Ilustración: Fabricio Vanden Broeck.

Breve manual de zoología política: Señora Mapache

Para construir este bestiario escogimos a los diez políticos más representativos de nuestro atribulado país. Uno de ellos es un monstruo de dos cabezas, ambas corruptas. De tierra, agua y aire, los animales imaginarios aquí descritos han conquistado con méritos sobrados su derecho a figurar en esta taxonomía del despropósito y la zafiedad. Invitamos a nuestros lectores a ponerles nombre y apellido.
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Señora Mapache

Matan a signo ortográfico antes de llegar a la otra página. Al otro lado, le dicen. Ocho asteriscos heridos. 12,903 muertes de enero a septiembre de 2011. Si reuniéramos todos los pies de página que se han perdido en los últimos años formaríamos una biblioteca. Una hipotética Alejandría, dicen, incluidas las notas de un hipotético Aristófanes de Bizancio. Este lugar, dicen, podría ser ejemplo de las bibliotecas venideras: un promedio de 47 homicidios diarios. Es preciso decir que, ante el horror, ahora tenemos calculadoras. Sin embargo. Nadie hace nada contra los asesinos de las comas. Comicidios los llaman en la prensa. Elefantes, rinocerontes y mapaches. ¿Qué van a hacer? Se disputan el protagonismo. Les gusta que los narren. Como a la señora Mapache. Es por eso que ella dice vamos a misa, luego a votar. ¿No se da cuenta del peso y el pasado que ese llamado tiene? Un rinoceronte y un hipopótamo le levantan la pata. Posan para la foto. Los periodistas le preguntan cómo le va a hacer, qué propone. Ella prefiere guardar silencio, cancelar su conferencia, comer un plátano. Reparte, al día siguiente, cómics. ¿Pero por qué? ¿Acaso cree que faltan políticos entrevistados en la prensa para la producción de piñatas? Hable usted que es protagonista. Díganos qué va a hacer para frenar la violencia, las muertes, el pánico. ¿Qué tan hondas son sus palabras sobre el dolor? ¿Qué sabe usted sobre la forma en la que los años rojos han afectado el carácter de los que en estas páginas vivimos? ¿Ha pensado que esa violencia tiene implicaciones en la vida diaria? ¿Qué piensa usted hacer al respecto? ¿Deslindarse de su manada, de su pasado? ¿Cree que eso es posible? Usted inicia sus frases recordando lo evidente, “soy la señora Mapache, como tú y como ella”, por eso le pregunto ¿no le parece tan delicado como invocar a Dios? Soy señora y creo en Dios, levante la mano a mi favor, parece decir. No sin antes recordarle lo tanto que en nuestros días debemos al momento en el que Tácito señaló las flaquezas de Tiberio, ¿está usted a la altura, señora Mapache?

Aquí nos gusta leer. Usted escribió un libro. En el título usted le pide a Dios –nuevamente a Dios– que la haga viuda. Y le pide al señor Mapache que la escuche, que no la malinterprete. Luego nos reúne a todos alrededor de la fogata para escucharla. Las siguientes cuarenta noches vamos a escuchar sus historias. Las primeras noches nos dirige algunas palabras que fundamentan lo que usted quiere refutar, por ejemplo, con estas tres frases y sus fuentes:

Atribuido a rabinos ortodoxos: Loado sea el Señor, rey del universo, por no haberme hecho mujer. […] Eurípides, siglo V a. C.: Una mujer debe ser buena para todo dentro de la casa, e inútil para todo fuera de ella. […] Época victoriana, Inglaterra, siglo XIX: El desarrollo del cerebro atrofia la matriz.

Aparte de preguntarnos cuál es ese grupo de rabinos ortodoxos, aparte de cuestionar qué más escribió esa tal época victoriana y aparte de recordarnos el siglo de Eurípides, queda claro que usted no lee. Que de los tres trágicos griegos, acaso el más humano y el que llegó a las profundidades de mujeres fuertes e inteligentes fue justamente el que usted descontextualiza. Es por eso que nunca vamos a hablar de libros con usted, pero sí del fondo de sus palabras. ¿No le parece que su pasado le da dimensiones a sus palabras? Usted escribe al final de su libro: “Yo quiero ser una mujer consciente del privilegio de la vida, yo quiero ser alguien, para responder con ello a los talentos que Dios me ha regalado.” Y esto justamente la resume, señora Mapache, incluida esa coma que allí yace. Decir una y otra vez soy mujer; hablar de Dios en seguida. ¿Qué nos va a contar las noches siguientes mientras el fuego arde? ¿Se da cuenta de que no es un examen de literatura sino la medida de su intelecto? Responda. De ser posible, responda a la altura de su presente. El nuestro. ~

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