La K, el signo universal que Franz Kafka consagrรณ con Josef K., el atรณnito personaje de la novela El proceso (1925), ha encontrado una inesperada y sorprendente perpetuaciรณn en la Argentina de estos dรญas. En la jerga local, K es el presidente Nรฉstor Kirchner, K es su estilo personal de gobernar y K โlos radicales Kโ son los polรญticos trรกnsfugas que se han sumado al Frente para la Victoria que ahora postula a Cristina K[irchner] para ocupar el โsillรณn de Rivadaviaโ. Mucho menos conocido por el dominio pรบblico nacional, y mรกs รญntimo en sus repercusiones, es que en el paรญs de los argentinos ya hubo un personaje K. Fue aquel conde de Keyserling, que casรณ con Goedela von Bismarck y fue autor de un libro titulado Figuras simbรณlicas, a cuyos avances erรณticos Victoria Ocampo impuso un cortante ademรกn reprensivo y al que en sus abundantes cartas de finales de los veinte ella insistรญa en llamar โMi querido K.โ. ยฟEstarรกn enterados los kirchneristas mรบltiples y multiplicados de hoy de la existencia de ese aristocrรกtico seรฑor K, tantos aรฑos atrรกs desairado fรญsica pero no intelectualmente por la altiva v de Victoria? ยฟLo sabrรก Cristina K[irchner], descendiente bizarra (en el sentido baudelairiano del tรฉrmino: singularidad en el enrarecimiento) de esta Victoria?
Pongamos las cosas en su lugar. No hay dudas de que la K de Kafka, la K que es una enseรฑa del adjetivo kafkiano, la K que arropa a un literario animal fabuloso prototรญpico del reino de lo absurdo, puede reclamar un sitio propio en esta Argentina. Para empezar, allรญ es imposible encontrar una lรณgica que explique con cierta congruencia argumentadora lo que ocurre. Gobierna un gobierno peronista; pero ya entre el Juan Perรณn de 1943, cuando irrumpe en la vida pรบblica, y el Juan Perรณn de 1946 y 1951, cuando es por dos veces consecutivas presidente, y el Juan Perรณn de 1973, cuando otra vez vuelve a ocupar la presidencia, los vรญnculos ideolรณgicos se diluyen y las contradicciones se vuelven una constante. Un vaporoso y siempre postergado afรกn de justicia social (de ahรญ proviene la denominaciรณn de โjusticialismoโ), que en la realidad de su aplicaciรณn prรกctica se confunde con la vasta uniformidad, no parece suficiente para constituir un sistema polรญtico articulador; tampoco ayudan a esa definiciรณn el empaque autoritario, una andadura โdemocrรกticaโ dogmรกtica o el azuzar el enardecimiento de la plaza pรบblica. Para ser aรบn mรกs concretos, ยฟquรฉ pueden tener en comรบn aquel primer Perรณn que en los cuarenta alternativamente se alรญa con los altos mandos del ejรฉrcito, se autodenomina el โprimer obreroโ de la naciรณn y llama a parte de su electorado descamisados (que es nada menos que el nombre del primer diario anarquista que conociera el paรญs en el remoto 1879) y el segundo Perรณn que en 1973, al regresar de su exilio espaรฑol, asiste a la masacre entre sus supuestos partidarios en el aeropuerto de Ezeiza? ยฟQuรฉ une a esos sucesivos Perรณn(es) con el tercer y รบltimo Perรณn, aquel que en ese 1973, elegido presidente una vez mรกs, arenga a sus seguidores con el estribillo paternalista que aconseja transitar โde la casa al trabajo y del trabajo a la casaโ mientras el paรญs se incendia con unos trabajadores que rechazan los pactos sociales, ocupan las fรกbricas y desafรญan a la policรญa? Inquiรฉrase el asunto desde otro รกngulo. ยฟQuรฉ vincula, en la cadena histรณrica de encarnaciones peronistas, al general Juan Perรณn con el โneoliberalโ Carlos Menem, a Carlos Menem con el โclรกsicoโ Eduardo Duhalde y a Eduardo Duhalde con el โmodernoโ Nรฉstor Kirchner? Todos ellos han ocupado la presidencia; todos ellos son hermanos enemigos. El peronismo nunca logrรณ presentar a los argentinos un proyecto ideolรณgico coherente y ordenado, previsible en sus principios rectores, y menos aรบn encontrรณ la forma de sellar con la ciudadanรญa un contrato racional y continuado de regeneraciรณn nacional; ahรญto de folclore, su versiรณn exultante de la forma de gobernar consiste en la explotaciรณn del sentimentalismo nacionalista: una รฉpica ramplona farolea con la simbologรญa patria. Como suele ocurrir con los gobiernos que hunden sus raรญces en el populismo, lo รบnico que a lo largo del tiempo ha sobrevivido en el horizonte peronista es el liderazgo caudillista, la instrumentalizaciรณn en el propio beneficio de los mรฉtodos democrรกticos, el endiosamiento de meras criaturas terrenales. Y a esa permanencia del carisma y las artimaรฑas se aรฑaden unas consecuencias casi inevitables: el empleo de las facultades extraordinarias para gobernar, el uso y abuso de los recursos de la mรกquina estatal, la premeditada invasiรณn de las jurisdicciones legales, el caracoleo de la corrupciรณn. De ahรญ que un estrรฉpito fรญsico conmueva casi siempre los suelos (y los subsuelos) de estos gobiernos. Hay algo mรกs. Acaso para verdaderamente entender el peronismo, y la propia dinรกmica de la polรญtica argentina, haya que recordar que allรญ, desde los orรญgenes del paรญs, alienta la sombra del modelo italiano, arraigado a travรฉs de una inmigraciรณn masiva; es decir, la reverberaciรณn del fascio (desde el siglo XIX, una reuniรณn de diferentes y hasta opuestos grupos polรญticos extremistas donde sobresalen los rasgos nacionalistas y autoritarios), la baja institucionalidad y un individualismo talenteador y agresivo que nada quiere saber de proyectos que impliquen el compromiso de la persona.
