado", nos dice Saer. Confío en que los caprichos del mundo editorial, que tiende a exaltar la medianía cuando no la flagrante mediocridad, se harán a un lado para que, por sus propios méritos, la literatura de Di Benedetto ocupe el sitio que le corresponde, uno de los más relevantes de la literatura en castellano del siglo XX. –