En varios casos de tránsito político (los columnistas suelen llamarlo trapecismo) se ha acusado de oportunistas a los que llevan a cabo la mudanza de un partido a otro. “Se torció el rumbo cuando no fui el favorecido.” La acusación es a todas luces errónea cuando se lanza hacia las figuras de Porfirio Muñoz Ledo o Cuauhtémoc Cárdenas, pero en un caso al menos parece justa: el de Manuel Camacho, personaje peculiar que lo mismo ha servido para cumplir el papel de “político a la mexicana” (entiéndase: tramposo, negociador en las sombras o “lo oscurito”, hábil para acercarse al Jefe, para ganarse su confianza) o se ha desempeñado como un académico serio, dispuesto al debate casi siempre, astuto; apegado al cálculo mucho más que a la fabricación y el eventual despliegue de una simpatía (carisma que no se le da); conformador de un equipo que no se ve, salvo en la figura del dandi burocratizado Marcelo Ebrard.
Camacho, como tantos otros, es un perdedor no resignado e irredento. De hombre de las confianzas de Salinas ha pasado a ser el que le habla al oído a otro expriista, el enemigo declarado del renombrado Innombrable: López Obrador. No le quedaba otra al ex regente capitalino: en el PRI se habla tan mal de él como él del partido; en el PAN, ni pensar. El partido de Dante Delgado es aún demasiado pequeño y no ha dejado de ser lo que es: el partido de aquel político veracruzano. En el PRD Camacho está a gusto, en zona propicia, en su mero mole. Abundan allí los conflictos, no sólo “al interior” (como a él le gustaría decir en un español tecnocrático y ridículo), sino frente al poder mayor, que tanto lo seduce, del que tan cerca ha estado y con el que tanto ha transado (como priista “concertador” con los panistas). Tan cerca está del precandidato que pide que lo den por muerto (en declaraciones de humor falsísimo) y, además de servir a éste en el despliegue de unas redes ciudadanas de campaña, ha fraguado ya un llamado “Plan B” que se pondría en marcha si se impidiera la candidatura de López Obrador.
En vez de alertar a su jefe acerca de los trastupijes que fabricaban varios de los más cercanos, con Bejarano a la cabeza, Camacho pugnó por hacer ver al patrón que todo era un complot. Minado el campo, ya no con los videos sino con la posibilidad del desafuero, Camacho aparece como el salvador ante un partido que mira, entre desconcertado, atónito y siempre paralizado, cómo en el corazón del personaje más cercano al Innombrable anida la esperanza de llegar por fin a la silla. –
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