El día del elefante (un pie de foto)

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No, esta no podría ser una foto de Kertész, Cartier-Bresson, Salgado, maestros sutiles de la instantánea, "el ojo de halcón y la mano de terciopelo". No, esta foto ni siquiera es "foto de arte", sino informativa, de periódico. Sin embargo, en mi opinión es una foto enigmática y memorable. ¿Por qué? Mirémosla con atención.
     Primero, aclaremos una cosa: en la apreciación del trabajo de arte no se discierne entre lo logrado con deliberación y lo logrado per accidens. Ambos productos tienen el mismo mérito. En otras palabras, no importa nada que la intención del fotógrafo, uno de los Casasola, probablemente, no haya sido en primer lugar estética.
     Hecha esta salvedad, consideremos por qué es una buena foto. Advirtamos primero la extrañeza de la instantánea: un elefante en un lugar citadino donde no hay elefantes. Tiene aire de despropósito surrealista, pero muy suavemente intencionado, discreto. Todo en esta foto es suave, amortiguado. La actitud de los curiosos que rodean al animal refuerza la extrañeza, porque hay alboroto, los curiosos también están intrigados por esa masiva e inusual presencia.
     Completamente diferente habría sido la foto si nadie hubiera hecho caso del elefante; en esa situación, la foto habría tenido algo de cosa soñada, y habría sido, por ende, más surrealista, menos suave y discreta. Pero no, me gusta más así, realista como huevo frito: "un elefante en la calle, vamos a ver", y eso vemos, la sorpresa, el alboroto que ocasiona.
     El letrero que cuelga del animal, por contener un número, aumenta la extrañeza. El acierto estético es notable, ¿a quién se le hubiera podido ocurrir poner ahí un número? Golpe imaginativo, toque eléctrico estético, toda la foto gira alrededor del enigma de la cifra. Enigma otra vez suave, ingenuo, pero muy inventivo. El hombre que señala con gran seriedad el doce, conmovedor, candoroso, prodigiosamente eficaz, parece salido de José Guadalupe Posada, maestro de la ingenuidad inventiva. "Señores, que no haya duda, ahí está el elefante con su doce", parece decir. Notable, en verdad.
     Y ahí está la multitud, el vulgo municipal y espeso. ¿Por qué cuando van a tomar una foto se despierta en nosotros el deseo irrefrenable de mirar hacia la cámara? ¿Qué vemos ahí? Nada interesante, una cámara que hace clic. Entonces no estamos viendo eso, porque en ese caso nuestro deseo no sería irrefrenable. No, lo que queremos saber es si la cámara nos está mirando, si puede alcanzarnos y darnos caza en su clic, si vamos a quedar ahí adentro atrapados, fijos como insectos bajo el alfiler, congelados y expuestos como esos curiosos que, después de tantos años, nosotros estamos mirando. La mirada del otro siempre inquieta: esa operación de mirarnos desde fuera nos está vedada, el privilegio puede tenerlo cualquiera, por humilde que sea, menos nosotros.
     Pero esto es psicología, volvamos a la estética. Observemos a los curiosos, son todos varones, ninguna mujer, tampoco, cosa rara, ningún niño. ¿Por qué? Sabemos muchas cosas al mirar una foto. Y este saber es misterioso. Por ejemplo, ¿cómo sabemos que los varones congregados no forman un grupo organizado? Hemos supuesto hasta ahora, hemos dado por hecho, que es un grupo de ociosos reunido al azar. Pero esto no es un hecho, sino una interpretación nuestra, discutible. La pregunta es ¿a qué hora y cómo hicimos esta interpretación que pasaba ante nosotros como un hecho observado? La respuesta a esta pregunta, que me costó años de trabajo formular, nos lleva al corazón de la apreciación estética.
     Nuestra imaginación nos lo dijo. Al mirar esta o cualquier otra foto, la imaginación interpreta lo que en ella sucede y nos da su conjetura. "Interpretar" quiere decir aquí, simplemente, responder la pregunta "¿qué está pasando ahí?", pregunta que formulamos constantemente en nuestra vida diaria, y cuya respuesta, siempre a cargo de la imaginación, nos permite reaccionar adecuadamente en toda ocasión.
     La imaginación opera así: introduce tiempo, secuencia al instante captado, acción que consiste en conjeturar qué pasó antes y qué va a suceder después. En este caso, primero llegó el elefante, luego se congregaron los curiosos. Más tarde, cuando se vaya el elefante, los ociosos se dispersarán y vuelta del orden. La imaginación opera tan ceñida a la percepción (opera en ella, no antes ni después) que el acto imaginativo se oculta y creemos que no estamos interpretando, sino sólo percibiendo, esto es, que vemos eso (que, en realidad, interpretamos).
     Captar en la foto un grupo organizado, y no ocasional y azaroso, requiere una conjetura imaginativa diferente en la que el grupo está primero reunido para algo (eso quiere decir "organizado") y después llega el elefante, pero la foto no aporta ningún dato acerca de para qué pueden haberse congregado, y por eso la imaginación desecha rápidamente esta conjetura. Sin conjetura imaginativa, la foto sería caótica y no nos diría nada.
     La apreciación estética también corre a cargo de la imaginación. De ella lo más notable es el fondo. La foto sería nada sin el arco y los medallones de piedra que la enmarcan. Esta grave y calculada arquitectura contrasta con la frivolidad del suceso: un triunfo romano en comedia. Acierto de mucha puntería: la grandeza estética entera de la foto, su memorable solidez, deriva de este contraste.
     Por último, toda la gente agrupada, incluidos los proletarios más marginados, menos dos locos, trae en la cabeza sombrero de algún tipo. Este hecho tan simple, además del vestuario, singularmente la corbata de moño y los overoles y la actitud de los personajes (muy delicada y difícil de filiar, cada época tiene actitudes que le son propias), le da al trabajo su dimensión y calor históricos.
     Esta foto, y muchas otras como ésta, puede hallarse en el monumental Módulo de información del sistema nacional de fototecas, paraje ameno, paraíso de imágenes, que el INAH, por iniciativa de Adriana Konzevik, a quien dedico estas notas, ha creado en la Zona Rosa, Liverpool 123, planta baja, teléfono 55 14 32 51. –

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(Ciudad de México, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y académico, autor de algunas de las páginas más luminosas de la literatura mexicana.


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