El seรฑor K, el presidente K, ha sostenido que รฉl representa al โpostperonismoโ, una figura del lenguaje que pretende expresar un mรกs allรก del primitivo peronismo y que proclama una superaciรณn dialรฉctica de los orรญgenes fundadores. Un arrebato similar, debe seรฑalarse, al que en su momento llevรณ a Carlos Salinas de Gortari a anunciar la muerte de la Revoluciรณn Mexicana. No obstante, los hechos niegan tales afirmaciones renovadoras oficialistas. Por su acumulaciรณn de poderes, por su manejo endogรกmico y patrimonialista de la cosa pรบblica, por las complicidades polรญticas que sin pudores ideolรณgicos se buscan, y por el ruido y la furia que provoca a partes iguales entre aliados y opositores, el estilo personal de gobernar de K es, entre los que se han practicado, el que mรกs se acerca a las fuentes ortodoxas del peronismo, el que mรกs se aferra a las doctrinas arcaicas. Algo de esa discrepancia entre el apego a la vieja tradiciรณn partidista y la presunta nueva estrategia redentora asoma de modo visiblemente incรณmodo en la gestualidad de los rituales del poder que miman el seรฑor y la seรฑora K. (Un ejemplo a mano: la retรณrica eufรณrica de la teatralizaciรณn que exhibiรณ hace unos meses la visita a Mรฉxico de la pareja K, que para su puesta en escena tanto parece haber contado con la aquiescencia de los actores del gobierno de Felipe Calderรณn. No deja de ser curioso que gente del PAN, vรญctima tanto tiempo del PRI, se prestara a un montaje de cรกlculos electoralistas y por tanto de evidentes aspiraciones polรญticas hegemรณnicas.) En todo caso, algo parece inaugurar la seรฑora K de modo premeditado: busca mรกs, en sus preferencias y en sus desplazamientos, a los poderosos que a los desheredados.
La Argentina en general, y el peronismo en particular, registran en sus anales una extravagancia significativa. Allรญ las mujeres allegadas al poder polรญtico han escrito una historia oprobiosa. Manuelita Rosas, la hija de Juan Manuel de Rosas (1829-1832 / 1835-1852), participรณ en la ruda conversiรณn a la causa paterna de los estamentos mรกs bajos de la sociedad y empuรฑรณ algunos de los resortes de La Mazorca (no por la mazorca del maรญz, no, sino por la suma siniestra del mรกs y la horca: mรกs ahorca), la policรญa polรญtica de la รฉpoca. Eva Duarte de Perรณn, santa patrona de los desposeรญdos, encandilรณ a la mayorรญa de sus connacionales (y, de paso, a no pocos forรกneos) con sus trajes de alta costura y sus joyas relumbrantes. Marรญa Estela Martรญnez, โIsabelโ, que en 1974, al morir Perรณn, ascendiรณ a la presidencia (la fรณrmula partidista que la condujo a ese cargo fue un pleonasmo: โPerรณn-Perรณnโ), se adentrรณ de mรกs en mรกs en la satrapรญa y precipitรณ un golpe de Estado militar vejatorio para el conjunto de la idiosincrasia nacional. El linaje femenino se ha ensanchado en las fechas cercanas con Hilda โChicheโ Duhalde, la esposa de Eduardo Duhalde, y con la senadora Cristina Fernรกndez de K[irchner]. Acaso estimulada por el reflejo espejeante de aquel insensato โPerรณn-Perรณnโ de los setenta, la pareja K postula ahora un transformismo polรญtico de sesgos escandalosos. De resultar triunfadora su tรกctica en las elecciones de octubre, y de confirmarse los pronรณsticos de las encuestas, el momento llegarรก en que el seรฑor K traspase los poderes de la naciรณn a la seรฑora K. La cohabitaciรณn mรกs singular de la historia (ยฟargentina?) se materializarรก entonces. Un presidente en ejercicio habrรก aupado al poder, con sus predicamentos y sus votos, con la certeza de que en el trรกmite es a รฉl a quien realmente se elige, a su propia esposa. ยฟCuรกl de los dos mandarรก de ahรญ en mรกs? Sรณlo en la realidad (ยฟargentina?) pasan estas cosas.
Es de confiar que el lector entienda el tono de creciente indignaciรณn que se ha adueรฑado de estos renglones. Pero que en un paรญs de instituciones frรกgiles, en un paรญs que se ha soรฑado a la vanguardia de Amรฉrica Latina, en un paรญs tan proclive a repetir su propia historia, en un paรญs โpor finโ que parece internarse peligrosamente en esa estela de novรญsimas democracias coaccionadoras latinoamericanas, que en un paรญs asรญ, cabe insistir, se asista a un acto de impudor que tanto y tan decisivamente compromete las esferas de lo pรบblico y lo privado, y que tanto expone a una y a otra al escarnio, es una demasรญa que desmoraliza. Una demasรญa que retorcerรก en sus tumbas al atribulado Josef K. y a la imperiosa Victoria Ocampo. ~
Montevideo, octubre de 2007
(Rocha, Uruguay, 1947) es escritor y fue redactor de Plural. En 2007 publicรณ la antologรญa Octavio Paz en Espaรฑa, 1937 (FCE).