Amigo escéptico, cinéfilo desencantado, te tenemos un aviso: las alegrías del cine hecho en México no están saliendo de las billeteras más gordas, sino de las casas pequeñas, de las mentes con más soluciones que ambiciones. Heli, Los insólitos peces gato, La vida después, Cuates de Australia, Quebranto: todas ellas están dispuestas a defender esta postura. Otro ejemplo: Halley, de Sebastián Hofmann, cuya historia importa menos que su textura: un hombre no vivo, vigilante de un gimnasio, lucha contra la putrefacción de su cuerpo, en una ciudad de México a la que más bien le importa poco lo que le suceda. La película ha cosechado más de un premio, especialmente en los certámenes de cine de género. Posiblemente ha creado un pequeño culto entre los fanáticos del horror, quienes aprecian su gusto por lo sensorial, por lo viscoso –por su morbidez.
¿Será que, como la gastronomía callejera, el cine mexicano de bajo presupuesto ha brillado a fuerza de resolver problemas con imaginación financiera y un ímpetu por trabajar a como dé lugar? Hofmann opina que sí. Al treintañero realizador lo sentamos en el banquillo del crítico para hablar sobre la salud del cine mexicano contemporáneo.
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¿Crees que el cine hecho fuera de México, como el de Cuarón o Del Toro, o el cine que hacen extranjeros en México es cine mexicano?
Me gusta que les esté yendo bien a Del Toro, a Cuarón, a Iñárritu, haciendo películas con la máquina que es Hollywood, pero no creo que sean películas mexicanas: no están hechas aquí y las temáticas no tienen nada que ver con México. No es un cine social ni de protesta, no es un espejo como el cine de Amat Escalante. ¿Cómo dices que unos robots gigantes peleando contra godzillas en el Pacífico tienen algo que ver con México? El otro día oía que Cuarón dijo que quería hacer un statement en la primera toma donde sale México de cabeza. No sé qué es lo que quiso decir, no sé si eso ya la hace una película mexicana, pero más allá de eso me parece la historia de dos astronautas gringos perdidos en el espacio.
Hay gente que considera que el grueso de la mejor producción mexicana está en el documental. ¿Tú qué opinas?
Estoy de acuerdo. Creo que de los cineastas contemporáneos, los documentalistas son más interesantes; a los de ficción los siento confundidos, más consentidos por el statu quo, por los fondos. Hay un estigma contra los documentalistas, pero gente como Eugenio Polgovsky, José Álvarez o Everardo González han hecho bien las cosas. Están más interesados en ha- blar de México y un poco más conscientes de dónde nacieron. Están reinventando la manera de retratar la realidad, la están haciendo poética.
El cine mexicano de bajo presupuesto está poblado de personajes solitarios, aplastados por el tedio, a menudo huérfanos. ¿De dónde provendrá esta tendencia?
A lo mejor nunca superamos Los olvidados, de Buñuel, o el melodrama mexicano para el caso. A lo mejor tiene que ver con el ccc (Centro de Capacitación Cinematográfica), muchos han estudiado ahí. No tengo una respuesta muy clara, habría que preguntarle a todos los realizadores si al escribir dijeron “con esta fórmula voy a entrar a Cannes”. Hay gente que piensa así, definitivamente, hay gente que hace cine para festivales.
¿Qué autores o tradiciones extranjeras crees que tengan más peso ahora en el cine de bajo presupuesto mexicano?
Para mí, los europeos como Ulrich Seidl o Michael Haneke, sin duda han influido mucho, como en el cine de Amat Escalante. Quizás otros capos que están haciendo las cosas bien como Roy Andersson o Giorgos Lanthimos.
¿Qué le haría más falta al cine mexicano de bajo presupuesto? ¿Dinero, capacitación, mundo?
A lo mejor desburocratizar al Imcine de entrada, ser más equitativos, no caer en favoritismos de compañías productoras. Hay gente muy brillante que a veces se las ve muy negras. Creo que es una cosa de recursos bien dados. También hay que tener en cuenta que el cine es una fuente de ingreso real. Los técnicos cinematográficos sí viven de esta industria. Una película genera empleo y le da de comer a muchas familias. ~