Cadáveres exquisitos

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Según Edgar Allan Poe: “La muerte de una mujer hermosa es el tema más poético del mundo.” Más tarde, Wallace Stevens le daría la razón: “La muerte es la madre de la belleza.” La necrofilia es una tristeza erótica que empezó en el Nilo con la diosa Isis copulando con el cadáver de su hermano Osiris y es también una antigua aflicción griega: Aquiles enamorándose de la occisa Pentesilea después de haberla matado en combate.

A eso se suman las bellas suicidadas por amor. Píramo y Tisbe –de donde salió la Julieta shakesperiana– y el idilio de Tristán e Isolda, seguramente rondaron la mente de Poe cuando concibió su escalofriante aforismo. El beso del príncipe que despierta a la bella durmiente es un eco de Sigfrido sacando de su letargo a Brunilda, condenada por Odín a dormir dentro de un círculo de llamas.

Francia es la patria de las más inquietantes perversiones poéticas: pienso en Baudelaire y en Bataille, quien tanto rumió la noción de Eros y Tánatos regodeándose en ciertos pasajes necrofílicos de su Historia del ojo. Los franceses llaman “pequeña muerte” al orgasmo. La legislación gala es la única en Occidente que permite matrimonios post mórtem. Hace poco una joven quiso casarse con Lautréamont, poeta maldito fallecido hace más de un siglo. Jean Renoir prolonga esa tradición en La golfa (1931) y en La bestia humana (1938). Truffaut la corona en La habitación verde (1978).

¿Qué es lo que vemos en un bodegón? Flores, frutas y animales inertes resistiendo el helado soplo de la muerte. El bodegón se opone al barroquismo de las vanidades, donde el triunfo del esqueleto es total. El bodegón es más optimista que el memento mori que nos recuerda la acechanza de la muerte y la fugacidad de la vida. En esos géneros pictóricos yace el germen de la paradójica sentencia de Poe. Ese tenebroso linaje discurre por la estatua yacente de Santa Cecilia y a través de los retratos de El Fayum, donde las egipcias momificadas nos contemplan desde el más allá con sus inmensos ojos negros.

Mucho le habría gustado a Poe la secretaria Marion apuñalada en la ducha de Psicosis (Hitchcock, 1960), pero más le habría fascinado la foto de Evelyn McHale, quien saltó en 1947 desde el piso 86 del Empire State para caer, con su elegancia intacta, sobre el techo de una limusina de la onu.

La primera mujer asesinada entre adornos navideños se la debemos a Erich von Stroheim (Avaricia, 1924) cuando McTeague mata a Trina. En Mouchette (Bresson, 1967) una linda adolescente se suicida fuera de campo, pues solo oímos el ruido de su cuerpo al caer al agua. La relación entre el agua y las bellezas muertas es muy curiosa. La virgen violada y asesinada en El manantial de la doncella (Bergman, 1960) recibe la líquida caricia del mencionado manantial. En Amanecer (Murnau, 1927), la esposa del granjero flota boca arriba en el lago, igual que la shakesperiana Ofelia de Millais. La mujer del granjero está rodeada de juncos mientras que la novia de Hamlet flota entre flores. La Ofelia prerrafaelista fue pintada tres años después de la muerte de Poe y 89 años antes del suicidio fluvial de Virginia Woolf.

Acuden a mi mente otras hermosas suicidas de ficción: Madame Bovary, Anna Karenina y Thérèse Raquin, todas llevadas al cine. Thelma y Louise (Ridley Scott, 1991) saltan en automóvil al abismo. En la escala mitológica figuran Fedra, Dido y Yocasta. En La novia de Frankenstein (James Whale, 1935) tenemos a una difunta resucitada con relámpagos, y en Deadgirl (Sarmiento y Harel, 2008) vemos un atroz híbrido de zombi con mujer fatal. En Vértigo (Hitchcock, 1958) una mujer regresa de entre los muertos. La Christina Ricci de After.Life (Agnieszka Wojtowicz-Vosloo, 2009), ¿está viva o muerta?

Esta taxonomía de naturalezas muertas formando un collage, o un cadáver exquisito, podría prolongarse al infinito: La dalia negra (Brian De Palma, 2006) con su acuchillada sonrisa macabra; Hari, la esposa muerta del psiquiatra de Solaris (Tarkovski, 1972), como el gato de Schrödinger, viva y muerta a la vez. La francotiradora vietnamita moribunda (Cara de guerra, Kubrick, 1987) que pide el tiro de gracia. El cadáver de la novia (Tim Burton, 2005). Sharon Tate, asesinada en la vida real tras la siniestra profecía de La danza de los vampiros< (Polanski, 1967). El esqueleto de la señora Morales (Rogelio A. González, 1959), heredera de las danzas macabras de las postrimerías medievales y de la “catrina” de José Guadalupe Posada.

El tema se ha vuelto tan mexicano que hay en Chihuahua una tienda para novias con un bello maniquí que, según la leyenda, en realidad es una joven embalsamada llamada “la Pascualita” que se mueve y nos sigue con la mirada desde su vidriera. ¿Será la realidad superando a la ficción? ¿O es la vida imitando al arte mucho más de lo que el arte imita a la vida, como afirmaba Oscar Wilde? ~

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Nació en la Habana en 1948. Narrador y ensayista. Cuando escribió su primer novela, El Comandante Veneno, Alejo Carpentier le escribió: "Es usted un novelista nato"


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